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sábado, 30 de marzo de 2019

MI EXPERIENCIA ESCRIBIENDO SOLA Y ACOMPAÑADA

Al principio, yo escribía sola. Cogía un cuaderno, empezaba a contar lo que se me pasaba por la cabeza, y ni siquiera sentía la necesidad de compartirlo. Lo hacía justo hasta el momento en el que me cansaba y dejaba la historia abandonada, cual madre desnaturalizada que se deshace de su criatura sin remodimientos. Por lo general, las abandonaba sin final. Todavía conservo algunos de aquellos cuadernos, aunque estarían mejor quemados. De hecho, ese es mi plan para ellos en cuanto sospeche que me queda poco de vida.

O para cuando tenga tiempo libre, lo que llegue antes.


En algún momento, cambié de estrategia y empecé a escribir acompañada por mi hermana Marta. No es que escribiera conmigo, es que ella era quien leía con paciencia mis relatos, cada capítulo de las novelas que escribía y era la que me hacia comentarios. Solía ser muy blanda en sus apreciaciones críticas, y la verdad es que, si no me ayudó mucho a progresar, lo que sí consiguió fue que no me desmotivase.

Eso es importante.

 Fue la primera en saber de Su chico de alquiler, se leyó con paciencia una distopía que medio escribí entre primero y segundo de BUP y se moría de risa los sábados por la noche, cuando volvíamos a casa después de salir hasta las tantas y yo me dedicaba a convertir en ficción muchas de las cosas que nos habían pasado esa semana.

A nosotras o a cualquiera de nuestros amigos.

La historia que salió de ahí nunca verá la luz, pero fue genial escribirla. Mientras mi hermana se desmaquillaba y se ponía el pijama, yo escribía. Es concienzuda, me daba tiempo. Después, mientras ella leía, yo me desmaquillaba y me ponía el pijama y, cuando apagábamos la luz de la habitación que compartimos hasta los 27 años, todavía nos reíamos un rato de las idioteces que se me ocurrían.

Cuando ella se fue a estudiar a Inglaterra, me tuve que conformar con escribir para la única lectora que tenía: yo misma. No eran tiempos de internet, o al menos nosotras no teníamos acceso. Fue una época rara, echaba mucho de menos a Marta, y no solo como lectora: era mi hermana, mi amiga, mi cómplice... Esa especie de medio tú con el que algunas veces tropezamos en la vida. Estaba tan nostálgica que mi padre me dio una patadita en el culo y me mandó a vivir con ella a Chelthenham, durante la última etapa de su beca erasmus. No sé si para que no diera el tostón con que la echaba de menos, para que aprendiera inglés o porque se quería quedar a solas con mi madre y estábamos tardando las dos mucho en largarnos de casa. En Inglaterra no escribí nada.

Creo que ni siquiera dormí en todo el tiempo que pasé allí.

¿No me creéis? Tengo fotos... Mi hermana es la alta. La de la cara de sueño soy yo.




El caso es que cuando volví, tardé mucho en retomar la escritura. Me empezaron a pasar muchas cosas. Me casé, me vine a vivir a Segovia, tuve un hijo, me cambié de casa, luego tuve una hija...

Ocho años.

Ocho años en los que apenas puse una palabra detrás de otra. Ocho años que fui muy feliz porque viví muchos sueños. Escribir era uno de ellos, pero en ese momento no tuve ningún problema en aparcarlo para dedicarle mi tiempo a otros que tienen los ojos y el pelo negros y una sonrisa encantadora.

Cuando regresé a la escritura, lo hice a solas. Ya no estaba mi hermana, no había redes sociales -al menos no para mí- y cuando finalmente compartí mis novelas con alguien, ya estaban terminadas. 

