miércoles, 7 de diciembre de 2011

CARTAS

  Antes de que llegaran las cartas no se había dado cuenta de que estaba muerta.


  La primera no tenía importancia, era una simple reclamación, algo que no había salido como ella esperaba y buscó alguien que le diera una respuesta satisfactoria a sus dudas. Tardó en llegar y los argumentos de la persona que le contestó no terminaron de convencerla, por lo que optó por contestar. Así, despacito, día a día, se fueron sucediendo. Cartas formales, centradas en el tema que había iniciado esa extraña relación. Poco a poco, la persona al otro lado introdujo en ellas matices sin importancia. El atentamente de despedida, se convirtió en un abrazo. El adiós, otro día, pasó a transformarse en un beso y, sin querer, sin planearlo, los dos fueron abriendo su alma. Ya no importaba el principio de aquella historia. Lentamente se había convertido en otra cosa, la necesidad imperiosa de no sentirse tan solo.


  Todos los días, a partir de entonces, la rutina se transformó. Empezaba el día con alegría, abordaba sus tareas con otro talante, sabiendo de antemano que, cuando llegase al buzón, encontraría una carta. Su recompensa. Nunca se habló en ellas de sentimientos. No se lo permitió. Demasiada soledad encima, demasiados fracasos que desbordaban su capacidad vital como para permitirse uno solo más. No sabía que ya había empezado el camino lento de su propia destrucción.


  Un día la carta no llegó. El buzón le devolvió un vacío, negro, oscuro, que apagó la luz en su interior. No se dio cuenta, pensó, quizá, en un retraso del cartero. Volvió a mirar varias veces y, cuando se convenció de que era inútil, decidió esperar hasta el día siguiente. Nada. Tampoco al otro, ni siquiera una semana después.


  La rutina, esa que siempre había marcado sus tiempos, se volvió insoportable. Los días se movían lentos y aunque la esperanza le hacía volver al buzón, ya no había alegría en el gesto sino un miedo terrible a la confirmación de su soledad.


  Las personas se mueren por muchas causas. Ella, murió de tristeza. Murió por la ausencia de esas cartas que la mantenían en pie. Se rindió a la evidencia de que, de algún modo, llevaba mucho tiempo muerta.


  Tres días después de su entierro, el cartero puso en el buzón una carta.