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domingo, 5 de febrero de 2012

PREVISIONES PARA HOY

Miro por la ventana, salgo al patio y lo único que siento es un frío helador, pero ni rastro de la neive que se supone que nos iba a hacer una visita hoy. Y me alegro, ¡cómo para no alegrarse! Tengo que volver a casa y no quiero repetir aventura.

Hace ya un tres inviernos tuve que viajar a Guadalajara un sábado. Mi abuela estaba en el hospital y esa noche quería quedarme con ella. Las previsiones del tiempo anunciaban nieve pero no les di demasiada importancia. En Segovia nieva antes que en Madrid, y si en ese lado de la sierra no había caído un copo no tenía por qué temer nada. De todos modos consulté en internet la información meteorológica, y hasta las cámaras de la DGT. Nada. Todo tranquilo.

Treinta kilómetros después de empezar el viaje, la lluvia se transformó en nieve. Suave al principio, nos acompañó en la subida a Somosierra. No parecía para tanto... ¿No? En menos de tres kilómetros la nevada arreció, las quitanieves no llegaron a tiempo y se armó un atasco monumental. El avance por la carretera se complicó por segundos y la velocidad del viaje se redujo drásticamente: cinco kilómetros por hora. Habíamos salido a las cuatro de la tarde de casa. Todavía quedaba tiempo para llegar al hospital antes de que nos cerraran la puerta, a las diez de la noche.

El ritmo fue parecido durante las tres horas siguientes. Afortunamente mi niña, muy pequeña entonces, se había dormido y no se despertó en casi toda la aventura, pero mi hijo, ¡se hacía pis! Cuando sus súplicas se intensificaron hasta convertirse en una amenaza (la de utilizar el coche como servicio) en una de las paradas obligadas le dejamos salir del coche. La vergüenza, esa que siempre le acompaña, se la dejó en el asiento de detrás. ¡Cómo estaría!

Los kilómetros más complicados pasaron y avanzamos despacio, aunque a buen ritmo teniendo en cuenta lo anterior. Nos desviamos hacia Torrelaguna cuando ya era noche cerrada, pero tampoco parecía que hubiera problemas aquí. ¡Ilusos! Lo peor estaba por llegar. Una pequeña cuesta helada se había convertido en una trampa, todos los coches se quedaban atascados en ella. En ese punto, quien necesitaba salir del coche era yo. ¡Urgente! Así que, ante la prolongación de la espera, me aventuré a buscar un lugar resguardado de miradas. Las piernas se me hundían hasta las rodillas en la nieve y finalmente encontré un sitio. Me quedé a gusto pero volví con los pantalones empapados por la nieve. Ya eran las ocho y media de la tarde. Al final pusimos las cadenas (más bien esas bolsas que cubren las ruedas y hacen el mismo efecto) y logramos superar la cuesta y al montón de coches que se habían rendido hasta que vinieran las quitanieves (si es que venían). Con esta operación, mi abrigo acabó también sucísimo.

Al final llegamos a Guadalajara, paré en un centro comercial para comprar algo que me sirviera de cena y entré en la habitación de mi abuela casi al límite de la hora.

Por si eso no fuera suficiente, en la siguiente nevada que pillamos en carretera ¡pinchamos!

Hoy, miro al cielo y espero que se equivoquen con las previsiones porque tengo que volver a casa. Y no me apetece tardar cinco horas, la verdad.