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viernes, 27 de mayo de 2011

¡QUÉ ESTRÉS!

Odio los finales de curso, no sólo porque las tareas y los exámenes se amontonan, sino porque, para colmo, los niños salen una hora antes del colegio. Antes, cuando había clase por la tarde, aún lo podía entender; el calor aprieta en Castilla a la que te despistas, y por las tardes salir pronto es criminal. Además, está el hecho de que, con el calorcito, los pequeños se quedan medio dormidos, y no rinden nada. Pero ahora, con la jornada continua, me parece una tomadura de pelo. Para veinte días que quedan tendremos que cambiar la hora de la comida, habrá que correr más de lo normal y, por supuesto, tendré una hora menos de calma. (Me explico, una hora en la que no los oiré tirarse de los pelos, insultarse, protestar porque no les gusta la comida, renegar porque no quieren hacer los deberes… y todas esas cosas que te parecen normales cuando eres pequeño pero que a tu madre la sacan de quicio…)

Y hay algo más. ¡Cómo no! Todos los años hay que hacer una función de fin de curso. Hasta ahora ha habido suerte y los papeles que nos han tocado han sido de dos líneas y media, pero este año tengo en casa a Caperucita Roja, con sus nada menos que catorce intervenciones que habrá que memorizar. Y eso sin contar con que el otro venga histérico porque tiene que bailar!!!!

Hay épocas del año en las que ser mamá no es fácil. Ésta y Navidad (se amontonan fiestas y cumpleaños) son de infarto. Espero sobrevivir…