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viernes, 30 de noviembre de 2012

RESPIRA...


Respira…

Llevo así toda la tarde.

Obligándome a respirar y a contar hasta diez.

Hace unos días, La arena del reloj tenía nueve comentarios. Algunos procedían de personas que conozco, o más bien de personas que he conocido después de que ellos se enteraran de que estoy en el mundo a través de la novela. No hay ningún comentario de mi familia porque, aunque una persona ha tratado varias veces de expresar su opinión, al ser alguien próximo a mí, no se la admiten. ¡Tócate los pies! Como que no hay comentarios en Amazon que proceden del entorno de los autores, que deberían estar eliminados por esa regla de tres. Más de dos casos conozco…

Mi amigo Enrique Osuna (perteneciente al grupo de personas que he conocido a través del libro) retiró su comentario, como todos los que hizo en esta página, por las razones que explica en su blog y que yo conocía de antemano. Me pareció perfecto, cada uno es libre de expresar su opinión y cambiarla, o no querer que esté visible. Al fin y al cabo los dos sabemos lo que opina de la novela, hemos hablado de ello en privado y a mí, con eso, me basta. Es más, me sobra con que la leyera y nos pusiera en contacto hace ya un año porque me dio la oportunidad de conocer a una gran persona. Esto no me enfadó, ni muchísimo menos, porque fue decisión suya, de quien subió el comentario.



Hoy he perdido otro comentario en El medallón de la magia. Porque sí. Porque a alguno de los entes misteriosos que se ocupan de esta página no le ha parecido bien y lo ha fulminado. Tenía cinco estrellas y se ve que han pensado que eran muchas. ¡Fuera! Sin más.

Me ha sentado mal, pero peor ha sido cuando me he empezado a dar cuenta de que no era a mí sola a quien le le estaban desapareciendo comentarios. Hay quienes han perdido muchos más en esta poda de puntuaciones del último viernes de noviembre.

Mal de muchos… Hasta me conformé, soy así…

Hasta hace un rato.

He recibido una nueva opinión de cinco estrellas. En Su chico de alquiler. Ahora que está número uno en juvenil. Precisamente ahora, después de que lleva mucho tiempo ahí y a nadie se le había ocurrido dejar sus impresiones en la página española, porque en la de Estados Unidos hace tiempo que sí la tiene.

¿Problema?

Pues que el autor de ese comentario no se ha leído una sola línea de mi libro, sólo lo ha hecho para colar un enlace a una novela con la que no me da la gana que se relacione a la mía. He escrito un correo para quejarme, pero no he recibido respuesta. A lo mejor están cenando todavía.

Lo que no entiendo de esto es me quitan opiniones de gente que SE HA LEÍDO mis libros y me dejan una de alguien que encima de que sus palabras demuestran que no ha puesto nada más que vaguedades que no dicen nada, te lleva a un libro con el que no tengo nada que ver.

No me da la gana de que se quede.

He denunciado un abuso.

A ver si hay suerte y mañana no está.

(Dos días después, el comentario sigue, pero esta vez, la respuesta que he recibido es mucho menos tajante y se plantean investigar a una persona que tiene más de cien comentarios en la misma línea que el que me ha dejado en el libro. No creo que suceda nada. Incrédula que me estoy volviendo...)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

FERIA DEL LIBRO DE MIAMI 2012: ESTUVIMOS ALLÍ.

Este mes de noviembre se ha celebrado la Feria del Libro de Miami, 2012, y gracias a la generosidad de una editorial, Eriginal Books, y al empeño que ha puesto la escritora Marlene Monleón, muchos de los libros de lo que se va conociendo como Generación Kindle o Generación Siglo XXI, publicados en Amazon, han estado presentes en ella. Muchas gracias, Marlene.

Nuestros libros son ebooks, así que no existía la posibilidad de que estuvieran físicamente. ¿Cómo hacerlo entonces? Pues a modo de presentación digital que es realmente en el medio en el que nos movemos los nuevos autores de este principio de siglo.

Ahí estuvieron, en el stand: ¡mis tres criaturas!

Ya lo dije, estoy muy desconectada últimamente, pero el lunes recibí un correo precioso: una palabra mágica que además incluía el regalo de la fotografía de mis libros, que atestiguaba su presencia en la Feria del Libro de Miami, algo que no podía ver por mí misma y que sin ese correo se me habría pasado por alto.

¡Millones de gracias!
No sé qué haría sin ti.



Al principio, cuando abrí este blog, apenas escribía nada más que para mí, algunas reflexiones, pequeños relatos que se me ocurrían y las anécdotas que iban pasando en torno a mis libros. Algunas se convirtieron en pasos clave literariamente hablando, y aún me acuerdo de la primera feria del libro a la que me invitaron, donde presenté Su chico de alquiler y a la que acudieron muchos de mis amigos. Me emociono mucho recordando a mi amigo Javi, instándome a leer el principio y friéndome a preguntas, no sé muy bien si para enterarse de todo con detalle o para ponerme más nerviosa de lo que estaba. Parece mentira que haga ya más de un año que se marchó... me da mucho coraje no poder hablar con él de todo lo que ha pasado después de ese día, mucho más de lo que nunca me atreví a soñar.

No había pensado poner la fotografía en el blog pero de pronto me he dado cuenta de que realmente este es su espacio: es mi album de fotos literario, donde siempre he ido recogiendo los momentos claves de esta aventura.

Donde no se me perderá nunca.

Aquí se queda.

lunes, 26 de noviembre de 2012

REALIDAD AUMENTADA DE BRUNO NIEVAS



Sinopsis (extraída de Amazon):

Alex Portago recibe en su ciudad natal, Almería, una visita inesperada: un gurú de la tecnología le ofrece un contrato millonario —y con estrictas cláusulas de confidencialidad— para resolver unos «problemas» que han surgido en un proyecto de realidad aumentada, un desarrollo innovador de alta tecnología en el que la realidad virtual interactúa con el mundo real.

Entre el equipo de investigación Alex encuentra a Lia Santana, el amor que se le escapó una vez y que no está dispuesto a perder de nuevo. Juntos comienzan a buscar respuestas, aunque éstas no parecen arrojar otra cosa que nuevos interrogantes. El misterioso origen de uno de los engranajes del proyecto y la evolución del romance de los protagonistas constituyen los dos ejes principales de la intriga en esta fabulosa e inquietante novela que Bruno Nievas pone ahora a nuestra disposición en papel —mejorada y con escenas nuevas—, tras haber sido un éxito de descargas en Internet.

