miércoles, 14 de marzo de 2012

LA PARTIDA con ENRIQUE OSUNA.

Una de las cosas que no soy capaz de hacer es jugar al ajedrez. Cuando era pequeña siempre escuchaba a los mayores decir que las personas que jugaban al ajedrez eran muy inteligentes, porque es un juego que estimula el cerebro. Yo, sin haber oído jamás hablar de silogismos, construí el primero de mi vida:

          - Los que juegan al ajedrez son inteligentes.
          -Yo no sé jugar al ajedrez
          -Luego, yo, soy tonta (lo contrario de inteligente).

Y me quedé tan ancha, suponiendo que mientras eso no fuera capaz de cambiar en mi vida, seguiría estando vetado mi acceso al templo de las personas de una inteligencia admirable.

 Uno de los regalos de mi comunión fueron unas fichas de ajedrez. Eran especiales, tan bonitas, tan diferentes a las típicas, que muchas veces las usé para jugar con ellas a cualquier otra cosa. Ponía las cuatro torres formando un cuadrado en las esquinas del tablero, que simulaba ser la casa de los clicks. Los reyes y reinas, eran las visitas, que venían a caballo, con sus sirvientes los alfiles. Alrededor de la casa imaginaria situaba a todos los peones, los guardaespaldas de las personas importantes que ese día habían venido a honrar a mis muñecos. A veces hacían un pasillo, como en el fútbol, al bombero y al mecánico con barba de tres días. Pero es que, en mi ajedrez los caballos son caballos y las torres, torres. Los alfiles llevan un casco en las manos y los peones, escudo en ristre, posan muy chulitos en mini falda. La reina lleva una lira en las manos y una túnica que deja ver su pierna derecha y el rey…, ese es la caña. Tiene el escudo a sus pies con un templo clásico pintado, una barba imponente y la única ropa que lleva es un trapo que sujeta muy cuco por delante, dejando descubierta su tableta de chocolate y, por detrás, el culo. ¡Quién puede pensar en jugar al ajedrez con esas fichas! Yo, por lo menos, era incapaz. Mi imaginación daba vueltas e inventaba historias mucho más entretenidas que moverlos simplemente por un tablero. Y además, para eso no me hacían falta contrincantes.



Por eso, a estas alturas de mi vida, sigo sin saber jugar. Ni lo mínimo. Sigo siendo tonta, como en el silogismo.

Como no sé estarme tranquila, le he pedido a alguien que conozco, que sabe mucho de este juego, que me enseñe. Lo practica e incluso compite de vez en cuando. Aunque no sé si tendrá paciencia conmigo. Él es Enrique Osuna Vega, autor de El eterno olvido, una novela que a todos los que la hemos leído nos ha atrapado y en la que el ajedrez tiene mucha importancia. 

Llega a nuestro punto de encuentro, una tranquila cafetería en la que hay una mesa al fondo con las fichas preparadas. Allí estoy yo, sentada, adelantando la única tarea que creo que sé hacer: colocarlas.
-¿Qué tal, Enrique?
-Encantado de tomar un café contigo.
-Mira, ya he colocado las fichas —le digo tan contenta.

       Sonríe, condescendiente, como si mirase a una niña pequeña y con delicadeza me indica mi error: las he colocado justo al revés.
-No te preocupes; es un error que no escapa a nadie, ni a quienes jugamos con frecuencia. Aunque nosotros nos percatamos rápidamente de ello -me aguanto la risa que me provoca mi propia incapacidad para algunas cosas-. Hay un truco que no falla: cuadro blanco a la derecha o cuadro negro a la izquierda. ¿Sabes? El tablero no es lo más importante para jugar, ni siquiera las piezas. Lo imprescindible es el reloj.
-Si por algo quiero aprender a jugar es porque creo haber leído que te ayuda a razonar.
-La práctica del ajedrez desarrolla y estimula valores muy importantes: responsabilidad ante la toma de decisiones, sentido crítico, objetividad, juicio analítico, potenciación del cálculo, iniciativa, deportividad... Las virtudes del ajedrez son tantas que la UNESCO recomendó hace años su incorporación como materia educativa y el propio Senado español instó al Gobierno la introducción como asignatura optativa. Pero la inteligencia es otra cosa. Creo que será mejor que entierres para siempre ese silogismo del que hablabas, pues viene viciado desde la primera premisa. Te puedo asegurar que he conocido a muchos zoquetes que juegan al ajedrez. Y algunos lo hacen muy bien.
-Bueno, comencemos la partida, ¿están las fichas ya bien colocadas?
-Primera lección: no las llames fichas; les molesta muchísimo. Lo toman como un menosprecio, algo peyorativo, como si llamaras chusma a la nobleza.  Hasta que no las denomines piezas no te mostrarán sus secretos.

