miércoles, 27 de enero de 2016

UN PUZLE QUE NECESITO ORDENAR

Si has llegado hasta aquí y pretendes leer la entrada, ponte cómodo, vas a tener para un rato porque tengo ganas de escribir. De recapitular, de sentarme a poner en claro cosas. Es una charla que no espera respuesta y, quizá, hasta tenga un poco de confesión.

En septiembre de 2010 empecé a escribir una novela. Acababa de volver de unas vacaciones un tanto accidentadas y los días siguientes me tuve que quedar en casa, así que me puse a escribir. Entonces tenía autoeditadas dos novelas en Lulu, ambas con su versión en papel, y otra, El medallón de la magia, reposaba en un cajón. Detrás del cristal tenía el setenta por ciento del camino recorrido, pero tropecé con un escollo que paralizó el proyecto. Por alguna razón algo no encajaba en mi cabeza y preferí dejarla reposar un tiempo antes de lanzarme de nuevo a ella.

Sin embargo, necesitaba escribir.

Arranqué con un relato en el que tenía el detonante claro, pero me entretuve, como he hecho en otras novelas, trazando la semblanza de los principales personajes. Uno a uno, en capítulos breves, los fui presentando y cuando tenía todas las cartas sobre la mesa, cuando todos se habían dejado ver, comenzó la historia.

Justo en ese momento, la abandoné.

Dos mil once fue el primer año de actividad de El espejo de la entrada, el primero en el que presté atención al blog. Llevaba abierto tres años, pero yo no tenía conexión a internet, así que actualizarlo de manera habitual era bastante difícil. ¿Cómo, os preguntaréis, me las había arreglado entonces para publicar dos novelas a través de la red y mantener, aunque fuera de manera precaria, un blog? Sencillo, usando la señal wifi de mi cuñado los domingos por la tarde. En tres o cuatro horas ponía al día el blog, visitaba todos los que seguía (eran pocos) y aún me sobraba tiempo para descubrir páginas de autoedición y subir novelas, sin pensar en las consecuencias que aquello tendría en mi vida.

Era solo una manera de pasar la tarde de domingo.

A principios de 2011 tuve, al fin, conexión propia. ¡Ya tenía internet! Bueno, no era para tirar cohetes, era un USB lentísimo, al que se le acababa la descarga el mismo día que entraba la tarifa en marcha, pero que, con paciencia, me ayudó a que el espejo empezase a reflejar con regularidad.

De la novela esa que empecé en 2010, ni me acordaba.

En realidad se me olvidaron un poco todas, mis libros tenían su propio ritmo en papel y yo no pensaba en mí como escritora, sino como alguien que había escrito un par de historias graciosas, que la gente cercana había acogido bien. Incluso me sorprendió que en abril de 2011 aparecieran las primeras reseñas de mis novelas, porque venían de tan lejos que me parecía eso, que esta era una historia simplemente curiosa. México. El Salvador. Chile. Argentina. Yo se lo contaba a los míos y me miraban con cara de “tú estás mal de la cabeza”, y reconozco que a veces lo pensaba.

El verano de 2011 fue especialmente tedioso.

No había nada especial que hacer, ir al parque con los niños y poco más, así que dediqué muchas horas a repasar El medallón de la magia, a intentar pulirlo un poco. Nada de tocar Detrás del cristal o la empezada, en realidad creía que mi historia literaria tenía que cerrarse con la autoedición de El medallón, la primera novela que había dejado que alguien leyera y que me animó a presentarme a los concursos de relatos que gané en 2008 y 2009, y me empujó a autoeditarme, pero aún no la sentía lista. Publicarla, para mí, significaba cerrar un ciclo, una aventura. No tenía intención de ir más allá, ni de que las novelas en el cajón encontrasen su final.

Descubrí Facebook.