Mi opinión:
El ejemplar de Realidad aumentada que tengo en mis manos es otro más de los libros dedicados que he ido acumulando a lo largo de este año. Me lo firmó Bruno en Getafe, después de su presentación expres en el marco de las charlas organizadas para el Getafe Negro de este año. La verdad es que había mirado el programa antes de ir, pero no me había dado cuenta de que estaría allí, por lo que fue una sorpresa encontrármelo. Junto a mi familia y unos amigos (Armando y Arantza) estuve escuchando cómo fue el proceso de creación de esta novela, casi tan fascinante como su propio contenido. El recurso de internet ha sido clave para todos los autores que en estos momentos buscan hacerse un hueco en el panorama literario y Realidad aumentada es una de las novelas pioneras en este sentido, además de ser también una de las que más éxito ha cosechado. Antes incluso de hacerse más visible, al ser una de las cinco elegidas por B de Books para el lanzamiento de autores de éxito en el panorama digital, ya había logrado nada más y nada menos que 42.000 descargas en la red.

El punto de partida de esta novela temporalmente es 2009 y está ambientada, en principio, en Almería. Parte de la proposición que recibe el protagonista, Alex Portago, por parte de Stephen Boggs, que lidera un proyecto de una multinacional de la tecnología, para trabajar en el desarrollo de un dispositivo de realidad aumentada. Alex es neurólogo y ha vuelto de Estados Unidos a su ciudad natal y es fanático de la tecnología, por lo que acepta a pesar de las condiciones de confidencialidad tan extremas que le proponen. Nada más embarcarse en el proyecto descubre que forma parte de él Alicia Santana, Lia, la mujer de la que lleva años enamorado y con la que tuvo una relación que se quedó en unos puntos suspensivos. Al menos para su corazón. Eso le vincula aún más al proyecto.

Desde el principio Alex se siente fascinado por las posibilidades que el chip que han desarrollado para este proceso los ingenieros tiene para el ocio. No harán falta sistemas de GPS tradicionales para moverse por una ciudad; con este artefacto se cuenta con toda la información necesaria para no perderse nada (información sobre calles, edificios, incluso datos históricos adicionales). Simplemente con unas gafas aparentemente normales, la persona que las lleve será capaz de absorber más información de la que jamás haya soñado. Incluso el programa es capaz de reconocer la voz de quien lo porta, por lo que además permite una movilidad hasta ahora nunca vista. Y no se queda ahí, además es capaz de adelantarse a los deseos del usuario, como si le leyese el pensamiento.

Pero no todo es tan fantástico. Pronto Alex descubrirá que se están produciendo muertes en el equipo que desarrolla el prototipo, muertes con una explicación plausible en principio pero que, poco a poco, se tornan misteriosas.

Alex descubre que el uso del chip genera cambios en la forma de percibir la realidad en quienes lo usan y se empieza a asustar. Más, cuando aparecen en escena otros equipos que al parecer están desarrollando algo similiar y tratan de tentarle económicamente para que abandone el proyecto y se una al suyo. El desconcierto del neurólogo le hará buscar ayuda, aunque lo tenga prohibido, en su amigo Owl, un pirata informático que es probablemente mi personaje favorito de la novela. Su vida "ilegal" la cubre con un puesto gris de funcionario y un aspecto externo de desubicado, viviendo en casa de sus padres como un adolescente.

Así, poco a poco, como si fuéramos quitando las capas de una cebolla, la novela va poniendo ante nuestros ojos oscuras intrigas que conducirán al final.

Los personajes de realidad aumentada, los que sustentan la trama, casi se pueden reducir a dos: Alex y Lia. Él, víctima de unas pesadillas que poco a poco van pareciendo cada vez más reales, es quien tendrá la clave para resolver el enigma que envuelve al chip (en el que también encontramos referencias a la cultura Maya y a unos extraterrestres). Alex, con su capacidad para intuir potenciada al máximo, irá desenmarañando la madeja de las conspiraciones alrededor de este artefacto y será pronto consciente de las implicaciones que tiene para el futuro de la humanidad desvelar el secreto asociado al invento. Es retratado como una mente privilegiada, pero a veces, cuando se trata de asuntos más mundanos, como su relación con Lia, se comporta de manera mucho menos segura. Mi sensación con este personaje ha sido contradictoria, no ha terminado de encajarme que sea tan inteligente, tan cerebral a veces, y otras se deje arrastrar por sus sentimientos. A lo mejor en la vida real somos un poco así, dependiendo de la situación, pero en la literatura me gustan más personajes menos "humanos".

Lia es la responsable. Demasiado muchas veces, diría yo. De ella destacan sus ojos azules, a los que se hacen constantes referencias, y su carácter anclado en la realidad. No es un personaje al que le haya sacado demasiado partido, ni tampoco a la relación que tienen ambos. Creo que si hay un punto menos fuerte en la novela es precisamente este, el no haber conseguido, al menos en mi caso, hacerme partícipe de la relación entre los dos, que me la crea. No podía sentir en ningún momento complicidad entre ellos, aunque el narrador me dijera que la estaba habiendo. Tampoco entendía a veces sus bruscos cambios de humor.

La parte que más me ha costado seguir ha sido toda la que tiene que ver con la jerga informática, con la que no estoy demasiado familiarizada. He descubierto, con esta novela, que soy de letras. Pero de letras puras. Al principio trataba de entenderlo todo pero hasta cómo conectar el iphone a una red wifi me parece chino, así que en un momento dado decidí que daba igual que no lo entendiera. Sin eso, el resto de la novela se podía seguir con mucha facilidad a pesar de mi torpeza en estos temas.

La ambientación se mueve entre el desierto de Tabernas, en Almería, la ciudad mexicana de Palenque y Madrid, y me ha parecido acertada. También me han gustado mucho las referencias a películas que he visto (me acuerdo ahora una de Regreso al futuro) o las pinceladas en las que aparecen novelas de otros autores actuales e incluso librerías que conozco de primera mano. Aproximan el relato al lector, lo actualizan y te sientes cómodo leyendo.

En general, pienso que se trata de una novela muy entretenida, que plantea un dilema interesante y que cumple perfectamente una de las funciones de la literatura, quizá por la que nació: entretener. No lleguéis a ella buscando una obra maestra, ni siquiera buscando que os emocione (aunque las últimas páginas lo pueden conseguir), sino con la mente abierta, imaginando que lo que plantea pueda llegar a  suceder. Hoy puede parecer ciencia ficción pero también lo eran en su momento las novelas de Julio Verne, o quizá 1984 de Orwell, y ¿estás seguro de que no hay un Gran Hermano que te vigila? Ese puede ser el principal acierto de la novela.

