Querida Mary E. Davenport:
Tal vez hayas pensado, al recibir esta carta, que al fin te contestaba Camille. O John Lowell. O James Payne para contarte las dificultades de una vida por la que temes. Pero no es así. Quien te escribe esta carta ni siquiera es una mujer de tu tiempo, sino alguien que ha sido testigo de tu historia de viva voz y a través de unas letras maravillosamente escritas y quiere mostrarte ahora su más profunda admiración.
No he tenido la suerte, o tal vez la desgracia, de formar parte de la sociedad inglesa de principios del siglo XX a la que has pertenecido tú, pero nada me hubiera gustado más que haber sido testigo directo de la vida de la mujer fuerte, valiente y un tanto rebelde que demostraste ser, una mujer que a pesar de su juventud y palpable inexperiencia afrontó vientos en contra que la hicieron tambalearse, que abrió los ojos al mundo feroz al que la empujaron sin más armas que las de sus propias manos, su ingenio y ese orgullo perdido en tantas y tantas otras coetáneas tuyas y que tú desempolvaste, dando una lección incluso a más de una de las que ahora conocerán tu historia.
Han sido muchos los inconvenientes por los que has pasado: algunos, tomando forma fuera de ti, como esa guerra maldita que tanto sufrimiento causó; otros, dentro de tu corazón y en nombre de un amor reñido con las costumbres, las imposiciones y los designios de un padre a cuya voluntad te debías. A pesar de lo pudieras sentir.
No sé si quien lea tu historia te juzgará; aunque lo dudo. Yo no lo he hecho, al contrario, he sentido hacia ti una empatía inmensa. He deseado con todas mis fuerzas que te sonriera la vida y, sobre todo, el amor. Que uno de los dos hombres que compartían tu existencia te correspondiera con la intensidad que merecías, con la misma que sentías tú.
Yo hoy me siento emocionada por que el mundo te conozca. Sí, ya sé que no aciertas a comprender la razón; no sabes ni siquiera quién soy. Pero eso no importa. Mis mejores deseos están contigo y con aquella otra mujer que ha querido que tus vivencias vean la luz.
Espero de todo corazón que tú, mi desde siempre querida Mary, conquistes a todo aquel que tenga a bien abrirte las puertas de casa. Que tenga a bien escucharte. Que tenga a bien mirarte a los ojos mientras te encuentra entre las líneas de tus hojas de papel.
Recibe un cordial abrazo. O como solemos decir en mi tiempo:
¡Un besazo enorme!
Pilar.
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