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lunes, 3 de julio de 2017

ARAÑAZOS EN JULIO

Me estaba acordando de la primera vez que me di un golpe con el coche. La verdad es que siempre he sido muy lenta para todo, para lo bueno y para lo malo, y tampoco con esto fui una niña precoz. La primera vez que le hice un arañazo al coche tenía ya 25 años.

Como todas las primeras veces, la recuerdo con bastante nitidez.

Era un día de diario y yo me encaminaba al trabajo. Hacía tiempo que mi Opel corsa verde (horroroso) había cogido la insana costumbre de dejarme tirada, así que mi padre me dejó su coche, (un Volkswagen Passat nuevecito que además era TDI y gastaba bastante menos combustible) para que recorriera la Alcarria en mi fascinante trabajo de contar farolas y revisar el estado de las carreteras sencundarias, las redes de saneamiento y distribución de agua y los consultorios médicos de pueblecitos perdidos de la mano de Dios. No preguntéis qué clase de trabajo era este, yo tampoco tengo muy claro que alguna vez le dieran utilidad a mis pesquisas, pero el caso es que entre la Diputación y el Ministerio de Administraciones Públicas me pagaron por hacerlo. Y yo lo hice lo mejor que supe.

El caso es que me fui al garaje, arranqué el coche, salí de la plaza con todo el cuidado del mundo y me encaminé a la rampa (trampa mortal) que un arquitecto iluminado puso como salida del garaje. Una rampa en curva y tan empinada que parecía que ibas a volcar hacia atrás cuando subías. Hice la rutina de todos los días: le di al mando mientras estaba abajo, esperé a que se izara la puerta y después subí. No era plan quedarse esperando en medio de la rampa a que terminase la puerta de abrirse. La luz del día se reflejó en la pared y supe que podía empezar a subir.

Aceleré.

Y entonces, sucedió.

Otro iluminado, esta vez conductor de un coche blanco, lo había dejado aparcado justo en la puerta del garaje. No, no subí como una loca y le di, si es lo que estáis pensando, me dio tiempo a ver el coche y a tomar la decisión de parar. Y la puerta, por supuesto, empezó su descenso.

Tampoco me atrapó la puerta, tuve los reflejos de dejar caer un poco el coche para esquivarla.

Simplemente, me quedé ahí, en mitad de la rampa, sin saber qué hacer. Minutos y minutos de angustia, con el pie en el freno, sudando como una posesa, bloqueada porque no tenía ni puñetera idea de cómo salir del atolladero. ¿Dejaba el coche en plena rampa, con el freno de mano puesto y me iba a buscar al dueño del coche blanco? ¿ Volvía a la plaza y ese día me lo tomaba libre del trabajo alegando que no podía salir del aparcamiento? ¿Me ponía a gritar? ¿Lloraba?

Hice esto último, presa de los nervios.

Al rato, como algo había que hacer además de llorar, que no solucionaba nada, decidí volver a la plaza de aparcamiento. La única manera era hacerlo marcha atrás, algo que presentaba una doble o triple o cuádruple dificultad. Primero estaba mi escasa pericia. No era buena idea. Segundo, que estaba en cuesta, y tenía que maniobrar hacia abajo. Uf. Siguiente, que tenía que dar una curva. Madre de Dios. Última de las dificultades: no había luz. Tenía que hacerlo a oscuras, solo con la tenue luz de la marcha atrás...

Lo intenté.

Intenté volver hacia la plaza de aparcamiento, pero lo único que conseguí fue dejarle al coche de mi padre una súper huella en todo el lado izquierdo: las dos puertas acabaron con las huellas de mi torpeza en la chapa porque me tragué la pared. Eso sí, pude soltar al fin el freno.

Y llorar a mis anchas.

No sé cuándo se me ocurrió darle al mando para intentar salir, pero cuando lo hice el atontado del coche blanco ya no estaba. Pude abandonar el garaje y me fui al trabajo de mi madre (al de mi padre primero no me atreví, pero no porque me fuera a decir nada -se descojonó de risa de mí cuando se enteró, él era así- sino porque siempre me costó muchísimo no ser perfecta a sus ojos).

