Sinopsis:
Reseña del
editor, extraída de Amazon.
Auster vuelve la
mirada sobre sí mismo y parte de la llegada de las primeras señales de la vejez
para rememorar episodios de su vida. Y así, se suceden las historias: un
accidente infantil mientras jugaba al béisbol, el descubrimiento del sexo, las
masturbaciones adolescentes y la primera experiencia sexual con una prostituta,
la rememoración de sus padres, un accidente de coche en el que su mujer resulta
herida, una presentación en Arles acompañado por su admirado Jean-Louis
Trintignant, la estancia en París, una larga lista comentada de las 21
habitaciones en las que ha vivido a lo largo de su vida hasta llegar a su
actual residencia en Park Slope, sus ataques de pánico, los viajes, los paseos,
la presencia de la nieve, el paso y la herida del tiempo... En definitiva, un
magistral autorretrato. «Paul Auster ha construido uno de los universos más
inconfundibles de la literatura contemporánea... Realmente está en posesión de
la varita de un mago» (Michael Dirda, The New York Review of Books). «Un
escritor cuya obra brilla con originalidad e inteligencia» (Don DeLillo).
Mis impresiones:
Pocos
libros, últimamente, me han tocado tanto. Diario
de invierno no es una novela, es la autobiografía del escritor
norteamericano Paul Auster, y lo que
en realidad me movió fue la manera que elige para narrarlo. Auster, en su línea
de contravenir las normas (algo que siempre hacen los grandes y lo hacen muy
bien) elige contar su propia vida en segunda persona, de manera que el lector
parece escuchar a un narrador que le está contando al propio autor su
trayectoria vital.
Atípica, personal, magistral.
Pero no
se queda en eso, lo hace además de manera desordenada, con fragmentos suelos,
anécdotas que no siguen necesariamente una secuencia temporal y que tienen
distintos nexos, dependiendo del tramo de la novela en el que te encuentres. A
veces son las casas en las que ha vivido, escenarios en los que sitúa los
momentos vitales que le han ido formando como persona. A veces se centra en
familiares claves (su padre, su madre, las relaciones con ambos y con sus dos
esposas) y en cada uno de esos instantes va desvelando algo de sí mismo.
No es
la historia lo que importa, las anécdotas, son los sentimientos, los
pensamientos de Auster que nos
recuerdan, en su manera de narrar, que también es un poeta. El libro está
plagado de metáforas, enumeraciones eternas, giros del lenguaje que colocan el
texto en un plano difícilmente alcanzable.
Leyéndole entiendo aún más que estoy
en proceso de aprendizaje, me siento pequeña y a la vez muy próxima a él porque
en algunas de sus reflexiones sobre la escritura me estoy viendo tan reflejada que
a veces es como si tal o cual frase pudiera haber salido de mi boca. Porque
esta lectura me ha descubierto que no soy única, que hay alguien, con una edad
muy distinta a la mía, que ha crecido en una sociedad diferente, que tiene
ciertos rasgos en su alma que lo convierten sentimentalmente en una gemela de
la mía. Asusta. Asusta mucho porque compararse con alguien así suena
pretencioso, vanidoso y cualquier cosa menos humilde pero no lo puedo evitar.
Me veía ahí, escribiendo con apenas doce, como él. Pensando que esto es una
parte tan grande de mí que sin ella no sabría seguir.
En
cuanto al anecdotario de la novela, me quedo con las actas de la comunidad de
vecinos que redactaba su mujer. ¡Fantásticas! Normalmente son un coñazo y ella
hacía que entrasen ganas de recibir una. Bueno, supongo que se le escapaba que
también es escritora.
¿Lo
recomiendo? Sí, pero no sé. Es extraño, aunque a mí me ha resultado fascinante.