Bruno Nievas, además de ser el autor de Realidad Aumentada, ha escrito varios libros de no ficción relacionados con su profesión de pediatra, que están disponibles en Amazon.


Lo dicho, si queréis pasar un buen rato de lectura, que además os haga pensar dónde nos pueden llevar los avances de la tecnología, esta es vuestra novela.

¿La habéis leído?

viernes, 23 de noviembre de 2012

LA VIDA IBA EN SERIO. OBJETIVO EDITORIAL: VENDER, POR SUPUESTO.


              El otro día, paseando por TW, descubrí que Jorge Javier Vázquez, el presentador de T5, ha escrito una novela. No me había enterado porque sigo muy poco la televisión, y mucho menos programas como el que conduce, y además hace algunas semanas que anulé mi perfil en Facebook. Se puede decir que estoy incomunicada del mundo, salvo por la ventana de Twitter, donde me asomo de vez en cuando. No es que me sorprendiera que un presentador de televisión haya hecho su incursión en la literatura (ni es el primero, ni será el último), me sorprendió la reacción de la gente.

               En mis contactos de Twitter hay básicamente personas relacionadas con los libros y la noticia no es que haya sido recogida con demasiado entusiasmo, más bien al contrario: noté cierto tono no muy agradable en algunos comentarios. ¿El motivo? Supongo que a la gente que escribe le parece intrusismo por parte de alguien que aprovecha el tirón mediático de su trabajo para exponer una obra de la que, sin haber leído una sola línea, calificaban de oportunista.

Vamos a ver. 

               El mundo editorial es un NEGOCIO. Como tal, está encaminado a obtener beneficios, por lo que cualquier circunstancia que sirva para que el producto que se pone en el mercado se venda es lícito aprovecharla. Un libro de Jorge Javier Vázquez, sobre el papel, antes incluso de escribir una sola línea, cuente lo que cuente, tiene más posibilidades de vender que, por ejemplo, uno mío (no voy a entrar en los de nadie más, sirvo como ejemplo). Sin tener en cuenta nada más. Sin hablar de calidad literaria, ni de tema, ni de pervivencia de lo que cuenta en el tiempo… Ni siquiera hace falta que sea literatura. Es un producto, tiene el soporte de una campaña de marketing que se aprovecha el tirón que supone estar en la primera línea de los presentadores de televisión. Me pregunto qué haría cualquiera de las personas que el otro día lo criticaban si se encontrase en su posición. Apuesto lo que sea a que no dirían que su ética les impide publicar porque parten con cierta ventaja frente a los que no tienen a nadie detrás. Apuesto y seguro que gano…

               Seamos serios.

               Hasta hoy no he sabido nada de nada del contenido del libro. Lo más importante, las palabras que incluye, se han quedado disueltas en el debate sobre si está bien o mal que se publique. Por eso he investigado y he averiguado que se trata de una especie de biografía que en muy poco tiempo ya ocupaba el séptimo puesto en la lista de Amazon. Tampoco parece muy profundo, pero quién soy yo para hablar de eso, que mi libro más conocido es precisamente la biografía de una persona anónima, La arena del reloj.

               Faltan dos cosas.

               Primera: leerlo para poder opinar con criterio.

               Segunda: averiguar cuánto tiempo aguantará en las primeras posiciones. Cuando durará el tirón.

               Lo sabremos con el tiempo.

               Sobre lo de leerlo, me temo que tengo demasiados pendientes, no ha despertado lo suficiente mi curiosidad y, además, hay algo que no me inclinará a comprarlo: el precio. He visto que el ebook cuesta 13,99€. Me parece exagerado. Volvemos al eterno debate del precio de los ebooks: puede que 1€ sea muy poco, pero desde luego que 14 es desorbitado.

Imagen sacada de la red

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LIBROS A LOS QUE VUELVO



Hay libros a los que vuelvo.

Siempre.

He perdido la cuenta de las veces que los he leído, me sé pasajes de ellos de memoria, sus hojas se desprenden sin remedio y, sin embargo, cuando las lecturas de otros se me atascan, cuando no encuentro un libro de esos que me llenen, vuelvo a ellos. 

Para que Celestina me grite al oído "confesión" y constate que a pesar de las apariencias, de las putas convirtiéndose en protagonistas y de los brebajes reparadores de virgos, las cosas habían cambiado muy poco todavía a principios de ese siglo XV. Para que Jorge Manrique me susurre sus coplas al oído, acariciándome el alma con ellas, recordándome que la familia es tu vínculo más fuerte. Para que Enid Blyton me transporte hasta mi infancia de la mano de una pandilla de ensueño, donde el protagonista era el perro que no me dejaban tener. Un perro, todo sea dicho, más listo que mucha gente.

Vuelvo a leer El clan del oso cavernario, me vuelvo Ayla, perdida y sola en medio de un mundo en el que no habría ni cien mil ejemplares de nuestra especie, en el que todo era nuevo y difícil. Viajo a la Inglaterra medieval, y me convierto en uno más de los albañiles que construían la catedral de los Pilares de la Tierra, observadora de las intrigas que la ostentación del poder empuja a urdir. Viajo con El mercader de Venecia, de la mano de Shakespeare, me sigo asombrando con su capacidad para construir una historia redonda, donde todo encaja, y vuelvo a escuchar a las brujas mientras Lady Macbeth se retuerce las manos. De pronto, una varita mágica me da en la cabeza y me vuelvo una niña crédula, y leo y releo las miles de páginas de Harry Potter repletas de tanta magia como encanto. Y me da igual lo que piensen los adultos, me hechiza la profesora Mcgonagall y me caen tan mal los mortífagos como los nazis en los que se inspiró J.K.Rowling. Conozco a cada uno de los amigos de Harry, que son los míos mientras leo, incluso sonrío acordándome de mi lechuza (sí, tuve una que rescatamos en una carretera, después de que la atropellaran y le rompieran un ala) que no sabía traer el correo pero que miraba muy gracioso.

Mis libros de siempre son valores seguros.

Sé que cuando no me encuentre en ninguna historia podré volver a ellos.

¿A qué libros vuelves tú?

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL JUCIO DE DIOS DE RÍOS FERRER.



Sinopsis (extraída de Amazon):

VATICANO. Un secreto guardado durante siglos y una mujer sola, enfrentada a un mundo despiadado regido por la ambición y el poder. Sus preguntas no iban a obtener respuesta, pero provocarían que la más dura batalla legal de la Historia, estuviera a punto de producirse. Los mejores abogados del mundo estaban preparados. Los de la Iglesia; para impedirlo.