La primera novela que escribí con compañía fue Brianda. Cada poco, mi lector cero me leía y casi todos los días teníamos conversaciones sobre los personajes, le contaba cómo imaginaba la trama o mis descubrimientos al investigar la época en la que transcurre. Las novelas que llegaron después también siguieron de algún modo ese proceso. Era pura magia poder contar con comentarios antes de terminar, charlar sobre los personajes hasta humanizarlos. Sentirlos como reales porque las conversaciones sobre ellos eran muy reales. Vivir la historia incluso antes de teclear y absorber ese extra de entusiasmo que a mí me da sentirme comprendida.

Hace tiempo, sin embargo, que he vuelto al principio por circunstancias. Escribo de nuevo en soledad. Nadie sabe de mis historias, de por dónde voy con la trama o los giros que he pensado; no las comparto, como no compartí nada durante mucho tiempo. Siento que todo fluye más despacio y es menos emocionante, pero también es más mío. Y eso, esa privacidad, creo que también es de valorar. Es una intimidad con quienes forman parte de mí que perderé en cuanto los exponga.

Últimamente estoy volviendo al principio en muchas facetas. No sé si es nostalgia. No sé si he tirado los dados en el juego de la oca y algo me ha devuelto a la casilla de salida. No sé si es que el silencio es muchas veces más gratificante que tanto ruido. 

No lo sé .

Solo sé que hace tiempo que guardo muchas más palabras que las que comparto. Ya no estoy tan segura de querer que me acompañen, debe ser la edad, que me está volviendo gruñona y solitaria.

O, tal vez, solo tal vez, es que he encontrado a una persona que merece la pena y que me entiende a la perfección y no necesito a nadie.

Yo misma.

sábado, 23 de marzo de 2019

NULLAM IDEAM TRANSFERENDUM

Empiezo con el título del post en latín, un guiño a la saga de la que voy a hablar en esta entrada. Latín sé menos que inglés, así que he recurrido a Google y a saber si eso que he escrito es latín o una idiotez, pero ha quedado tan mono como uno de los hechizos del libro. Seguro que sabéis de qué libros estoy hablando.

Por supuesto...


Pero, ¿por qué os estoy contando esto? Tal vez porque hoy hace 11 años que abrí este blog y estos libros tienen también su parte en que yo me haya acabado dedicando a escribir.

Empiezo...

Cuando se publicaron los libros de Harry Potter, primero los leí en inglés primer y después en castellano, porque el primero de ellos cayó en mis manos en este idioma. Me resultó tan sencillo seguir el discurso, a pesar de que mi nivel de inglés es mínimo, que me lo ventilé en tres días. Después, cuando fueron saliendo los siguientes los compré de nuevo en inglés, porque quería retarme. Y, lo confieso, porque no tenía paciencia para esperar los seis meses que tardaban en salir en español.

Durante mucho tiempo, pensé que era una adulta rarita, impaciente por leer una saga juvenil que no me correspondía por edad. Un elemento discordante de la naturaleza, una anomalía. Un día, en el parque, averigüé que no era la única. Que el mundo está lleno de gente anómala, que no sigue los esquemas preestablecidos.

Que a los casi 40 leen sagas juveniles y son tan felices, por ejemplo.

Mientras mis niños jugaban, yo hablaba con una mamá de Bilbao que estaba de paso en el pueblo. Fuimos acotando en la conversación aficiones comunes y acabamos llegando a los libros. Para ella, una viajera, alguien que en los últimos años había vivido en muchos sitios, incluso durante dos años a bordo de un barco mercante, los libros eran un salvavidas. Pensé que leería "cosas de mayores", pero para mi sorpresa me dijo que con lo que estaba más fascinada era con otra cosa. Me contó que le encantaba Harry Potter, que era una auténtica fan atemporal. Le dije que a mí también, que yo era otra rarita y me encantaban. Tanto que ya había acabado la saga, y que me gustaba cómo había terminado la historia en el séptimo libro.

