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miércoles, 3 de agosto de 2016

LISTONES


El otro día hablaba con mis chicos de la infelicidad de los autores románticos del XIX. Eran idealistas, buscaban con desesperación lo absoluto, pero sus anhelos se veían constantemente insatisfechos, lo que les llevaba a la frustración. La realidad y sus ideales chocaban y eso les hacía rebelarse contra las normas morales, sociales, políticas y religiosas. Buscaban escapar del mundo hacia el pasado o lugares como oriente, lejanos y exóticos, que para ellos representaban la vía de escape necesaria para encontrar la libertad que ansiaban.

Se me quedaron mirando con cara de ¿qué has dicho?

Entonces, como sé que para que te entiendan no hay que explicar las cosas del mismo modo, sino buscando un ejemplo que se adecue a su nivel de comprensión, les puse un ejemplo.

¿Qué pasa si pretendéis saltar una valla a veinte centímetros del suelo? Enseguida respondieron que era posible. ¿Cómo os sentiríais? Bien, lo hemos logrado. Supongamos entonces que la valla la elevo a… un metro. ¿La saltaríais? Se lo pensaron, pero llegaron a la conclusión de que quizá lo lograsen, no es una altura imposible. La sensación al conseguirlo sería la de haber superado un reto. Entonces, hice la última pregunta: ¿Y si la pusierais veinte centímetros por encima de la cabeza? Concluyeron que esa altura era una quimera, que lo más posible sería que no fueran capaces. Entonces entendieron a los románticos: la frustración, el desengaño, las ganas de dejarlo y, en su caso, de buscar cualquier cosa que les hiciera olvidarse de la maldita valla inabordable.

Me decía una niña ayer en el parque que le resultaba imposible entender las explicaciones de una de sus profesoras, porque hablaba con un lenguaje “raro”. Palabras que no captaba y explicaciones que eran las mismas que las del libro, pero que le causaban una sensación de inquietud porque no entendía nada y llegó un momento en el que tomó la decisión de no preguntar, porque… ¿para qué? La profesora le repetía lo mismo con las mismas palabras y seguía sin entenderla.

Esta mujer pone el listón muy alto. Quizá las palabras que elige son las adecuadas… para otro público, pero no para niños de primero. ¿Nadie le ha hablado de las tres características que tiene que tener un discurso? Coherencia, cohesión y adecuación, porque si no, la comunicación se convierte en un listón insalvable, que provoca frustración y desencanto. Abandono, como el de esta niña que ha decidido no volver a hacer una pregunta en clase. La idea de que es mejor irse a cazar Pokemon que nutrirse de unos conocimientos que alimentan el espíritu crítico y que, aunque parezca que no, se pueden aplicar a temas muy cotidianos.

Lo que les pasaba a los románticos, nos pasa a todos cuando el listón en nuestras vidas lo ponemos demasiado alto. Las expectativas nos frustran y el abandono extiende su bandera y nos hace apuntarnos a sus filas.