Mi opinión:

El Juicio de Dios es una de esas novelas que desde que la vi por primera vez me atrajo. Quería saber qué se ocultaba tras una sinopsis tan osada, una mujer que se atreve a ponerle una demanda, nada más y nada menos, que al dios de los católicos. Fui leyendo otros libros este verano y cuando encontré unos días tranquilos, en los que pudiera centrarme de verdad en lo que tenía en mis manos, empecé con la novela de Ríos Ferrer.

A veces, antes de leer, sé cómo escriben los autores porque sigo sus blogs personales. Considero que son una herramienta que toda persona que se quiera dedicar en serio a esto (los que de verdad sienten que escribir forma parte de su alma) deberían tener. Da igual lo que nos cuenten en ellos: reseñas, reflexiones o promoción de su novela. En los blogs están las palabras y el estilo del autor y sirven para tener una impresión de lo que hacen. En el caso de Ríos Ferrer, su blog fue decisivo para mí (Secuencia y Palabra). Sus pequeños relatos, que nos regala de vez en cuando, me decían que me gustaba cómo escribe, que cuando tuviera su novela en mis manos, la disfrutaría. No me equivoqué. La he disfrutado tanto como esas pequeñas grandes historias del blog. Una de ellas, latableta de chocolate, creo que es uno de los cuentos cortos que más me han gustado en los últimos tiempos.

La novela tiene una complicada secuencia temporal, que va dando saltos del pasado al presente. Empieza en 1578, en Dinamarca. Hans Fenrisulven tiene una misión que cumplir en el castillo de Kronborg y el premio a su diligencia será algo que en absoluto espera. Tras este impactante principio la novela entra en el prólogo, se traslada a 2004, momento en el que conocemos a Giselle, la mujer que pondrá la demanda a dios, o mejor dicho, a su representante en la Tierra: el Papa.

Pero no será todavía.

Este es un momento de felicidad, porque junto a su compañero René, Giselle ha conseguido cerrar una operación que le reportará a su empresa una buena cantidad de dinero. El premio serán veinte días de vacaciones y una suma importante de dinero que decide emplear en un viaje con sus padres, su hermana, su cuñado y su novio. La familia al completo viaja a Tailandia y la novela hasta ese momento me mantenía desconcertada. Parecía un cuento de hadas, el final de la historia, lo que va después del "y fueron felices y comieron perdices" y no era capaz de entender demasiado. Hasta que me di cuenta de que estaban en navidad, en Phuket. Ríos Ferrer no me había ocultado nada, me había contado que era 2004, precisamente cuando el tsunami más devastador de la historia decidió darse una vuelta por sus costas, pero no caí hasta un poco antes de que la tragedia sucediera. Me gustaba cómo el autor me contaba la felicidad de la familia, y aunque no encontraba sentido al título de la novela, me daba igual. Me sentía bien leyendo, era como tumbarse al sol una tarde de verano, una experiencia relajante. Hasta que el tsunami me borró la sonrisa del rostro, igual que la noche que sucedió en la realidad, cuando me desperté a dar de mamar a mi hija, puse la televisión para que la luz apenas la despertase, y me quedé conmocionada con las primeras imágenes de la tragedia.

Giselle sobrevive y la desesperación por la pérdida de su familia le hace buscar al bufete de abogados de Henry Thompson. Quiere que pongan una demanda a Dios, como creador de todo, por haber sido también responsable de la destrucción originada por el tsunami. Y busca a los mejores, que en su empeño de ganar siguen la pista de un manuscrito en poder de la Iglesia: el juicio de Dios, que se celebró en la época de Constantino y que supuso el respaldo decisivo para que la religión católica se convirtiera en la religión del Imperio Romano.

Esta es una novela de las que te gustaría ver convertida en una película. Lo tiene todo: una buena escritura, un argumento potente y la capacidad de hacerte pensar en muchas de las reflexiones que Ríos Ferrer va dejando dispersas.

Tenéis que leerlo.

De verdad.

Os dejo el booktrailer y mis sensaciones, absolutamente positivas de este libro que muchos de los compañeros de Amazon, que ya la han leído, califican como una joya. Lo es, en serio.


Enrique, sigue escribiendo para nosotros, por favor.


jueves, 15 de noviembre de 2012

ESCRITOR


               Sé que esto ha tenido que ser una ensoñación. 

               No puede ser de otro modo.

               Estoy sentada en el suelo, con las rodillas abrazadas, cerca de una lumbre cuyas llamas me mantienen hipnotizada. Siento el agradable calor del fuego en mi rostro y apenas me muevo. Un suspiro procedente de alguien a mi espalda me saca de mi ensimismamiento y me giro. Junto a la chimenea hay una recia mesa de roble y, sentado frente a ella, un hombre vestido con ropas que me hablan de otro tiempo que no es el mío. De hecho, ahora que me fijo, me doy cuenta de que no hay nada de mi tiempo en esta habitación.


               En la mesa, alumbrándole, un par de velas y en una esquina reposa un tintero. Mira absorto una hoja de papel mientras con la mano derecha, suspendida en el aire, sujeta una pluma que hace poco recargó con tinta. Si no se da prisa, estoy segura, el líquido acabará derramándose y emborronando la hoja en la que parece tan concentrado. Me quedo mucho más quieta aún y ahogo un pequeño suspiro cuando por fin le veo abordar el papel con decisión. No ha pasado nada, parece que el accidente que mi mente imaginó no era más que eso, imaginación de alguien mucho más torpe que él, que parece bastante hábil manejando esta herramienta de escritura. Miro su rostro y su sonrisa de satisfacción mientras la pluma se desliza con su típico rasgueo. Puedo intuir que está escribiendo algo más largo que una simple carta porque a su izquierda se acumulan varias hojas en un pequeño montón que sugiere más que lo que escribe podría ser un libro.

               De pronto siento la necesidad de levantarme y curiosear. Al fin y al cabo, esta es mi ensoñación y no podré molestarle mientras busca la manera de colocar las palabras para componer esa historia que de momento vive solamente en su imaginación.

               Con mucha suavidad me incorporo y rodeo la mesa hasta situarme a su espalda. Leo unas palabras con la dificultad de no estar familiarizada con esta caligrafía suya, pero cuando me acostumbro mis ojos se abren como platos. Reconozco de inmediato la frase que acaba de componer: 
"… hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama".

               Mi corazón se acelera. Le miro perpleja porque de pronto reconozco al hombre que está ante mí. Ya no tiene aspecto de estatua (siempre le he identificado con una estatua), sino que respira y su piel está perlada de sudor, de ese que provoca estar sentado tan cerca del fuego. El libro que escribe, que recién nace, lo he tenido en mis manos muchas veces, incluso sé cómo acaba y conozco a los personajes. Quizá ni él mismo sepa que algunas de las frases que están por escribir se convertirán en inmortales. Él mismo es inmortal. Y yo, quizá presa del mismo encantamiento que su personaje principal sufre debido a su afición a la lectura, me acabo de colar en este instante mágico.