Me lo anoto mentalmente. A lo mejor es por eso por lo que no he aprendido, porque desde el principio lo estaba haciendo todo mal.
-¿Y qué secretos esconde el ajedrez?
-La belleza, la precisión, la armonía, el infinito... Tú amas la literatura, ¿verdad?
-Por supuesto. Me gusta todo, leer, escribir, descubrir lo que hay detrás de cada obra, el tiempo en el que fue escrita… No me canso nunca de aprender.
-Pues existen más libros publicados sobre ajedrez que si juntamos el resto de deportes conocidos. Y cada libro esconde una curiosidad.
-Cuéntame una curiosidad, pongamos, matemática…
-Está calculado que después de que ambos jugadores hayan realizado su tercer movimiento pueden aparecer sobre el tablero más de nueve millones de posiciones distintas.
-No me lo puedo creer. Yo ya me liaría con nueve posibilidades, así que ¡nueve millones! No creo tener espacio en mi disco duro cerebral para tanto…
-Pues esto es peor: se estima que se pueden jugar más partidas distintas que átomos existen en el universo conocido.
-Eso ya es que no me lo pienso creer. ¡Me estás tomando el pelo!
-Está demostrado. Si te digo la verdad, podría estar hablando de ajedrez durante horas, relacionándolo con cualquier cosa: música, cine, historia, literatura, turismo, sociología, erotismo...
-Alto ahí, ¿erotismo? –le pregunto curiosa. Me acuerdo de mi ajedrez y mi rey super sexy.
-Claro, ¿por qué crees que accedí a hacer este viaje? Quería ver con mis propios ojos ese ajedrez del que hablabas, de minifaldas y piernas desnudas, ja,ja. Ahora en serio, me estoy acordando de un fuerte jugador de ajedrez y eminente psicólogo, Reuben Fine. Nada que objetar sobre su maestría con los trebejos, pero como psicoanalista, al más puro estilo freudiano, se lució. Como muestra, un botón: “El abundante simbolismo fálico del ajedrez proporciona cierta satisfacción fantasiosa del deseo homosexual, particularmente del deseo de masturbación”. En fin, si con esto no acabo con tu silogismo...
       -¡Me parece que nos tenemos que centrar en lo que yo quería al principio! Vamos a hablar un poco de ti. Dime, ¿cuándo empezaste a escribir?
-Lo primero que escribí con cierto contenido fue el regreso de mi familia a casa tras los años de emigración. Tenía apenas seis años y solo eran las impresiones de un niño plasmadas en una libreta.

        Sonrío. Aún conservo cosas escritas con diez años, plagadas de faltas de ortografía que me provocan cierta ternura y un poquito de vergüenza. Yo creo que cuando tienes el "gen literario", se manifiesta sí o sí. La mayoría de las veces muy pronto.
      -¿El ajedrez, la lógica que requiere, te sirvió cuando escribiste la novela, para estructurarla o para ir resolviendo la trama?
        -El ajedrez forma parte de mi vida; seguro que su hechizo se cuela también en mi forma de escribir.
       -¿Cómo se te ocurrió ese nombre tan raro para el juego en el que participa Samuel, uno de los protagonistas de El eterno olvido?
-Kamduki es una denominación que tenía registrada, porque estaba previsto utilizarla en un proyecto que traía entre manos con un amigo. Originariamente, el nombre elegido era Twinitis, pero encontramos algo similar en Patentes y Marcas y decidimos cambiarlo. Hubo que trabajarlo. Veíamos comercial la letra K. Salíó Menduki y, de ahí, Kamduki. Lo más parecido que existe es una pequeña aldea en Irán.
          -Los personajes de la novela, ¿están basados en personas reales?
-Sólo copié el aspecto físico de Flenden, la forma de ver la vida de Lucía y el modo de ser de Esteban.
          Una de las cosas que más me gustan de El eterno olvido es que tienes la sensación de pasear por lugares vividos. A veces, en algunas novelas, el autor escribe sin conocer y entonces suena impostado, pero no es el caso de este libro. Se lo voy a preguntar. Las piezas siguen quietas en el tablero, la charla es amena y prefiero que hablemos un rato, antes de que Enrique descubra lo torpe que puedo llegar a ser. No quiero desesperarle y que se aburra de mí.
-Los escenarios están muy bien narrados, ¿los conoces todos?
-Todos, toditos. Me encanta viajar, y esta pasión es común a mi mujer y a mis hijos. Lo hacemos cada año desde que nos casamos. El tipo de viaje lo marca el presupuesto. En momentos de vacas flacas no descartamos excursiones tipo Imserso. ¡Querer es poder!

