Hay historias que a veces se esconden de nosotros, se disfrazan para que nos cueste encontrarlas y, durante mucho tiempo, nos hacen dar vueltas y vueltas, teclear sin rumbo hasta que, de pronto, se dejan ver. Solo hay que decirle a ese narrador mentiroso que se aleje, a esa protagonista impostora que deje ver a quien tiene detrás, a ese escenario disfrazado que descorra el telón y descubra la verdad.
Eso es lo que pasó con esta novela.
El narrador que se había hecho con el mando de la historia no era el adecuado, la contaba mal, no transmitía todo. Dejaba por el camino muchos fragmentos y, aunque latía lo mismo, todo quedaba pálido y deslucido. Luego estaba el protagonista, vestido con ropas de mujer, imitando con descaro y poco acierto. Todo lo que decía sonaba falto de alma, porque estaba fingiendo ser ella cuando era él. Y, para terminar, la ciudad se había hecho pasar por una más glamurosa, porque no sé en qué manual de las novelas que tienen éxito debía haber leído que quedaba bien ser cosmopolita.
Hasta que me harté.
Largué al narrador, le dije al protagonista que dejase de esconderse y sacudí toda la sofisticación para vestirla de mi ciudad literaria. Ya estaba bien de esconderse, ya era hora de empezar a llamar a las cosas por su nombre. Ya no valía eso de poner el acento en la sílaba que no es la tónica, porque la distorsión solo dejaba una voz que sonaba desafinada.
El impostor era el título de esta novela y creo que jamás he escrito nada a lo que le quedase mejor un título de los que se me habían ocurrido. Porque esta que he contado es solo una de las razones que podrían justificar que se llame así. Todos los elementos de la novela estaban fingiendo, volviéndose otros. Sin embargo, no era la única. Había al menos otras dos. Confieso que me sentía como una bailarina ejecutando en el escenario la danza perfecta, hasta que recibí un correo en el que se me decía que no podía llamarse así. En el último momento, di un paso en falso y tropecé, desluciendo lo que había sido mi más sublime interpretación artística.
Qué se le va a hacer, a veces las cosas no suceden como las planeamos.
Me llevé un buen disgusto -no lloré, ya he aprendido a serenar algunas reacciones viscerales relacionadas con esto- y me puse a pensar en otro título. Otro que pudiera transmitir lo que quería. ¿Y sí...? ¿Y si todo era mentira? ¿Y si llevaba años detrás de muchas mentiras? ¿Y si mis personajes también?
En efecto, esta novela está llena de mentiras, por dentro, por fuera, en su concepción y en su ejecución, y el traje, aunque lleva otra tela y no es el mismo que yo pensé, también le sienta como un guante.
Una cosa más. Es mi novela más masculina, y con ello quiero decir que si eres hombre no te vas a sentir incómodo en ella. Ya sé que saldrá con Top Novel y los prejuicios no se sacan ni con agua caliente, pero no es solo una historia de amor. La hay, porque la vida está llena de emociones y una de ellas, quizá la más importante, es el amor. Yo sé hablar de esto, de hecho he escrito varias novelas de amor, así que, por qué no darle una parte en la novela. Al fin y al cabo, hasta los autores de novela negra intentan meter una historia de amor en muchas de sus tramas. ¿Por qué negársela entonces a esta novela, aunque de lo que hable de verdad es de libros, de literatura, de escritores fantasma, de un mundo editorial que está cambiando y se tiene que adaptar y de eso que todos soñamos, de escribir un best seller?
¿Y si al final nada es verdad?
Pues un poco de todo esto es Años de mentiras. En unos días la tendréis en vuestras manos. Si queréis.