martes, 6 de enero de 2015

MAGNUS LITERATURE

Si cierro los ojos y pienso en la Literatura, la de verdad, la que se estudia, encuentro un nexo común en todas las obras: la marca de su tiempo, del momento en el que fueron escritas. Aunque a veces la fantasía se cuele en el argumento, como es el caso de El Quijote, el paisaje donde se mueve la novela es real, un reflejo de esa sociedad en la que vivió Cervantes, que permanece enganchado en cada línea. Una manera de hablar, de sentir, de conducirse en la vida que supo plasmar, más allá de la locura de un hombre que había leído demasiados libros de caballerías.

Claro que no todo lo que se escribe con ese poso de realidad se quedará, porque influyen más factores: capacidad del autor para transmitir, profundidad de sus reflexiones, habilidad para convertir las palabras en música, facilidad para atrapar la atención de quien lee, maestría para emocionar… Cuando estas y otras muchas cosas confluyen en un libro el lector, el buen lector, lo siente. La pócima que se empezó gestando en la mente del novelista recibe la gota del último ingrediente y la magia fluye.

Encontramos Literatura. Enorme. Magnífica.

Quizá nunca se pueda decir de mí que he escrito literatura. Es más que posible que no escriba nada que aporte algo al mundo, pero lo reflejaré a través de mi espejo. Tal como lo siento. No sé si sabré transmitir, profundizar, que las palabras se conviertan en notas musicales y de ellas surja una melodía que atrape las emociones del lector. No sé si lograré mantener su atención y removeré sus sentimientos.

Seguro que nada de lo que escriba trascenderá más allá de los muros invisibles de mi pequeño mundo, pero viviré mucho más tranquila si permito que las palabras no se me atraganten dentro, si dejo que salgan sin el miedo que a veces me acompaña. Voy a emocionarme.

Otra cosa será descubrir si escribo literatura.


O no.