"¿Tú también te la has descargado de internet?", me preguntó, segura de que había hecho lo mismo que ella para saber el final, antes de que se publicase en España. Faltaba algo más de un mes para el lanzamiento en español.

Le dije que no, que lo había leído en inglés, la edición de Bloomsbury -como buena fan tengo la primera- y que, como los anteriores, me lo había bebido porque J.K. Rowling escribe para niños y no me resultaban en exceso complicados, pese a mi inglés normalito. Ella me contó que se había descargado la traducción de una página, pero que, al contrario que a mí, no le había gustado demasiado. Le parecía demasiado previsible y fantasiosa, y algunas cosas, como que Harry y Hermione acabaran enamorados no se lo terminaba de creer, porque ella siempre había pensado que la empollona acabaría con Ron.

Yo pestañeé tres veces, sonreí al instante y le dije:

"¿Pero tú de dónde has sacado esa historia?"

Le conté que nada de lo que me decía era así en mi libro, así que lo más probable era que hubiera descargado una de esas historias que escriben los fans. Nos reímos un rato y le hablé de algo que no compartía con adultos, por si acaso pensaban que soy más rara de lo que ya piensan. Movida tan solo por el impulso de teclear palabras, y también para concederle un capricho a una de mis niñas, fan también del niño mago, traduje los siete primeros capítulos de Harry Potter and the Deathly Hallows. Con mi nivel de COU, donde apenas saqué un seis...

Sin miedo, porque solo esta niña y yo lo íbamos a leer.

Entusiasmada por la idea de leer el principio de verdad, esta mamá me preguntó si se lo podría dejar. Al día siguiente volvimos a quedar en el parque y le pasé en un pendrive mi traducción. Se lo llevó, lo imprimió, y nuestro tercer encuentro, mientras los niños jugaban en ese parque, no lo he olvidado.

-Tienes que traducirla entera, por favor, no me puedo quedar con la intriga -me dijo.
-Es que queda muy poco para que la publiquen y este libro es un tocho, no merece la pena -le contesté.
-¿Cómo que no? -me pregunto-. Está genial lo que me has pasado, nada que ver con la basura que me leí.
-Que no me da tiempo, ¿no ves que tengo niños pequeños?

El caso es que no seguí y ella se quedó con la duda hasta que la novela se publicó. Para mí, lo mejor llegó en ese momento, cuando ya la había leído y volvimos a encontrarnos:

"Pues a mí me gustó mucho más tu traducción, la manera que tenías de contarlo. Era lo mismo, pero no era lo mismo. Las estuve comparando y me quedo con la tuya".

Tuve que confesarle dos cosas: la primera, que cuando algo no lo entendía, o bien me lo saltaba o le echaba imaginación, y la segunda, que me había pasado la literalidad por el forro, que mi intención era contar su historia lo mejor que pudiera para mi niña, no hacer una traducción editorial, entre otras cosas porque mi inglés es de andar por casa.

En zapatillas.

Y en pijama.

Y sin peinar...

Ella me dijo que eso le daba igual, que había algo en lo que yo había escrito que no tenía esa otra traducción, una magia extra, independiente de la de Harry, que convertía en especiales unos folios impresos en la papelería.

-Tú lo que tienes que hacer es escribir.

No se lo dije, por supuesto, no me atreví a confesarle que lo hacía; me faltaba al menos un año para "salir del armario", para dar el paso de decir a algunas, solo algunas, personas de mi entorno que en mis ratos libres escribía historias, pero empecé a pensar que quizá podría intentarlo. Que tal vez no fuera mala idea sacudirme los miedos y dejar que otros ojos valorasen mis palabras. Tenía un montón de historias a medias, pero se imponía empezar de cero.

En ese momento, arrancó la escritura de El medallón de la magia.

Traduje sin tener ni idea, pero esa locura me dio un empujón hacia el lugar en el que me encuentro ahora. Y sé que, aunque muchas veces este camino haya sido duro, ha merecido la pena.