      Me lo imaginaba, si es que hasta parecía que podía "ver" Noruega mientras iba leyendo…
          -En el libro se narra una historia pero también hay muchos párrafos en los que reflexionas, y eso te lo han criticado a veces. ¿Tú qué opinas sobre eso?
-Cuestión de gustos; tendría que contabilizar quiénes ven las reflexiones pertinentes y quiénes no. Si estuviese claro que ganaba el segundo grupo, no habría nada más que hablar. Asumiría que no gusta mi forma de escribir y punto, a seguir jugando al ajedrez.
-Las reseñas están ahí, ¿por qué no lo compruebas?
-Buena idea. ¿Hay Wi-Fi en esta cafetería?

La búsqueda nos lleva quince minutos, en los que, al leer las reseñas de la novela por encima, buscando lo que nos interesa, vamos recordando algunas apreciaciones hechas desde los blogs muy enriquecedoras. Me recuerda que el reloj avanza y dejo de entretenerme.
-De las diecinueve reseñas de la lectura conjunta, nueve no comentaron nada sobre este particular, cuatro manifestaron estar en contra de las reflexiones, otras tantas las valoraron especialmente y hubo dos que optaron por una posición intermedia. Visto lo visto, la cosa no está nada clara. Quizás un poco de recorte hubiera contentado a todos, pero hay que considerar que El eterno olvido no es solo un thriller, es también un libro comprometido. Y esto suele ocurrir con este tipo de libros. Salvando las distancias, me viene a la memoria la obra de Paulo Coelho. Los críticos lo despedazan, pero sus libros gustan y se venden como churros, así que, al buen hombre le importa un pepino la crítica. Sobre las reflexiones que han disgustado a algunos lectores, hasta la fecha nadie me ha especificado cuáles en concreto, para poder estudiar con atención si eran o no necesarias. Porque yo sigo viendo imprescindibles las de Lucía, Julián o Flenden. De cualquier modo, tomo nota de la opinión de cada lector y, seguramente, aunque sea mi subconsciente, hará retraerme en el futuro. Pero una cosa tengo clara: no voy a cercenar la libertad de los personajes. El protagonista principal de mi próxima novela, en una de estas explotará, y entonces escupirá sapos y culebras por esa boca, y tendrá sus razones para hacerlo. Y no seré yo quien le diga que no lo haga porque habrá lectores a los que no gustará el carácter moralizante que puedan tener. Para eso, mejor no escribo.

Yo hago siempre lo que me apetece, sin importarme mucho la opinión de los demás. Escucho, eso sí, y si me parece sensato acepto los consejos, pero si no, siempre prevalece mi opinión. Mis criaturas son mías. No puedo estar más de acuerdo con Enrique. Además, en la vida las piezas no son exactamente blancas o negras. Mira, esto la diferencia del ajedrez.
-En qué trabajas ahora, literariamente hablando…
-Estoy en algo muy distinto a mi primera novela: no es un thriller y la trama, los personajes o el escenario donde se desarrollan los acontecimientos no tienen nada que ver. Sin embargo, vuelven a aparecer muchas cosas conocidas: realismo, ciencia ficción, amor, odio, solidaridad, lucha, agonía, angustia, emoción...
          -¿Qué te parece todo esto de los blogs, la difusión que se les está dando a autores que no cuentan con el apoyo de potentes editoriales?
          -La labor de los blogs es encomiable. Yo, desde luego, no tengo palabras para agradecer el trato que me han dispensado, sin conocerme de nada. Pero también es cierto que el mundo de los blogs se mueve en un circuito hasta cierto punto cerrado. Me explico: El eterno olvido ha sido reseñado con éxito en más de cuarenta blogs. Eso implica que 500 personas, 1000, puede que 2000, conozcan la novela. Pero hay un gigante que se llama Amazon que puede convertirse, si no lo es ya, en el juez que decide qué autores serán los más leídos. No se trata de una imposición autoritaria, pues los lectores son los que eligen, pero yo, desde luego, desconozco la clave que hace que alguien prefiera un título y autor desconocidos antes que otros.

