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domingo, 16 de junio de 2019

NADA



Leí La historia interminable cuando era poco más que una niña y lo que más me costó imaginar de aquel mundo que Ende nos ponía delante fue la nada. Esa nada inmensa yo no podía imaginarla. No podía ser la negrura de la noche ni el blanco de las nubes. Tampoco, la verdad, la imaginaba como una espesa niebla que se lo comía todo. Era la ausencia absoluta y, para mi mente de niña, imposible de imaginar.

He crecido y sigo pensando en la nada, pero no en la de Ende, sino en la nada que te engulle a veces en la cotidianidad. Esa nada, para mí, es pasar un día sin que me aporte algo.

Sin escribir.

Sin leer.

Sin mantener una conversación interesante.

Sin recibir o dar un beso o un abrazo.

Eso es la nada.

En los dos últimos meses, quizá ya casi tres, me siento engullida por la nada. Sumado a distintos problemas de salud que no se solucionan, he tenido que afrontar pérdidas personales, algunas muy inesperadas. La debilidad de tener las defensas descontroladas me agota y no escribo lo que querría, no disfruto leyendo, no avanzo ni siento muescas de esas que me hacen sentir viva del todo. Me falta algo para seguir sintiéndome plena.

Esperaba el verano como una promesa de tiempo para ponerme en marcha, pero no sé si lo conseguiré. No solo necesito tiempo, sino también recargar las baterías. Encontrar la motivación, si no es posible en mí misma, en lo que me rodea. Pero pasan los días, me pierdo en rutinas que cada vez me llevan más tiempo aunque sean las mismas y la vida se me escapa sin darme cuenta. Creo que me hace falta un chispazo para reaccionar.

A ver si si encuentro el enchufe.