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miércoles, 6 de noviembre de 2013

ESCRIBIENDO...

  

             A veces escribo por el puro placer de contar, sin más intención que eso, dar vida a unos personajes, insertarlos en una historia divertida y lograr que se desplacen por las páginas dejando, al final, un buen sabor de boca a quienes se acercan a conocerlos. Son novelas felices, sin importancia alguna, entretenimientos y aprendizajes necesarios para quien como yo se ha puesto como meta convertirse en una especie de juglar moderno. No voy de plaza en plaza, sino que uso esta plaza moderna que es internet y ahí voceo mis cuentos con más o menos capacidad para convocar público a mi alrededor. Busco, como esos antepasados medievales, transmitir felicidad, regalar a la gente unos momentos de desconexión de la rutina, darles argumentos para sonreír y, por qué no, para soñar.

               Ellos cambiaban sus palabras por unas pocas monedas, una cena caliente y una cama. Yo lo de la cena y la cama lo tengo ya, lo de las monedas, a pesar del pirateo, también. ¿Por qué no seguir por ese camino?

               Otras, sin embargo, necesito hablar de luchas, anhelos, deseos, mil miedos que dibujo a golpe de palabras. Entonces la novela que escribo no es entretenimiento, es algo diferente, las frases se desdoblan escondiendo a veces varios significados y el tono cambia, escapándose entre las líneas una parte de mi alma. El resultado es más crudo, más intenso y más difícil, porque una cosa es inventar la vida, imaginar historias locas, y otra hacer un collage donde realidad y ficción se van pasando el testigo silenciosas.

               Quizá en estas ocasiones convocar al público sea más complicado pero yo soy mi primera lectora y quiero leer exactamente eso que escribo porque hasta que no lo dejo como me gustaría verlo no desisto. Aquí me dan igual las monedas, la cena y la cama. Aquí me siento cómoda de verdad.

               Escribir Su chico de alquiler fue un placer. Reconozco que tenía mucho por aprender, que aún estaba practicando y que quizá hoy no me atrevería a dejar que nadie la leyera pero es tarde. Ya hace años que se me escapó y no se puede dar marcha atrás. Con ella, porque conozco sus limitaciones, me conformo con que me digan que es divertida, intrascendente y loca. Lo es. No tiene nada real, es pura ficción, aunque hace bien poco haya tropezado con un tipo que se ha casado cuatro veces y tiene hijos varios, como Mario, pero ya se sabe, la realidad siempre, siempre, acaba superando a la ficción…

               (Por cierto, es un best seller. Lo digo por aquellos a quienes les molesta. Simplemente es un best seller porque ha vendido, no implica calidad extrema pero eso ya está en la misma definición.)

               La arena del reloj es ese otro lado, donde la vida se da la mano con la muerte, en esa cuenta atrás presente desde que nacemos. Tampoco sé si a día de hoy dejaría que nadie pusiera sus ojos sobre ella, por más que sé que ha supuesto algo muy grande al menos para dos personas, y con eso me conformo, con haber sido un revulsivo para sus vidas, con haberles hecho pensar que la vida sigue siempre y que aferrarse al pasado es necesario, no olvidar, pero que hay que hacerlo al feliz, al que nos completó y no a los recuerdos tristes que nos machacan.

               Detrás del cristal es algo a medias. Una historia loca en la que la realidad se cuela en pequeñas dosis. Un ejercicio narrativo que sigo considerando de aprendizaje, que me ha enseñado varias cosas. La primera, que sé narrar manteniendo el interés. La segunda, que no debo nunca más utilizar un planteamiento de historia tan radical porque corro el riesgo de que no entiendan que no es más que un revulsivo, la historia necesaria para romper la tranquilidad y, a través de la narración, volver a recuperarla al final. Ha sido una prueba de fuego, me ha regalado una oportunidad, me ha hecho sentir muchas emociones y por ello creo que el trabajo, el tiempo, las horas que empleé en ella fueron provechosas.

               Ahora tengo entre manos dos historias.

               Una de ellas no tiene más objetivo que entretener. Es una historia romántica, de final feliz y apenas moraleja, algo hecho para disfrutar escribiendo, para divertirme con algunos personajes que esconden arquetipos de los que no pienso escaparme porque no es pecado hacerlo, aunque haya quien se empeñe en señalarte con el dedo cuando decides optar por algo así. Va bien, está casi terminada y me está sirviendo para practicar con un tipo de narración que no domino: el relato de escenas con un sutil toque erótico. No soy una cobarde, sé que no me salen muy allá pero poniéndole ganas, esfuerzo y dejándome corregir por una maestra que tengo muy cerca, seguro que lo consigo. Si algo tengo claro en esta vida es que hay que escuchar a quien sabe, dejarse aconsejar, borrar y reescribir si es necesario y no encabezonarse en lo que tus propias convicciones te anclan a veces impidiéndote avanzar. Es una historia para mis chicas de Facebook, para algunas mujeres con las que interactúo cada día y que me están aportando cosas muy buenas. Por ellas, para ellas, para mí. Porque me encanta la felicidad que me transmiten a pesar de sus problemas, porque me río cuando quedamos para destrozar una peli juntas, porque cuando te sienten triste saben leer entre líneas y siempre están. Es mi manera de darles las gracias por no ser una pose, de esas que hay tantas en la red social, esas de gente con dos caras: la pública y la que muestran en privado.

               La otra es mucho más intensa. Está escrita desde las tripas, poniendo el corazón, dejándome llevar por tres mujeres que son la suma de muchas que he ido conociendo. Es vida. Es hoy. Es dura pero sin ausencia absoluta de luz porque también he descubierto que si oscureces las historias, si haces que el lector lo pase solo mal, al final tampoco tú acabas demasiado satisfecho. No voy a negar las sombras de la vida pero tampoco le apagaré las luces del todo porque así no se puede vivir, entre tanta oscuridad, sin el más leve atisbo de esperanza en lo que hacemos y lo que vivimos. Me aferro a que después de los tropezones siempre hay una mano que te levanta, que se presta a acompañarte y sé, por experiencia, que antes de coger esa mano hay que mirar bien a los ojos de quien te la ofrece porque detrás de todas las sonrisas no hay ángeles escondidos. Pero detrás de algunas, definitivamente existen. Son las menos y cuesta verlas pero aparecen.


               Hay más proyectos. El medallón sigue parado, hay otra historia tomando cuerpo en mi cabeza. Tengo relatos cortos que espero poder encontrar el momento de sacarlos de dentro de mí. Y mientras tanto, entre todo esto, vida. Paseos, viajes, compras y comidas. Colegio y clases. Seguir leyendo y encontrarme cada día con la que soy al otro lado del espejo.