               La razón me dice que nada de lo que aquí sucede es real y dejo de tomar precauciones. No creo que pase nada porque me mueva sin tanta cautela. Aparto un taburete de la mesa y lo ocupo, sentándome a su lado. Quiero observarle cómodamente, me apetece perderme imaginando lo que siente mientras escribe. Quiero analizar cada gesto, empaparme en cada una de sus pausas, beberme la felicidad que se dibuja en su rostro cada vez que encuentra cómo darle forma a la idea que revolotea por su mente.

               Lo malo es que algo falla.

               De pronto me encuentro con sus ojos que me miran interrogantes, preguntándose, estoy segura, de dónde demonios he salido yo.

               Me ve.

               Reconozco que me asusto casi tanto como él, aunque en mi mente siempre quede la sospecha de que estoy dentro de un sueño.

               Tras unos instantes de duda, él decide hablarme. Me pregunta, con la cautela de quien en el fondo piensa que está un poco loco, qué clase de ser extraño soy, qué conjuro mágico me ha conducido a su lado. Me río pensando que quizá él se sienta su personaje de pronto, que piense que ha enloquecido por leer tantos libros.

               Me presento, educadamente. Mi nombre solo, sin apellidos que no vienen al caso. Le hablo de mí un poco: soy aprendiz de escritora. Se ríe con ganas, acabo de dejarle de piedra (pero no se ha convertido en estatua, menos mal). Ya es extraño para él que una mujer sea capaz de leer y muchísimo más raro le parece que una pretenda ser considerada ¿escritora? Hasta la palabra le suena nueva, extraña, pero le digo que no se preocupe, que hasta que eso suceda tendrán que pasar siglos porque he venido desde el futuro (no sé cómo, la verdad) para presenciar cómo el maestro de los maestros empieza a dar sus primeros pasos.

               Su extrañeza se multiplica pero aunque la tentación de contarle quién será es mucha, me contengo. No quiero influir en nada, no sé si eso que hablan en las películas sobre los cambios que suceden cuando se trastocan acontecimientos del pasado son verdad.

               Por si acaso.

               Lo que sí le pido es que me hable de su libro, que me cuente su idea, lo que quiere escribir. A veces me pongo pesada, soy experta cuando algo lo quiero de verdad pero esta noche veo un brillo especial en su mirada y no tengo que insistir demasiado: enseguida me empieza a hablar con entusiasmo de Don Quijote, de Sancho, de Dulcinea, de los molinos, de los gigantes… y la noche se va deshaciendo como la cera de las velas que nos alumbran.

               Las llamas se mueven caprichosas ante mis ojos y el sonido del teléfono móvil me saca de ese mundo extraño donde me he colado.

               No queda nada de lo vivido.

               ¿O sí?
               

lunes, 12 de noviembre de 2012

TREINTA POSTALES DE DISTANCIA DE SARA VENTAS


Sinopsis (extraída de Amazon):
"Un pasado que creía superado, una amiga histriónica en la distancia, un mejor amigo encantador y un vecino algo peculiar. Sofía lo tenía todo, o creía tenerlo porque un buen día se encontró rodeada de "ex" ―propios y ajenos―, casualidades, malentendidos y un buzón lleno de postales.

Dicen que el amor lo podemos tener justo al lado, sólo hace falta mirar para verlo. Para Sofía, el amor se encontraba a treinta postales de distancia."


Mi opinión:

Treinta postales de distancia es la novela de Sara Ventas, una madrileña que ha logrado en pocos meses colarse con su novela entre las digitales más vendidas en España.

¿Os animáis a saber por qué?

No sabía qué me iba a encontrar en esta novela porque no me leí la sinopsis. Sabía de su existencia nada más y el sugerente título me inclinó a incorporarla a mi lista. Amazon te da la opción de crearla en tu perfil, pero yo soy yo: me hago una lista en un papelito, que llevo en la funda del kindle, y voy descargando libros sólo cuando acabo el anterior, a la vez que los tacho. Mi lista de deseos. Ya, ya sé que es raro, teniendo en cuenta que se puede hacer de otro modo mucho más moderno, pero qué queréis, me gusta mi letra… Es verdad que de vez en cuando se cuela alguno que está en descarga gratuita, pero sólo por si me quedo de pronto sin cobertura wifi cuando se me termine un libro. Con este método se me ha colado algún que otro intruso pero también un par de novelas de esas que se merecen la ene mayúscula, así que no lo desprecio.

Un sábado a medio día decidí empezar su lectura y sin darme casi cuenta me había merendado el treinta por ciento. Curioso, treinta postales, treinta por ciento… Pero sigo, que como Sofía me pierdo. Me metí tanto en la historia que pude sentirme Sofía, la protagonista, intentando enderezar una vida que no sabía en qué momento se había torcido. Me reí mucho con sus conversaciones con Manu, su amigo gay, sentí su culpabilidad por no querer volver a ver a Alex, su ex, y su nerviosismo cada vez que coincidía en el ascensor con su estirado vecino del piso doce, Jaime y me lo pasé pipa "escuchando" sus pensamientos, que muchas veces me recordaban a los míos, de puro caóticos. Esas dos conversaciones simultáneas que tienen los personajes de Treinta Postales: lo que dicen y lo que piensan, es una de las cosas más interesantes que le he visto al libro, te hacen reír porque muchas veces es lo que hacemos sin darnos cuenta.

Poco a poco, la historia me fue absorbiendo y las sonrisas que me provocaban los ocurrentes pensamientos de Sofía dieron paso a sentimientos mucho más intensos: las dudas sobre lo que sentía por Jaime, con quien estaba segura de que no tenía nada que ver, por su carácter geométrico, pero en quien no podía dejar de pensar, sus sentimientos por la ruptura con Alex, el vínculo que poco a poco se iba deshaciendo entre Paula, su mejor amiga y ella, y que no se debía precisamente a la distancia entre Mallorca y Málaga. La novela, aunque aparentemente no trata temas trascendentales y siempre conserva un tono de humor en la superficie, esconde entre sus líneas muchos pensamientos que de pronto asaltan al lector. Me gustó la teoría del pasante de Sofía: quienes la hayáis leído sabréis de qué hablo. Los que no, os queda la tarea de descubrirla. A lo mejor encontráis hasta pasantes en vuestra vida…

Treinta postales de distancia me duro un día. En menos de 24 horas la historia estaba terminada y el sabor que dejó fue fantástico.

