lunes, 16 de junio de 2014

ESTA PRIMERA VEZ...

               Hay días señalados en el calendario predestinados a ser únicos. Son esos de las primeras veces, las que recordamos para siempre porque inauguran marcadores vitales: la primera vez que nos enamoramos, el primer día que entramos en el colegio, la primera vez en el instituto, el primer día de trabajo... Casi para cada una de ellas cualquiera puede encontrar la muesca que nos dejaron impresa en el alma, justo al lado de una foto que alguien tomó para apoyar a la memoria en el futuro.

               Estoy viviendo una época atestada de primeras veces, de marcadores que se inauguran y que provocan cosquillas por dentro, las del miedo a lo desconocido que a la vez es lo que más deseas.

               La Feria del Libro, para alguien que ha crecido entre libros, dentro de una biblioteca, siempre ha tenido un significado especial. Se celebra la imaginación, es una cita de tres: el autor, el lector y el libro. La he visto durante años como espectadora, paseando a lo largo de la calle y creo que no me había atrevido a soñar que un día estaría al otro lado hasta 2013. Aún no lo había contado, apenas unas cuantas personas de mi entorno sabían que mi novela estaría en papel en este 2014 y aunque yo he seguido dudándolo hasta el último día se empeñaban en decirme: «vas a estar ahí».

Y así fue.

Otra primera vez.

El día amaneció despejado y caluroso, no me podía creer que a las ocho el termómetro de la terraza marcase casi 20 ºC. La mañana transcurrió entre rutinas y preparativos, con ese ritmo extraño que adquiere el tiempo cuando quieres que pase rápido pero a la vez no deseas que se mueva. Mis sensaciones siempre se debaten en una contradicción y en este caso era mucho más evidente porque sé que el próximo año no estaré, quizá nunca más esté en la Feria al otro lado, así que las dos horas en la caseta tenía la obligación conmigo misma de exprimirlas. Había llegado el día, mi día, envuelto en unas circunstancias no demasiado propicias: la Selección española de fútbol debutaba en el Mundial de Brasil y ya sabemos lo que pasa cuando hay fútbol... Así que, con el miedo en el cuerpo, después de comer, me monté el coche rumbo a Madrid.

Me duermo en el coche. En cuanto arranca me siento arrullada cual infante en los brazos de una madre amorosa, cierro los ojos y me sumerjo en un sueño que fulmina el tiempo de viaje. Eso cuando no me pongo a leer porque, curiosamente, si me monto detrás me mareo si hacer nada pero en el asiento del copiloto me puedo pasar horas y horas con los ojos pegados a una novela sin que mi estómago se resienta. Sin embargo, este viernes, no fui capaz. Los nervios, la impaciencia, me mantuvieron alerta, observando el tráfico a mi alrededor, consciente de que no era un día propicio para evadirse.

Fui cantando, rememorando otro tiempo que dejé atrás porque en la vida hay etapas que cuando se agotan solo son recuerdos a los que acudir cuando nos ponemos nostálgicos. Me acordé, quizá por aquello de que también era día de estreno, de los primeros escenarios. Puede que ahora haga algo diferente pero la sensación es la misma: una mezcla de deseo y pánico pellizcándote por dentro.

               Hubo que hacer una pausa en el recorrido para que Ulises se quedase con alguien. Acaba de cumplir un año y tiene una energía que agota a quien esté a su lado, así que no era buena idea que me acompañase. Desde que lo adoptamos revolucionó nuestras vidas que ahora siguen su ritmo más que el de ningún otro miembro de la familia. Tiene el desparpajo de la inocencia, la vitalidad de la infancia y un peso que no hay brazo que resista media hora sujetándolo, así que decidí que no podía venir conmigo. Sé que hubiera disfrutado mucho porque si algo le entusiasma son las caricias de la gente a las que responde con esa mirada que parece siempre estar sonriendo. Pero salta. Y eso tampoco hay quien lo controle de momento, así que tenía no podía acompañarnos.

               El siguiente tramo de coche mi mente se entretuvo en algo que sé que no hay que hacer: adelantaba acontecimientos, trataba de imaginar cómo sería todo. Sé que al final este ejercicio solo sirve para destemplar los nervios porque en mi vida no hay guion, todo discurre trastocando los principios lógicos, sorprendiéndome más que cualquier trama de novela que pueda llegar a crear. Luego me dicen que invento, que mis historias tienen un punto en el que la verosimilitud se quiebra pero es que lo real, lo que me rodea, es incluso más inverosímil la mayoría de las veces.