          Yo tengo algunas sospechas, y se las hago saber.
      —Mi opinión sobre esto es que hay gente que domina determinadas herramientas de marketing que no todos conocemos. He visto que muchos ponen sus novelas ciertos días en descarga gratuita y bombardean a sus contactos para que se las descarguen, para subir puestos en el ranking. Sin embargo, ¿quién asegura que todas esas descargas se convierten en lecturas? Si piensas que eso es lo que te hace visible para las editoriales, o incluso para los potenciales lectores, está bien, pero la calidad, lo que la novela transmite, debería prevalecer siempre y supongo que es así al final. Si se la descargan y no la leen…
     -Es cierto que existen muchas estrategias, desde la que mencionas hasta cambiar constantemente la fecha de publicación para que la novela siempre figure en las listas de novedades, pero, independientemente, creo que el cliente estándar de Amazon es un tipo singular, con un determinado rango de edad, cultura y estatus económico. Y le importa mucho el título, la portada y el precio. Lograr captar su interés será muy importante en el futuro. De hecho, ya lo es: recordemos que una conocida editorial  acaba de apostar por autores que están triunfando en Amazon.

    Sonrío. Conozco a algunos de ellos y no sólo porque haya leído sus novelas. Me alegré muchísimo cuando surgió la noticia. Sé que esto está cambiando, pero todavía estamos entre dos aguas y a todos, me parece, nos ilusiona un poco más el papel que el mundo digital. Me cede gentilmente las piezas blancas y me dice:
          —Realiza tu primer movimiento. No importa si sabes o no mover. Esto es una batalla, un reto, una aventura. ¿Qué harías en primer lugar? ¿Dónde te gustaría estar?

Me sudan las manos, no tengo ni idea. Me pregunto si en el fondo Enrique no habla de ajedrez sino de la vida, dónde me gustaría estar, pero dejo de lado esos pensamientos. No me quiero distraer. Yo tengo las piezas blancas (plateadas para ser exactos) y después de dudar mucho me decido por desplazar uno de los peones minifalderos. Me acuerdo que mi primo Manuel, de pequeños, me dijo un día, tumbados en el suelo de mi habitación, antes de aburrirse de mí que avanzaban hacia la casilla de delante. En la primera jugada, podían ser dos casillas. Miro a mi peón a los ojos, por si me hace un guiño, pero está muy serio. No parece tener ganas de ayudarme. Es el que me queda más a la derecha.
          —Muy bien, Mayte. Podrías haber dado un solo paso, pero optaste por dos. Sin embargo, a la vez que demuestras que no eres timorata, tomaste un peón alejado, para esperar acontecimientos desde un lado del tablero. Valentía y prudencia. Yo voy a mover mi peón de rey dos pasos para hacerme con el centro. Desde allí controlo todo el campo de batalla. Con la práctica comprenderás que debes luchar por el centro desde el principio, que esperar o plantar cara cediendo el mando solo acarreará sufrimientos.

    ¡Vaya! Un solo movimiento de una pieza de ajedrez y descubro que me define casi a la perfección. Este juego sí que es especial. Una vez decidido el inicio le pregunto más cosas. No quiero distraer a Enrique, pero es que me acuerdo de repente del túnel de Laerdal. Me siento tan perdida como Samuel.
   — ¿Por qué encerraste a tu personaje en un túnel? ¿Tiene algo de simbólico?
La idea inicial no era esa, pero luego vino como anillo al dedo. “La vida es como un largo y negro túnel donde nos empeñamos en no ver la luz”.

      Nos centramos en la partida. Enrique, con paciencia, me va enseñando movimientos y, poco a poco, empiezo a entender algo. Sin darnos apenas cuenta el tiempo pasa y, finalmente, cuando ya me estoy perdiendo, me dice que me ofrece tablas. Le agradezco la cortesía y nos despedimos con un "hasta pronto". Si no nos encontramos en una partida de ajedrez nos encontraremos en esta gran partida que es la vida. De momento ambos somos peones de la literatura dispuestos a aprender para convertirnos en los reyes del tablero.


Enrique Osuna
Mayte Esteban