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jueves, 19 de mayo de 2022

LA MUERTE DE UN ESCRITOR

La vida me ha enseñado que uno no elige lo que le afecta. Igual que no elegimos lo que nos pasa, al menos no todo, porque el azar tiene mucho que decir en ello, tampoco podemos prever qué es lo que nos va a hacer una muesca en el alma, o por qué.

Ayer murió Domingo Villar.




Podría reproducir su biografía, hablar de sus logros, pero no voy a hacerlo porque, sencillamente, ninguno de ellos me hizo coincidir con él. Simplemente, un día, agarré uno de sus libros y lo leí. Sin expectativas previas, sin saber quién era o si me iba a gustar o no. Lo cogí y lo leí hasta el final -algo que ya no es nada habitual en mí, me dejo casi todo lo que empiezo sin terminar- y me convertí, sin pretenderlo, en una de sus lectoras.

En este no saber, tampoco sabía que más o menos teníamos la misma edad. Sobre lo que teníamos en común, intuía que era la pasión por escribir y poco más, aunque después me di cuenta, cuando leí sus libros, que también había una ciudad que no visito (y no porque no me muera de ganas) desde que era muy joven y que es el marco de algunos de mis mejores recuerdos de infancia y juventud.

Su ciudad, que también es el escenario de mi principio, aunque no aparezca en mis datos personales.

Ayer murió Domingo Villar y yo me sentí un poco rota.

Porque sin conocer al autor, has compartido con él esa parte de sí mismo que se cuela en cada novela. Has hecho un pacto que te vincula y, una vez llegado al final, se queda contigo. Aunque no haya habido realmente conversaciones que se puedan recordar o momentos compartidos de eso que llamamos "vida real", que cada día a mí me parece más mentira.

Ayer murió Domingo Villar y me preguntaron por qué lo había sentido como un golpe en el estómago.

Tal vez porque cuando alguien se va tan de repente y relativamente pronto, nos cuesta entender. El desconcierto se apodera de nosotros y nos descoloca tanto que no sabemos si lo que toca es llorar, recordar o simplemente no hacer nada.

Yo acabé llorando de madrugada. Y no sé por qué, ya digo que lo personal no existía, pero ese vínculo extraño autor/lector estaba ahí. 

Y también sentí un poco de envidia, lo reconozco. Se ha ido en un par de días. Sin tiempo de hacer el equipaje, pero con la fortuna de no haber tenido que pasar por una enfermedad larga y dolorosa. O por no haber tenido que cargar con las secuelas. Sus personajes han enmudecido, pero ya está. Se acabó. Para él era lo mejor.

Si pudiera decirle algo, quizá sería que yo también quiero morir encima del escenario. Sin esperar al telón.

Sin tiempo para las despedidas.