               Llegué al Retiro arropada por las personas que más me quieren y a buen paso alcanzamos la caseta de Ediciones B, la 222. Estaba en un extremo de la larga fila de las que integran la Feria del Libro de Madrid así que me dio tiempo a ponerme más nerviosa. Supongo que cuando alguien me ve piensa siempre que no lo estoy pero lo que pasa es que no se me nota, salvo que me conozcas bien. Los nervios son los que me hacen dudar constantemente del año en el que vivo, del día que es y hasta del nombre de las personas, que cambio a mi antojo. ¿Verdad, Jorge? (Lo siento, te juro que estaba convencida de que te llamabas David).

               Antes de la hora, después de un pequeño refrigerio para combatir el sofocante calor de la tarde, ya estaba preparada al lado de Nati en la caseta (qué mujer más especial, le mando un abrazo). Creo que eran las siete y un minuto cuando estampé la primera firma. Me gustaría acordarme del orden en el que fueron viniendo a verme. Quisiera poner todos los nombres para agradecer personalmente el esfuerzo de acercarse con el calor que hacía pero temo que se me olvidará alguien, que en mi despiste me dejaré a alguna persona por el camino, así que, lo que haré será ponerlos en las leyendas las fotos que adjunto. Creo que es necesario que esta vez comparta todas las que tengo, aunque me cueste la vida subirlas. Resumiré diciendo que fue un goteo constante de blogueros, que vinieron amigos, que estuvieron compañeros de la Facultad,... Hubo lectores conocidos y se apuntaron nuevos, incluso firmé un libro que ya ha tomado rumbo a Italia.

               Me acompañó la autora gaditana María José Tirado, que firmaba su novela Mangaka. Lágrimas en la arena. Mano a mano fuimos charlando con los lectores, charlando entre nosotras cuando la situación lo permitía, nos hicimos montones de fotos y recibimos visitas emocionantes como las de varias autoras de romántica que son un referente en nuestro país (otra vez os envío a las leyendas de las fotos). Cada una se llevó la novela de la otra y estoy segura de que no tardaré mucho en leerla porque las vacaciones están ahí, a la vuelta de la esquina.

               Creo que, al final, lo hice mejor que la Selección, aunque ellos ganaron en aforo.  Metí bastantes más de cinco goles y no me consta que encajase ninguno (bueno, seamos serios, raro sería que alguien viniera a devolver un libro, que es lo más parecido que se me ocurre). Como prometí, lo disfruté, viví la experiencia a tope y sé que el número 222 para mí tendrá siempre un significado más.

Cuando abandonamos el Retiro, Madrid seguía sumido en una calma extraña. Las terrazas de la calle de Alcalá, a pesar del bochorno que invitaba a sentarse y dejar pasar el tiempo al lado de una cerveza, aún tenían mesas libres. Íbamos a buscar el coche pero de pronto esa tranquilidad nos hizo pensar que quizá era el mejor día para dar un paseo nocturno hasta el centro con los niños. Y eso hicimos. Nos dejamos seducir por las luces que destacan las líneas de los edificios y paso a paso alcanzamos la Gran Vía.  Ida y vuelta para relajar emociones, para asentar sensaciones y para regresar a la realidad de escribir.

Eso es lo que seguiré haciendo siempre, creo que a mi edad ya es imposible que este hábito lo abandone. No sé si habrá luces, ferias, entrevistas o presentaciones en adelante pero no importa porque para mí lo importante es esto que hago ahora mismo: sentarme delante de una pantalla y transformar mis sensaciones en palabras, convertir las historias que circulan por mi imaginación en las novelas que comparto.

Ese es el plan.

Vivir intensamente cada nueva aventura.


La visita de Iván fue de las primeras. Tuve que salir de la caseta, por supuesto.

No estoy triste, es que me canso de posar... 

Iván, como si lo hiciera toda la vida






Daniela es mi amiga, compañera de la Universidad. Vino con la familia, con sus preciosos mellizos, con Ralf y su padre Cosimo, que se llevó mi libro a Italia.



Con Almudena

Margálida Ramón, que vino desde Mallorca.

Con María José Tirado, autora de Vergara.

Vino a vernos Nieves Hidalgo.

María Loreto, Gema, Pepa y yo. Detrás de la caseta que había sombra.


Cosimo, mi lector italiano en el centro de la foto.




Con Manuela Marín, qué guapa es.

¿Habéis visto? Vino Julio G. Castillo, de quien tengo que aprender mucho.

Despidiéndome de Yolanda.

Se me ve en la cara la felicidad, ¿verdad? Como para no, ¡¡¡Isabel Keats!!! 

Con Juan Manuel.

De su nombre no me acuerdo... ¡sorry!

Rocío Castrillo atenta a la cámara, está acostumbrada. Yo, haciendo el tonto.

¡Qué guay! Vino Mar.