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miércoles, 10 de enero de 2018
TODAS LAS HISTORIAS ESTÁN CONTADAS
Desde hace mucho tiempo, todas las historias están contadas. Quizá por eso, porque sorprender cuando has leído tanto te parece una quimera, porque sabes que por mucho que te esfuerces no vas a descubrir la pólvora -que ya está más que descubierta- hace tiempo que perdí las ganas.
La pasión.
La ilusión.
El empuje que a menudo me hacía soñar, perseguir los sueños y cumplirlos.
Y he ido dejando poco a poco de aporrear el teclado y de buscar esos finales que tanto me cuestan, concentrándome en dos cosas: este blog, donde escribo textos cortos que calman la ansiedad por las palabras y la lectura, los libros en los que me pierdo.
Así he estado un tiempo.
Pero ha llegado un momento en el que me he dado cuenta también de dos cosas (pienso las cosas a pares): la primera es que, por mucho que las historias estén contadas, siempre existe la posibilidad de hacerlo de otra manera. La mía, mi manera de narrar, es solo mía. Tiene mi ritmo, mis pausas, mi sintaxis a veces desordenada. Las frases cortas que de pronto rompen el ritmo de unas oraciones más largas. Mis pausas y lo que cuento sin escribir, porque flota entre las líneas, para que los que saben leer lo encuentren y los que no tampoco se vuelvan locos. La que soy cuando en lugar de hablar, escribo.
La segunda, que si no encuentro esa historia que me apetece leer, puedo escribirla. Hay personas que no son capaces, pero yo sí. Mejor o peor, pero puedo hacerlo.
Así que, la conclusión es que, aunque todas las historias estén contadas, no tengo más remedio que contar las mías. Porque nadie lo hará igual y porque hay alguien que me espera.
Yo misma.