¿Tenéis un día para ella?

viernes, 9 de noviembre de 2012

RESCATANDO A UN PERSONAJE: JOSUÉ EL ERRANTE (RELATO)



                Son las siete menos cuarto de la mañana. En la cubierta del buque sólo un par de marineros se afanan en las últimas tareas de su turno de noche, supongo que preguntándose con la mirada qué hace una mujer en medio de esta fría madrugada. Permanezco quieta junto a la barandilla, dejando que la niebla matutina se meta en mis huesos y en mis pulmones, buscando quizá despejarme del todo. No sé exactamente dónde nos encontramos, pero según el plan de viaje, teniendo en cuenta los días que hace que embarqué, debemos estar entre la costa de Mauritania y las islas de Cabo Verde. A través del vapor que nos rodea no soy capaz de ver nada más allá del agua cuya tranquilidad rompe el casco del barco. Podríamos navegar por cualquier lugar del mundo y no notaría la diferencia.



               Estoy en cubierta porque esta noche la he pasado en blanco y necesitaba que me diera un poco el aire. La decisión de hacer este viaje a Namibia en barco fue un mero impulso. Seguro que hubiera sido mucho mejor tomar un avión, pero recordé a mi tío Martín, las veces que me contó su viaje a Israel por mar, y entre eso y que los aviones me ponen muy nerviosa, me decidí por la opción más romántica. Y la que más marea. No me acostumbro a este vaivén del buque, siento que el vértigo nunca se va del todo, y dormir se ha convertido en una utopía. Lo logro solamente cuando estoy completamente exhausta.

               Voy a Namibia por trabajo. Pretendo quedarme un mes para completar un estudio geográfico que se hace cada año desde mi universidad, donde se abordan aspectos como el clima, la vegetación, los usos del suelo, las industrias más relevantes y los transportes y comunicaciones, entre otras cosas. Mi parte del estudio favorita es la que tiene que ver con la gente, cuando tengo que comprobar que los datos que el Estado proporciona sobre el nivel de vida de la población son realmente ciertos: ahí me tendrán, con mi inglés insuficiente, preguntándole a los ciudadanos  si tienen teléfono móvil, ordenador o televisión, y otras cuestiones aparentemente inocuas que no lo son tanto porque en realidad serán las que nos den la medida cierta de todo.
              Hola.

               A mi lado, apoyando sus brazos en la barandilla, acaba de aparecer una mujer. Tan absorta estaba en mis pensamientos que no he notado que ha llegado hasta que estaba ya ahí, y reconozco que me ha dado un buen susto.
               Perdona me dice sonriendo. Creo que no te esperabas encontrarte con alguien a estas horas.
               No –contesto con sinceridad, la verdad es que me has sobresaltado. Veo que tampoco puedes dormir. ¿Cómo te llamas?
              Mercedes pinto. ¿Y tú?
              Mayte, Mayte Esteban.
              Encantada, Mayte. ¡Qué bonito amanecer! ¿No crees? En realidad he dormido como una niña, pero no quería perderme este espectáculo. ¡Es impresionante! —me dice, mirando los rizos de agua que ya dora el tímido sol.
            —Tienes suerte. Me refiero a que puedas dormir con este vaivén; yo no he pegado ojo en toda la noche. Parece que justo ahora la marea empieza a amainar —Ella sigue con la mirada asida al horizonte, da la impresión de que le molestara ser interrumpida en tan sublime momento—. ¿Cuál es tu destino?
             —África del Sudoeste.
La miro con una interrogación en los ojos y espero pacientemente a que escape de su trance.
          —Voy a rescatar uno de mis personajes, debe volver a Essen, algo importante le espera.
Su respuesta me deja atónita, no sé si estoy ante una descerebrada o no he escuchado bien. Decido esperar resignadamente a que el astro rey termine su función. Minutos después, se vuelve hacia mí y continúa su explicación:
         —Soy escritora, o algo parecido, no lo tengo aún muy claro.
         —Ajá —contesto, más perpleja aún—. Y…, perdona la indiscreción, ¿cómo se supone que se rescata un personaje si no es con las palabras?
         —Pues metiéndote en sus zapatos. Es necesario que visite el lugar donde se encuentra; tengo que conocer cada detalle de su día a día como garimpeiro y comprender por mí misma por qué no vuelve a casa con su familia, si lo consigo, lo dejaré estar. Todavía no alcanzo a entender por qué lleva años intentando buscar la fortuna en tierras tan lejanas mientras su país y su familia perecen bajo la locura de Hitler me explica, con las pupilas de nuevo fijas en el ancho mar. Definitivamente, pienso que estoy ante una perturbada.
        —Vaya… Yo pensaba que los escritores tenían pleno dominio sobre sus personajes, ¿acaso no son ellos sus creadores y los dueños de su destino?
        —Error, querida Mayte. Dime, ¿tienes hijos?
        —Sí, dos.
        —Entonces te será fácil comprender que el hecho de que se hayan engendrado en tu vientre no te da potestad para controlar sus vidas de principio a fin. Lo cierto es que, igual que le ocurre al escritor con los personajes de su novela, a menudo las madres no comprendemos el proceder de los hijos. Yo planeé otra vida para Josué, mi díscolo y apesadumbrado personaje, pero él se empeña en dejar pasar el tiempo buscando diamantes en el fango del río Orange.

        De repente, un joven que da más tumbos de lo esperado por cubierta llama mi atención; en este momento el océano parece pintado de lo quieto que está. Es manifiesto, está como una cuba. Se acerca a la barandilla, se agarra a ella mirando el fondo del mar y hace un amago de levantar su pierna derecha sobre el bordillo.
       —¿Has visto a ese tipo? Parece como si quisiera… ¡suicidarse! Tenemos que hacer algo…
       —¡Déjalo! No te preocupes, no lo hará.
       —¿Cómo puedes estar tan segura? —Esta pasajera no deja de sorprenderme.
       —Es Frank, otro de los personajes de mi novela “Josué el errante”. El pobre… Bueno, viaja también a África del Sudoeste, va a encontrarse con sus amigos Josué y Carlos y después a Johannesburgo, en busca del cretino de su padre. Y ya te digo yo que irá, lo tengo muy claro. Además, Frank es mi personaje más dócil, hará lo que le ordene. Si no fuera por su problema con la bebida… Míralo, es incapaz de hacer algo así ni borracho.
      —A ver si lo he entendido: ¿me estás diciendo que soy una especie de intrusa en una de tus novelas? ¿Acaso también yo soy uno de tus personajes? —Empiezo a dudar de mí misma, es una situación surrealista.
      —No, nada de eso. Tú serás una futura lectora, estás aquí para comprender cómo se construye una historia y qué difícil es controlar sus personajes. Algún día leerás esta novela, y después contarás lo que estás viviendo hoy a los lectores. Si acaso, tanto tú como yo somos unas intrusas en la vida de Josué. Por suerte, él no sabe.
       —No te molestes, pero no. Yo voy a Na-mi-bia por trabajo, no al África del Sudoeste, te recuerdo que estamos en el siglo XXI y hace muchos años que en esa tierra consiguieron la independencia.