Es curioso porque tenía un perfil desde 2008, creo, pero no entraba. O sí, pero cuando lo hacía me aburría muchísimo, pero una de las veces que lo abrí ese verano descubrí unas cuantas cosas. La primera de ella, un club de lectura online, algo que me encantó, porque era complicado para mí encontrarme con alguien de quien hablar de los libros que leía. La segunda, un grupo fantástico, Algo más que lecturas, que aglutinaba a lectores y escritores. La tercera, que la gente publicaba allí los enlaces de las entradas de sus blogs. Se me ocurrió hacerlo y las visitas al espejo se dispararon.

Encontré razones poderosas para hacerle caso a la red social.

Un día recibí un mensaje. Un autor se ponía en contacto conmigo para que leyera su libro. Si quería, me mandaría un ejemplar digital. Con una Tablet recién estrenada me hizo ilusión y fue el primero de varios que siguieron el mismo camino. Tantos que un día me di cuenta de que no era capaz de llegar a todos. Y de otra cosa, algo que pasé por alto en ese primer mensaje: esos escritores lo eran igual que yo. Todos eran autoeditados, aunque en sus páginas lo primero que pusiera fuera ESCRITOR y al principio no me diera cuenta de que no había diferencia. Yo también escribía. Yo tenía libros y la experiencia de haber dado alguna charla, pero por alguna razón, durante mucho, mucho tiempo, no me sentí a su altura.

En las Navidades de 2011 tuve un momento chulita, que le llamo yo. Leí una novela de éxito. Al terminarla me dije que si eso estaba publicado por una editorial, podía hacer lo mismo con los ojos cerrados. Empecé otra novela, olvidándome de aquella de 2010 y de Detrás del cristal, y en febrero de 2015 confirmaría mis sospechas: fui con ella finalista del premio HQÑ de novela. ¡Claro que era capaz! Pero eso es una historia que contaré otro día.

Aún no había empezado el baile, en realidad.

En 2012, luchando contra el miedo que me provoca emprender siempre un nuevo camino, empecé a subir mis novelas a Amazon. Primero el medallón, para cerrar ese ciclo y experimentar en algo nuevo, y después las otras dos, con la intención de que estuvieran todas juntas. Los resultados en ventas y en aceptación no solo superaron mis expectativas. Sucedió algo más, que me guardo para mí, importante de verdad, pero que no supe ver en aquel momento. Me seguía sintiendo extraña y hubo quien puso todo su empeño en que además me viera pequeña.

Ese verano, tras cerrar temporalmente el espejo, terminé Detrás del cristal.

Seguí con ella en otoño y en Navidad, y para febrero la publiqué y mi vida dio un vuelco. Creo que 2013 ha sido mi mejor año con diferencia. Reconocimiento, premios, dinero (también), un contrato editorial… y, a la vez, fue el peor porque me siguieron haciendo verme pequeña y mi salud se quebró. Empecé el año con sobrepeso, poco, pero lo justo para plantear ciertas medidas de control, que siempre aplazaba. Terminó el año y veinte kilos se habían volatilizado de mi organismo. Y con ellos la alegría. Y las ganas. Y las sonrisas. Y el ímpetu con el que siempre he encarado los retos de la vida y los nuevos proyectos. Luché por sobreponerme, pero hubo momentos realmente complicados.

Esta también es otra historia, una de esas en las que quieres creer en el karma con todas tus fuerzas, para que quienes la provocaron un día reciban su “premio”. Aunque me consta que hay quien ya lo tiene en casa. Para toda la vida cargando con él. Solo deseo que le sea leve.

En el verano de 2013 me pidieron que acabase la novela empezada en 2010. Lo hice. Fui capaz de encontrar las palabras que le faltaban a la historia, disfruté mucho con ella y el resultado me encantó. Después de hacerme correr me dieron largas y más largas, y no fue hasta el verano de 2014 cuando por fin se leyó. La respuesta fue poco entusiasta, un contraste tan brutal con lo que me habían dicho los lectores cero en los que confío, que no entendía nada y además la propuesta para publicarla no me gustó en absoluto. La rechacé, cerrando una puerta para siempre, una puerta que nunca voy a pensar que fue un error abrir, pero que resultó un tanto decepcionante. Me sentí como si después de atravesarla alguien hubiera cerrado detrás de mí, hubiera apagado la luz y me hubiera dicho: anda, guapa, apáñatelas para salir de aquí.