A ese primer percance con el coche han seguido otros similares. Por suerte nunca me he dado con nada en movimiento en mis casi 30 años de conductora, pero las pobres columnas de los garajes y hasta una hormigonera portátil de esas pequeñitas que hay en las obras han sufrido mi torpeza. Mis coches llevan todos huellas mías (al último ya le han borrado hace poco el golpe que le di con el carrito de la compra, que también soy capaz de hacerles muescas sin ni siquiera poner el culo en el asiento del conductor). Ya han sido tantas veces que cuando me doy, me río.

Es que no lo puedo evitar. Los arañazos del coche son un poco como los que te va dando la vida. Al principio, aunque sea muy leve, aunque no haya pasado nada, hacemos una tragedia. Después, con el tiempo, aprendemos que el mundo no se cae por eso, que sigue girando y que todo lo que se puede reparar, se repara. Y lo que no, se sustituye por otro. Y si no tiene sustituto, aprendemos a vivir con el arañazo y punto.

 Aprendemos que no hay manera de esquivarlos aunque pongas todo el cuidado del mundo.

Los meses de julio tienen una particular afición por llenarme de arañazos. Año tras año le he ido haciendo muescas a otra carrocería, la de mi corazón. Es un mes de pérdidas, decepciones, tropezones... de los que he ido aprendiendo. Quizá este mes me toque hacerle un arañazo al coche o a mi corazón, pero no será la primera vez.

Será solo una muesca más.

Una con la que aprenderé a convivir. Seguro.

10 comentarios:

  1. Reconozco que me has hecho llorar de risa, supongo que tu lo pasarías fattal pero olé tu forma de contarlo. Tus dos últimos párrafos ya no me han echo reír sino pensar. Ver esa perfecta metáfora de los arañazos. Cuando la vida decide (ella tiene siempre la última palabra) hacer de las suyas, siempre quedate con la enseñanza que deja, no siempre visible a simple vista

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    1. Lo mejor es el contraste entre esa vez y el "uy", como mucho, si le doy ahora. No sé si es resignación, que ya sabes que es sufrir a lo tonto o que he llegado a la conclusión de que no merece la pena. Igual que con los arañazos de la vida. Van a estar ahí, te pongas a llorar o te pintes una sonrisa y sigas.

      Además, ¿y si con el tiempo descubres que lo que parecía un contratiempo se acaba convirtiendo en el principio de algo mejor?

      Piénsalo...

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  2. Si lo cuentas así lo más lógico es partirse de risa. Te comprendo tanto. Lo de las puertas es muy peligroso y los vecinos también. Las columnas tienen la mala costumbre de moverse.
    Los arañazos de los otros, cuanto más lejos, mejor.
    Besos

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    1. Luego dicen que es ficción, pero yo creo que las columnas tienen vida propia.

      Besos

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  3. En solidaridad contigo, arañé mi coche contra una columna el viernes pasado. Y en un aparcamiento, por supuesto. En mi caso, no suelo hacerlo, pero la prisa que llevaba me hizo calcular que me quedaba un centímetro de margen con el coche de al lado y otro con la columna. Me equivoqué, el del coche sí existía; el de la columna, no.
    Lo de solidarizarme con los arañazos del alma en Julio ya me cuesta algo más, pero vaya, que me pondré a ello por si acaso.

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    1. Pero hombre, no te solidarices con los arañazos del coche, que los chapistas no son precisamente baratos... y los otros, creo que no se eligen. Si fuera así, te aseguro que no me los había pedido. Echar de menos es una de las cosas que peor llevo en el mundo.

      Besos!!!

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  4. Una forma muy cómica de contarnos los arañazos de tus coches y los de tu corazón. Todos tenemos un mes en el que la vida nos ha dejado más arañazos, creo que el mío es agosto, y no sólo me ha dejado arañazos, si no grandes cicatrices. Espero que se convierta en un buen mes en el futuro porque, cada año, lo temo. ¿Superstición?
    Te preguntaré en agosto qué tal ha ido tu julio de este año.
    Besitos.

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    1. Solo os he contado uno. He tenido entre mis manos media docena de coches... tengo para que os riáis un rato. Por ejemplo, una vez, con el Corsa, mi padre me dijo en el aparcamiento del Alcampo de Alcalá: "Cuidado con el banco". Iba a preguntar de qué banco me hablaba cuando lo noté. Menos mal, ese coche era feo como un demonio pero el verde le daba consistencia de tanque y no tuvo que pasar por el taller.

      Julio es una caca. Espero que este me deje en paz. Ya hace seis años de la muerte de Javi y once de la de mi padre.

      Besos

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