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lunes, 7 de agosto de 2023

Y MI BAILARINA SALIÓ DEL ESCENARIO

Hace más de tres meses que esquivo mirarme en este espejo.

No es porque me encuentre mala cara (que también) es que lo que me ha puesto la vida por delante no es para compartirlo con alegría. Primero, porque aunque yo precise la cura de las palabras, sacar fuera los sentimientos y las emociones, hay situaciones que, por mucho que me afecten, no son mías del todo. Segundo, porque es tanto que parece una mala broma.

Queda mucho por procesar, historias que se tienen que quedar en privado, pero hay una que sí puedo contar porque ya sé su final.

 Mi pequeña se ha marchado.

El pasado verano, cuando pasamos la mañana juntas en la piscina, nada hacía presagiar la tormenta que se avecinaba. Fuimos felices contándonos cosas, sentadas bajo la parra, recordando otra, la de la casa de nuestros abuelos. Hablamos, reímos y nos hicimos una fotografía preciosa. ¿Me creerías si te dijera que supe, cuando disparé, que sería la última? No sé por qué, pero lo sentí. Con la violencia de una premonición aciaga, sin ninguna razón aparente para pensarlo más allá de esa enfermedad que llevaba arrastrando mucho más de media vida.

No había datos que la avalasen y me regañé por el pensamiento, que espanté con habilidad  y dejé en un rincón de la mente.

Fue lo primero que pensé cuando, el 13 de enero, me dijo que habíamos llegado al final. Que la guerra estaba perdida, aunque quedasen algunas batallas por librar en las que daría la cara, no sabía comportarse de otro modo. Yo la creí, ella no jugaba con eso, si afirmaba era porque sabía.

En estos tres meses ha estado pendiente de mí, más que yo de ella. Me ha dejado claro que se iba en paz, que estaba todo bien, y solo se ha quedado una conversación en el aire. La tarde que me dijo que me contaría que lo que yo intuía estaba allí no se encontraba bien y dejé la puerta abierta para que me lo contase solo cuando ella estuviera fuerte. "Si quieres, te lo cuento como un cuento", me dijo.

Pero no hacía falta, ni siquiera nos hacía falta escribir todas las palabras, los silencios también los entendíamos. 

Mi niña se ha marchado y yo, que no sé cuándo puñetas me voy a hacer mayor de una puta vez, estoy aquí, enfadada con la vida por las zancadillas de los últimos meses pero, sobre todo, por no tenerla para que me tranquilice. Suena egoísta, ¿no? No lo sé, solo sé lo que me dijo, que ella estaba tranquila, pero yo no sé relajarme. No veo más que un abismo cerca de mis pies y aunque intento mirar al horizonte, mis ojos están demasiado turbios para encontrar nada.

Creo que lleva razón, que hay algo ahí, esperando, algo muy grande que tiene que ser la compensación a tanto dolor, pero, por el momento, lo único que soy capaz es de levantarme cada día y dar pequeños pasos. No me voy a parar, ella se enfadaría mucho por rendirme.

17 de abril de 2023