domingo, 18 de diciembre de 2011

UN VIERNES CORRIENTE Y UNOS PREMIOS FUERA DE SERIE

El viernes estaba en el programa de mi vida señalado como un día corriente, un viernes más en el que, además de las tareas de la mañana, tenía tres citas: una, el café con mis amigas, otra en la peluquería y la tercera con el mercadillo de la plaza, la única mañana de la semana en la que donde vivo hay algo diferente que hacer. Siempre me doy un paseo sola entre los puestos y aunque mi intención casi nunca sea comprar nada, muchas veces se acaban viniendo conmigo calcetines, unas castañas o cualquier tontería si mi humor ese día me permite darme un capricho.

El café fue como siempre, una charla amena entre "unas jovencitas de cuarenta", como apuntó muy seria Ana una mañana cualquiera. Durante esta hora juntas hablamos de lo que se nos va ocurriendo, nos interrumpimos, nos reímos, tenemos conversaciones absurdas (como la del otro día, en la que se colaron 928 gramos de coca descontextualizados que dieron para mucho) y procuramos, aunque eso no sea un acuerdo firmado, dejar a los niños donde están, en el colegio. Los cafés se nos alargan y siempre hay que salir corriendo porque hay dos que tienen que abrir sus negocios y las demás empezar un maratón que estoy segura que no superarían algunos atletas de élite… ¡Si no fuera por eso! Cualquier día pasaríamos media mañana allí. Nos concedemos el regalo de un rato de relax, para mí el único de la jornada. Lo raro es que sucede al principio, cuando el día apenas empieza. Supongo que cargo las pilas allí.

La peluquería me dio la opción de leer, y ahí estuve sumergida en una historia preciosa que ya os contaré. Ir a la peluquería es algo que me da mucha pereza y no por la peluquera, Rocío, que es un encanto, sino porque no me gusta que me toqueteen el pelo. Hay a quien le relaja y a mí me pone de los nervios. Pero cuando el flequillo se mete ya en los ojos es momento de dejar la pereza y agarrar las tijeras.

La tercera cita, con el mercadillo, fue un mero trámite, hacía tanto aire que las camisetas de los puestos volaban por los aires y empezaron a recogerlo prontísimo. Así que volví a casa en menos de veinte minutos. Menos mal que tengo un pelo genial (lo único genial que tengo por otro lado) que no se despeina ni con un tornado fuerza cinco porque si no, lo de la peluquería hubiera quedado en nada.

Encendí el ordenador mientras empezaba a hacer la comida y entré en Facebook. Mi manía de hacer siempre varias cosas a la vez… ¡Qué alegría me llevé! Tenía un mensaje de Emilio Casado, contándome que su novela, Crónica Insignificante, había sido elegida como una de las finalistas del proyecto Fuera de Serie. Le felicité, por supuesto, me encanta lo que está logrando, y me puse a buscar algún hilo en el que se hablase de ello, para saber un poco más. Como no encontré lo que buscaba cerré el ordenador y me concentré en los macarrones.

Por la tarde, después de trabajar, volví a buscar a los otros galardonados con los Fuera de Serie 2011. Las otras tres novelas seleccionadas son Siete Historias, de Ángeles Om, mi lectura actual, que hasta donde he leído me está conquistando; Tengo ganas de morirme para ver qué cara pongo de Miguel Albandoz y Hermano, de José Luis Serrano, estas dos dos últimas totalmente desconocidas para mí. Si os interesa podéis leer más de ellas en este enlace: Novelas Fuera de Serie 2011.

De todo esto sólo me quedo con lo importante para mí, la alegría que sentí al enterarme de que Crónica Insignificante, que os he repetido mil veces que para mí es el libro del año, había logrado algo que está al alcance de muy pocos: conseguir un premio antes incluso que el apoyo de una editorial. Y mira que estamos pesaditos, repitiéndoles que se están perdiendo algo muy bueno. ¡En fin! Ya escucharán algún día. Ellos sabrán.

Me he estado riendo con la ironía que se plantea con este reconocimiento a Crónica Insignificante antes de su edición (que no autoedición, autoeditada está aquí). La misma ironía que encontrarte con que te invitan a presentar tu novela (en este caso estoy hablando de mí) cuando ni siquiera he decidido si es lo suficientemente digna para estar publicada. Eso me ha pasado esta semana. He tenido que decir que no, claro está, y le he pasado el testigo a otra persona. Cuando esté todo en marcha os contaré quién es. Y cuando yo esté segura de algo también os lo haré saber.