       Mientras tanto, Frank parece haber abandonado su intención de suicidarse, ahora se agarra a la barandilla con una mano para poder impulsar al mar, sin caer al suelo, la botella vacía que tiene en la otra.

       Mercedes vuelve a quedarse en trance, mirando el mar, como extasiada, muy lejos de todo lo que nos rodea. Yo hago lo propio; me intriga la situación. Nada me impide marcharme, pero quiero saber cómo acaba esta especie de extraño sueño. Veinte minutos más tarde, Frank se marcha como llegó, danto tumbos, y ella vuelve su rostro hacia mí y me confiesa:
       —Me vuelvo a casa, lo acabo de decidir. Creo que no tengo ningún derecho a intervenir en la vida de Josué o cualquier otro personaje. Es cierto que me criticarán por ello; que tal vez la novela no venda lo suficiente porque dejé a este “estúpido” judío malgastar su juventud en el fango de un río mientras el amor de su vida envejecía a miles de kilómetros. Pero está decidido, que haga lo que le venga en gana, es su destino, su búsqueda, no la mía; estoy segura de que finalmente todo tendrá un sentido. Cuando llegue a Lüderitz desembarcaré y esperaré a que este buque llegue a su destino y emprenda la vuelta.
       —O sea, está clarísimo, llevas dos horas tomándome el pelo. Ni eres escritora, ni vas a África del Sudoeste a rescatar al tal Josué, ni nada de nada. Te aburrías y, mira por donde, te has encontrado a esta idiota en la cubierta. ¡Qué fuerte! —De repente, me coge la mano y, muy decidida, me habla:
      —Vamos, te mostraré algo, estoy segura de que después no dudarás en contar nuestro encuentro —Y tira de mí hacia el interior del buque con tal disposición que no tengo tiempo de reaccionar.

     Después de bajar dos plantas, nos encontramos en el pasillo que alberga los camarotes de tercera clase. Tengo la seguridad de haber de haber retrocedido de repente un siglo. Me cuesta creerlo, pero sí, en aquel momento estamos en el sótano del Adolph Woermann II, un buque que ha dejado de hacer esta ruta hace muchas décadas. Mientras recorro el túnel, me repito a mí misma “despierta, Mayte, despierta de una vez de este absurdo sueño”.

       Mercedes da dos golpes con los nudillos en una de las puertas de los camarotes y, al momento, nos abre el chico que un rato antes parecía dispuesto a tirarse por la borda.
       —Hola, Frank. ¿Tienes un momento? Necesito mostrarle algo a esta incrédula muchacha. Perdona, no te he preguntado, ¿qué tal?, ¿estás mejor?

       El muchacho la mira con los ojos vidriosos, de un azul que estremece, rodeados de pecas de todos los tamaños y sobre una nariz tan afilada como su cuerpo. Un espeso y largo flequillo rojo le hace de visera, dándole a su rostro un aspecto caricaturesco; parece escapado de un tebeo de los sesenta.
       —No estoy mal, teniendo en cuenta que sigo vivo. No estoy seguro de si debería agradecerte que me adjudicaras una personalidad tan pusilánime. ¿Queréis pasar?

       Ya sentadas en aquel pestilente camastro, con el cuello torcido para no darnos contra la litera, Mercedes le habla:
       —Ay, Frank, Frank… no tengas tanta prisa en morir, todo llegará. Bueno, a lo que íbamos: aquí, mi incrédula compañera no se cree que yo soy la autora de tu historia y que tú eres uno de mis personajes, así que, si no te importa, ¿querrías contarle en qué año estás y qué haces aquí?
       —Me llamo Frank y estamos en el año 1939, creo, ya no estoy seguro de nada. Viajo a África del Sudoeste para encontrarme con mis amigos Carlos y Josué, tengo que entregarles algo que me ha dado el capitán de esta bañera para ellos y pedirles un favor… En fin, soy lo que mi autora ha decidido que fuera, así de simple. Dime, Mercedes —dirige su triste mirada hacia la extraña pasajera—, ¿qué me tienes preparado en el río? No creo que pueda soportar otra tragedia, no doy para más.
     —Paciencia, Frank, todo se andará.

        En aquel momento toco fondo, siento la necesidad de volver a mi vida, a mi siglo, a mi proyecto de viajar a Namibia para terminar el trabajo de la universidad.
     —Lo siento, tengo que salir de aquí—digo, con la respiración entrecortada—, siento que me ahogo. Perdonad —Y salgo corriendo buscando un poco de aire fresco.

     Al llegar a mi moderno camarote, de primera clase, dotado de todas las comodidades propias del siglo XXI, tengo la seguridad de haber sufrido una alucinación, seguramente provocada por la cantidad de horas que llevo sin dormir. Pero cuando voy a echarme en la cama, dispuesta al fin a conciliar el sueño, me encuentro una sorpresa: un ejemplar de la novela “Josué el errante”. Temblando, le doy la vuelta para leer la sinopsis, que dice así:

“Josué el errante” nos relata la dilatada y escabrosa vida de un judío que huye de Alemania a los diecinueve años, en los albores del nazismo, empujado por un amor imposible.
Educado en un ambiente judío ortodoxo, Josué necesitará sobrevivir a las situaciones más extremas como garimpeiro en África del Sudoeste para comprender que, más allá de culturas y religiones, existe el valor de la amistad. Kuaima, un nativo himba huido de la tiranía de su colono, y Carlos, un diplomático español que ha escapado del absolutismo religioso de su esposa, serán los amigos que le acompañarán.
Abandonará a su familia en los peores momentos, traicionará a sus amigos, olvidará sus orígenes. Y todo por un valioso diamante que no sabe si tendrá destinatario.”

La autora es Mercedes Pinto Maldonado, la extraña pasajera del Woermann.

Relato a cuatro manos escrito por:
Mercedes Pinto Maldonado
Mayte Esteban

martes, 6 de noviembre de 2012

APOYOS


Cuando te embarcas en una aventura del calibre de la que yo me he puesto como reto, nada es posible sin el apoyo de gente que tienes detrás. La autoedición es un camino con más espinas que rosas y los triunfos son pequeños. Estos sólo se convierten en grandes por aliento de las personas que te quieren y que están cerca de ti, que te empujan para que no te rindas. 

