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viernes, 25 de mayo de 2018

LA EMOCIÓN A FLOR DE PIEL

Ayer fue un día emocionante. Mi hijo mayor celebraba su graduación, el final de su etapa en el instituto, y antes de presentarse a la temida EBAU, sus compañeros y él organizaron una fiesta a la que estábamos invitados padres y profesores.

El acto incluía la entrega de orlas, los tradicionales discursos y algo más. Ellos son así, siempre tienen un extra que ofrecernos y con el que sorprendernos. Además de que cuatro alumnos cantaron, tocaron el piano y la guitarra, otras hicieron un discurso de alumnos a tres voces y dos más recitaron poemas, prepararon un emotivo acto para José Ramón, su profesor de Lengua y Literatura, que este año se jubila. Reconozco que cuando Kamar leyó para él el poema de Celaya, Educar, se me escaparon unas lágrimas, porque creo que no hay palabras más bonitas que dedicarle a alguien que se ha pasado la vida enseñando que esas.

Remataron esa tarde especial otorgando unos premios. Como si aquello fuera la gala de los Oscar, nos fueron presentando a los nominados a las distintas categorías. No me acuerdo de todas, pero sí algunas: al más quejica, al rey de los pasillos, a la frase célebre... Nos hicieron reír un montón con esto, creo que todo el mundo entendió que era una broma que le puso el broche perfecto a una tarde que estoy seguro que no olvidarán con facilidad.

Ni ellos, ni yo.

Ahí estuve, como madre en toda regla, tan nerviosa como mi hijo, que se encargó de presentar el acto. Y estuve nerviosa porque yo era una de las dos madres que hablaron en nombre de los padres. Cuando me lo propusieron, la verdad es que me asusté un poco y dije que no, pero después de unos días pensé que a veces hay que darle una patada al miedo y salir al escenario (nunca mejor dicho).

Y que llueva.

Elena y yo hablamos de lo que íbamos a decir, más que nada por no repetirnos, y después de que ella dijera sus palabras, me tocó a mí el turno. Tomé aliento y pise las tablas de este escenario con seguridad, como si lo llevara haciendo toda la vida.

Solo tuve que imaginar que estaba sola en casa, porque ver no veía nada: los focos ciegan.

Anoche, al volver a casa, me preguntaron si podía dejarles mi discurso por escrito, y he pensado que el mejor sitio es este blog, que es también mi casa, donde guardo mis palabras para que no se las acabe llevando el viento (o el camión de reciclaje del papel). Así que ahí lo dejo.

Sé que hay cinco minutos de vídeo, pero se ve muy mal y se oye bajito. Si consigo otro, quizá lo rescate.

Ahí va...

"Hace unos días, Elena y yo nos reunimos para poner en común nuestros discursos. Casi nada más empezar, nos dimos cuenta de que eran gemelos, que las dos habíamos ido a parar a los mismos lugares comunes que se espera que digan los padres en los discursos de graduación.


Considerando eso, decidimos que lo más sensato era hacer algo distinto.

Elena se encargaría de leeros unas páginas de agradecimientos y de consejos y yo… yo iba a coger el micrófono y hablaros.

Cada vez que lo ensayaba, a mí me salía algo diferente. Si estaba inspirada, el discurso quedaba hasta chulo, pero como tuviera muchas cosas en la cabeza, me perdía, me iba de un tema a otro… y teniendo en cuenta que ni siquiera estaba nerviosa porque estaba sola… pensé que no era buena idea.
Por eso, ayer mismo, decidí que tenía que sentarme a escribir las tres cosas que os quiero contar. Que sé que quedaría mucho más bonito salir aquí y hablar, pero en la vida, de vez en cuando, hay que ser prácticos.

No tirarse a la piscina cuando está vacía, porque es probable que te abras la cabeza.

Y empezar por alguna parte, si os dais cuenta, llevo un rato dando rodeos. Tal vez es porque, aunque nos sintamos orgullosísimos de que ya estéis a punto de batir las alas, a los padres nos cuesta un poquito enfrentar lo que significa este momento. Aceptar que en nada dejaréis vacía la habitación que habéis ocupado desde chiquitines. Cabe hasta la posibilidad de que no volváis. Y eso, que es algo que siempre hemos tenido presente, porque nosotros mismos nos marchamos de la casa de nuestros padres un día, no es sencillo de asumir.