Otra historia para otro momento, me temo.

No duró ni dos semanas el “disgusto” porque mi teléfono sonó. Un sí enorme para publicar esta historia, ya mismo, sin pensárselo. Todo muy bonito, promoción espectacular… dos días después de haber dicho que sí, justo cuando tenía que enviar el archivo di marcha atrás porque no me convencía en absoluto. ¿Por qué? Pues porque habían dicho que sí sin leer una sola palabra de la novela y eso no me parecía ni medio sensato. Creo que al asomarme a la puerta lo vi tan oscuro como la otra vez. Había recuperado peso con mucho esfuerzo y en dos días lo estaba volviendo a perder de manera alarmante, así que no era bueno para mí salud, y tengo claro que eso es siempre lo más importante. Mi sensación ahora, pasado el tiempo, es que no me equivoqué rechazando aquello.

Hace unos meses recibí el primer “no” para ella de otra editorial. No la veían en su catálogo, es difícil de ajustar a un género concreto.

Y sentí un alivio inmenso.

Ya sé que esto suena contradictorio, pero no lo es para mí. Tengo claras dos cosas con esta novela: que es buena (lo siento, lo percibo, como lectora que soy desde que me salieron los dientes y creo que se distinguir) y que no voy a hacer el idiota con ella, que quiero dignidad para estas palabras. Está escrita como se tiene que escribir, como me gusta que se escriba, como las novelas que me emocionan a mí cuando leo. No voy a compararla con las de nadie, sería imbécil si me atreviera a hacer algo así, pero hay autores de ahora, publicando en estos momentos, que escriben en los mismos parámetros y están siendo súper ventas. O al menos llevan varias ediciones con sus novelas.

Soy consciente de que yo no soy nadie en esto y es mucho riesgo publicar algo sin el happy end enganchado hasta en el título. Demasiadas bolas negras para confiar en que salga la roja, así que entiendo que en tiempos de crisis no se juegue sin ir a lo seguro.

Puede que no encuentre a nadie dispuesto a apostar por ella. Nadie que le ofrezca lo que busco, pero en el cajón no pide nada, no tengo prisa, nadie me espera. Quienes quise que la leyeran lo han hecho, así que puede hasta quedarse para siempre ahí. Sé que ahora hay al menos dos personas que se están tirando de los pelos al leer esto, pero es mi decisión. Es mi criatura y tengo derecho a decidir. O a cambiar de idea, llegado el caso.

¿Es la mejor de las que he escrito?

Sí.

Rotundo.

Mejor que Detrás del cristal, premio a la mejor novela sentimental RNR 2013.

Mejor que La chica de las fotos, finalista del certamen internacional HQÑ 2015, esa que escribí en mi “momento chulita”.

Mejor que Su chico de alquiler, nominada  tres categorías a los premios Chick Lit 2013.

Mejor que La arena del reloj, de la que todo el mundo se queda con un buen recuerdo.

Mejor que El medallón de la magia, divertida y simpática, que convence ella solita a los profes para ser lectura de clase.

Mejor que Brianda, la novela más larga que he escrito, donde me lo he pasado pipa con la parte histórica.

Y todas han sido top, y todas han vendido bien, y ninguna le llega a los tobillos a esa otra novela empezada en 2010.

¿Llegará su día?

Ni idea. A lo mejor me da una vuelta a la cabeza y la presento a un concurso cualquier día de estos. O acaba siendo hasta mi obra póstuma, pero me da lo mismo. Yo sé que eso era lo que quería escribir.
Y lo hice.

Ahora estoy escribiendo otras. Porque no sé no escribir. Porque es mi manera de expresarme. Porque con palabras escritas no hay silencio, por mucho que no suene música ni haya gente a mi alrededor.


Porque el puzle de mi vida son millones de letras que necesito poner en orden.