Convierten, a tus ojos, algo insignificante en un logro enorme.

En casa me apoyan siempre, creen en mí y eso me ayudó a tomar decisiones que me han costado mucho. Antes de publicar El medallón de la magia había otra novela terminada a la que sigo pensando que le falta algo de madurez. Tuve dudas sobre cuál de ellas sería el siguiente paso y en todo ese camino varias manos se tendieron para ayudarme. Me leyeron, me dieron su opinión, me señalaron caminos que podría explorar. 

Me empujaron a la arena y los leones, de momento, no me han comido.

Sigo luchando ahí, como una gladiadora.

Igual que yo he necesitado de ese apoyo, he creído que había otros compañeros de aventura a quienes les vendría muy bien sentir que no estaban solos. Sus libros me gustaron y poco a poco, a través de correos y redes sociales, nos fuimos conociendo y conectando. Siempre he estado ahí, brindando mis manos para que cuando se produjera ese momento en el que las fuerzas flaquean y tienes ganas de rendirte, tuvieran un lugar donde agarrarse. Unos oídos dispuestos a escuchar, simplemente, que no estás solo.

He recibido de vuelta mucho cariño y mucho apoyo, y un año después de que este mecanismo empezase a funcionar, sigo teniendo amigos que no se han apeado de la aventura y que me siguen cuidando igual que yo a ellos. No sé cómo darles las gracias, probablemente les dedicaré unas palabras en mi próximo libro, si consigo algún día convencerme de que la siguiente novela está lista.

Espero no decepcionar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

FIN DE SEMANA DE NOVELA NEGRA



El pasado fin de semana decidimos acercarnos a Getafe, para asistir a algunas de las conferencias que se celebraban con motivo del Getafe Negro, el festival de novela de Madrid. La charla sobre Amazon del día 24 me dejó buen sabor de boca y quería repetir.

Madrugamos un poco para llegar con tiempo. El plan era encontrarnos con Armando Rodera, que nos hacía de guía, y quería esquivar cualquier imprevisto de tráfico (o por si nos perdíamos). En realidad no hacía falta por dos razones: la primera es que no dependíamos de mi penoso sentido de la orientación para llegar y la segunda, el hecho de no atravesar Madrid facilitaba mucho las cosas. Ahora sé que hasta yo sola podría llegar, pero creo que no es lo mismo la primera vez que entras en una ciudad, de la que no conoces nada, como las siguientes que, aunque vagas, conservas referencias.

La primera parada fue la presentación exprés de Realidad Aumentada, de Bruno Nievas. Enmarcada en un programa de radio, Lorenzo Silva presentó al autor y cómo se fue haciendo un hueco a través de las redes sociales y su página web, hasta conseguir que B de Books se fijase en su libro y lo incluyera en la primera colección de autores surgidos en internet que acabó en papel. Tras la presentación, charlamos un rato con Bruno y me firmó su novela, que tengo en espera (como otras tantas, creo que tardaré un poco en llegar a ella). Alex, mi hijo, se apuntó a venir este fin de semana y acabó con un libro entre sus manos: La estrategia del agua, de Lorenzo Silva. Estaba emocionado mientras Lorenzo le firmaba el ejemplar, y ahora anda un poco nervioso porque quiere empezarlo, pero tiene que leer un par de novelas para sus trabajos del instituto y no puede. No me extraña nada que esté impaciente, entre elegir esta novela y una de un tigre que le tiene miedo a las gallinas no hay color… Luego decimos que los chicos no leen, pero es que a veces eligen con muy poco sentido común los libros para ellos en el instituto.



La feria del libro, pequeñita, montada en la plaza nos dio la excusa para cotillear un poco entre los ejemplares que por allí se exponían y después nos dedicamos a pasear y a tomar algo antes de que llegase la hora de la comida. Ésta fue en un restaurante al lado de la plaza, muy agradable, con Armando, Aranzta, Alberto y Alex, y curioso que cuando estábamos comiendo, en las noticias que ponían en la televisión, nos encontrásemos con una noticia del Getafe Negro y con el mismo Armando entre las personas que asistían a una de las charlas del día anterior.


Hasta la siguiente conferencia faltaban unas horas, así que dimos un paseo, descansamos de nuevo hablando de libros y a las seis estábamos en La fábrica de harinas, esperando para asistir a la mesa redonda que tenía como tema central el cine negro español. Como moderador, el escritor Javier Marías fue dando la palabra a Agustín Díaz Yanes, Alberto Rodríguez y Juanjo Artero. Alex estaba fascinado, no sabía que además de escritores habría algún actor que le suena mucho, y menos que entre el público estaría Secun de la Rosa, el actor que interpreta al hermano de Mauricio en Aida, y que iba a elegir sentarse precisamente a su lado. Javier Márquez, autor de Letal como un solo de Charlie Parker entre otras novelas, estaba sentado delante y se marchó antes de terminar a su propia presentación exprés, a la que también asistimos, aunque esta vez no nos quedó más remedio que llegar un poco tarde. Mientras Javier terminaba su intervención estuvimos departiendo un rato con Lorenzo Silva y después nos marchamos a la última conferencia.
Era el momento por el que nos habíamos desplazado, la mesa redonda entre Javier Cercas y Lorenzo Silva, sobre la novela del primero, Las leyes de la frontera. ¡Odio el móvil! Lo apagué, como hice en todas y cada una de las charlas, pero no del todo, y le dio por empezar a vibrar. A mí, que no me llama nadie porque saben lo poco que me gusta, me empezaron a llover llamadas. Reconocí los teléfonos y hubo un momento en el que me asusté cuando a Alberto le empezaron a llamar las mismas personas. Con la racha de despropósitos que llevo pensé que pasaría algo grave, más después de enviar un mensaje en el que dejé claro que no podía responder. Alberto salió para averiguar qué pasaba y no era nada importante, pero eso hizo que una señora, rápida como el rayo, ocupase su silla y le obligase a asistir a la charla desde el pasillo.
Salimos de allí de noche, envueltos en un frío que crecía por minutos y deseosos de buscar refugio en algún lugar caliente. ¡Qué pena damos! Antes de la conferencia habíamos quedado con Paco Gómez Escribano y algunos amigos de Armando y ya en el coche éste nos llamó para ver dónde nos habíamos metido.
Fue un día fantástico, de esos que no se olvidan con facilidad, que registro en mi blog para que la memoria lo tenga más fácil cuando quiera recordar.