Que vale, que sí, que tenéis que haceros mayores y formaros, y trabajar, y pagarnos las pensiones porque si no, esto no funciona, pero cuesta saber que, a partir de septiembre, la puerta de vuestra habitación no hará falta cerrarla por las noches, que el rato de las comidas se volverá algo más silencioso y que para daros un beso habrá que esperar a que volváis los viernes.

Suerte que todavía queda un verano para llegar a esta etapa.

Veréis. Cada vez que terminamos una etapa, como la que cerraréis la última vez que atraveséis la puerta del instituto como alumnos, abrimos otra. Cada final siempre es el principio de otra cosa. Este final que celebramos hoy, es el principio de un camino que os conducirá a las metas que cada uno os habéis propuesto.

Seguro que en vuestras mentes ya sabéis lo que queréis. Algunos habréis decidido ser médicos, pintores, mecánicos, ingenieros, abogados o poetas. Habéis hecho vuestra elección particular y ahora os toca tomar aliento y empezar a caminar para conseguirla. Estaremos con vosotros, pero solo de apoyo, ya sois adultos en edad de votar, a partir de ahora las decisiones son solo vuestras, a nosotros solo nos queda estar ahí para escucharos.

Y dejar que empecéis este capítulo tan importante de vuestras vidas solo con la ayuda de unas instrucciones que os hemos ido dando desde casa o desde el instituto, como un mapa o una brújula que os sirvan de guía en la vida. Y hablando de esto. No sé si alguien os habrá contado alguna vez que a los escritores, que de alguna manera somos constructores de vidas, nos califican en dos grupos: los de brújula y los de mapa.

Los de mapa, tal vez como fue Galdós, planifican todo. Se sientan, deciden el principio, el final, el número de capítulos, las escenas y cada personaje, llenan el corcho de notas y sus libretas y sus mentes de apuntes y, para cuando se lanzan a escribir, lo tienen todo tan claro que recorren el camino en muy poco tiempo.

Los escritores de brújula, como me imagino a Pio Baroja, algo más caóticos, saben dos cosas: dónde están al principio y dónde quieren llegar. Se dejan llevar por la intuición, de vez en cuando sacan la brújula por si se han perdido, pero no planean todo. Tardan un poquito más, pero llegan.

Sean de brújula o de mapa, todos los escritores que conozco tienen algo en común: disfrutan el camino, viven ese proceso con plenitud porque saben que la esencia de su trabajo no es escribir la palabra fin, sino todas las que están delante de ella.

De alguna manera, la escritura es como la vida.

Da igual si entre la salida y la meta te llevas el mapa (o el GPS) o vas con una brújula. Da igual si tardas más o menos en llegar a tu destino, si te empeñas y trabajas, lo conseguirás. Hasta lo imposible he descubierto que sucede. Lo que ocurre es que SOLO TARDA UN POCO MÁS.

Por eso vengo hoy a deciros en nombre de vuestros padres que creáis en vosotros mismos y, tarde o temprano, os será posible alcanzar vuestras metas, por muy locas o altas o lejanas que os parezcan. Trabajad en ellas, porque sin trabajo, siento deciros que las cosas solo suceden por casualidad. Con él, podréis ser hasta capaces de repetir.

En ese tiempo, en ese camino que vais a emprender nada más atravesar la puerta del instituto, no os olvidéis de disfrutar. No lo olvidéis porque eso es la vida, lo que sucede entre lo que soñamos y ver cumplido el sueño, entre nuestra casilla de salida y las metas que nos planteamos. Entre la puerta del instituto y la siguiente graduación, por ejemplo. Estad atentos, no perdáis nunca de vista que no será un ensayo, es la vida.

Es única.

Con aciertos que nos harán felices.

Con errores que nos harán más sabios.

Y no perdáis de vista que ese camino, la vida, son también unas vacaciones que hay que disfrutar. Que no solo las grandes metas alcanzadas producen satisfacción extrema.
Por ejemplo a nosotros, a los padres, con un beso y una sonrisa vuestra, nos basta.

Lo último ya. En mi oficio se dice que cuesta lo mismo sentarse a escribir una buena novela que una mala. Ya que os ponéis, que la vuestra, la de vuestra vida, de la que hoy arranca un capítulo, sea la mejor posible.

¡A por la vida, que os espera ahí fuera!"