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domingo, 17 de febrero de 2019

UNA SEMANA SIN MÓVIL



Mi primer teléfono móvil data de 1997. Fue uno de esos enormes de tarjeta, de los que cada llamada llevaba a agotar la recarga de saldo y tenías que pensar si lo usabas o mejor caminabas hasta la cabina más próxima, que por el mismo dinero te daba para hablar muchísimo más. (También era de los que servían como defensa personal, porque estoy segura de que si se lo tirabas a la cabeza a alguien podías llevarlo al hospital de lo tocho que era.)

En esos primeros años yo tenía un teléfono móvil fijo. Eso significa que el teléfono, equipado con la última tecnología del momento, que permitía algo impensable solo una década antes -hablar por teléfono andando por la calle-, tenía un sitio fijo en mi casa y de ahí no se movía. No sentía esa necesidad de ir pegada al aparato y, además, creo que en ese primer celular no se podían mandar mensajes, lo que te ataba mucho menos.

O yo no tenía ni idea.

O tampoco había mucha gente con teléfono a la que mandar mensajes.

Han pasado casi 22 años y a día de hoy casi parece imposible vivir sin un teléfono en el bolsillo. O más bien en la mano. Ayer, en Madrid, me dediqué a observar a la gente por la calle y casi todos lo estaban usando mientras caminaban.

Bueno, pues yo voy a hacer una terapia de una semana sin él.

Casi.

La verdad es que podría decir que es parte de un experimento, una cura de desintoxicación, una decisión madura para demostrarme que yo no soy una adicta a él como todo el mundo... Pero no sería "la verdad". La verdad es que siempre voy corriendo a todas partes y me lo he dejado en casa de mi madre. Vamos a separarnos más de cien kilómetros por mi despiste crónico.

No sé en qué quedará todo esto, supongo que redescubriré cómo era la vida cuando tenía un móvil fijo. Ni móvil móvil.

;)