A veces escribo por el puro
placer de contar, sin más intención que eso, dar vida a unos personajes,
insertarlos en una historia divertida y lograr que se desplacen por las páginas
dejando, al final, un buen sabor de boca a quienes se acercan a conocerlos. Son
novelas felices, sin importancia alguna, entretenimientos y aprendizajes
necesarios para quien como yo se ha puesto como meta convertirse en una especie
de juglar moderno. No voy de plaza en plaza, sino que uso esta plaza moderna
que es internet y ahí voceo mis cuentos con más o menos capacidad para convocar
público a mi alrededor. Busco, como esos antepasados medievales, transmitir
felicidad, regalar a la gente unos momentos de desconexión de la rutina, darles
argumentos para sonreír y, por qué no, para soñar.
Ellos cambiaban sus palabras por
unas pocas monedas, una cena caliente y una cama. Yo lo de la cena y la cama lo
tengo ya, lo de las monedas, a pesar del pirateo, también. ¿Por qué no seguir
por ese camino?
Otras, sin embargo, necesito
hablar de luchas, anhelos, deseos, mil miedos que dibujo a golpe de palabras.
Entonces la novela que escribo no es entretenimiento, es algo diferente, las frases
se desdoblan escondiendo a veces varios significados y el tono cambia,
escapándose entre las líneas una parte de mi alma. El resultado es más crudo,
más intenso y más difícil, porque una cosa es inventar la vida, imaginar historias
locas, y otra hacer un collage donde realidad y ficción se van pasando el
testigo silenciosas.
Quizá en estas ocasiones convocar
al público sea más complicado pero yo soy mi primera lectora y quiero leer
exactamente eso que escribo porque hasta que no lo dejo como me gustaría verlo
no desisto. Aquí me dan igual las monedas, la cena y la cama. Aquí me siento
cómoda de verdad.
Escribir Su chico de alquiler fue
un placer. Reconozco que tenía mucho por aprender, que aún estaba practicando y
que quizá hoy no me atrevería a dejar que nadie la leyera pero es tarde. Ya
hace años que se me escapó y no se puede dar marcha atrás. Con ella, porque
conozco sus limitaciones, me conformo con que me digan que es divertida,
intrascendente y loca. Lo es. No tiene nada real, es pura ficción, aunque hace
bien poco haya tropezado con un tipo que se ha casado cuatro veces y tiene
hijos varios, como Mario, pero ya se sabe, la realidad siempre, siempre, acaba
superando a la ficción…
(Por cierto, es un best seller. Lo
digo por aquellos a quienes les molesta. Simplemente es un best seller porque ha
vendido, no implica calidad extrema pero eso ya está en la misma definición.)
La arena del reloj es ese otro
lado, donde la vida se da la mano con la muerte, en esa cuenta atrás presente
desde que nacemos. Tampoco sé si a día de hoy dejaría que nadie pusiera sus
ojos sobre ella, por más que sé que ha supuesto algo muy grande al menos para
dos personas, y con eso me conformo, con haber sido un revulsivo para sus
vidas, con haberles hecho pensar que la vida sigue siempre y que aferrarse al
pasado es necesario, no olvidar, pero que hay que hacerlo al feliz, al que nos
completó y no a los recuerdos tristes que nos machacan.
Detrás del cristal es algo a
medias. Una historia loca en la que la realidad se cuela en pequeñas dosis. Un
ejercicio narrativo que sigo considerando de aprendizaje, que me ha enseñado
varias cosas. La primera, que sé narrar manteniendo el interés. La segunda, que
no debo nunca más utilizar un planteamiento de historia tan radical porque
corro el riesgo de que no entiendan que no es más que un revulsivo, la historia
necesaria para romper la tranquilidad y, a través de la narración, volver a
recuperarla al final. Ha sido una prueba de fuego, me ha regalado una
oportunidad, me ha hecho sentir muchas emociones y por ello creo que el trabajo,
el tiempo, las horas que empleé en ella fueron provechosas.
Ahora tengo entre manos dos
historias.
Una de ellas no tiene más
objetivo que entretener. Es una historia romántica, de final feliz y apenas
moraleja, algo hecho para disfrutar escribiendo, para divertirme con algunos
personajes que esconden arquetipos de los que no pienso escaparme porque no es
pecado hacerlo, aunque haya quien se empeñe en señalarte con el dedo cuando
decides optar por algo así. Va bien, está casi terminada y me está sirviendo
para practicar con un tipo de narración que no domino: el relato de escenas con
un sutil toque erótico. No soy una cobarde, sé que no me salen muy allá pero
poniéndole ganas, esfuerzo y dejándome corregir por una maestra que tengo muy
cerca, seguro que lo consigo. Si algo tengo claro en esta vida es que hay que
escuchar a quien sabe, dejarse aconsejar, borrar y reescribir si es necesario y
no encabezonarse en lo que tus propias convicciones te anclan a veces
impidiéndote avanzar. Es una historia para mis chicas de Facebook, para algunas
mujeres con las que interactúo cada día y que me están aportando cosas muy
buenas. Por ellas, para ellas, para mí. Porque me encanta la felicidad que me
transmiten a pesar de sus problemas, porque me río cuando quedamos para
destrozar una peli juntas, porque cuando te sienten triste saben leer entre
líneas y siempre están. Es mi manera de darles las gracias por no ser una pose,
de esas que hay tantas en la red social, esas de gente con dos caras: la
pública y la que muestran en privado.
La otra es mucho más intensa.
Está escrita desde las tripas, poniendo el corazón, dejándome llevar por tres
mujeres que son la suma de muchas que he ido conociendo. Es vida. Es hoy. Es
dura pero sin ausencia absoluta de luz porque también he descubierto que si
oscureces las historias, si haces que el lector lo pase solo mal, al final
tampoco tú acabas demasiado satisfecho. No voy a negar las sombras de la vida
pero tampoco le apagaré las luces del todo porque así no se puede vivir, entre
tanta oscuridad, sin el más leve atisbo de esperanza en lo que hacemos y lo que
vivimos. Me aferro a que después de los tropezones siempre hay una mano que te
levanta, que se presta a acompañarte y sé, por experiencia, que antes de coger
esa mano hay que mirar bien a los ojos de quien te la ofrece porque detrás de
todas las sonrisas no hay ángeles escondidos. Pero detrás de algunas,
definitivamente existen. Son las menos y cuesta verlas pero aparecen.
Hay más proyectos. El medallón
sigue parado, hay otra historia tomando cuerpo en mi cabeza. Tengo relatos
cortos que espero poder encontrar el momento de sacarlos de dentro de mí. Y
mientras tanto, entre todo esto, vida. Paseos, viajes, compras y comidas. Colegio
y clases. Seguir leyendo y encontrarme cada día con la que soy al otro lado del
espejo.