Dentro de unos días tengo un encuentro virtual con un club de lectura (ya os contaré cómo ha ido), donde hablaremos de La colina del almendro. Me encanta porque la situación en la que vivimos ha limitado mucho el contacto con los lectores.
He estado pensando en algo.
No hace mucho, se me ocurrió invitar a un autor a nuestro club de lectura, el que va parejo al taller de narrativa. La respuesta fue que hace mucho que no va a estos actos (mucho no será, que apenas hace un año de la virtualidad de los encuentros) y que rechazaba amablemente la invitación.
Es su opción, por descontado. Tan válida como cualquiera, que esto no tiene obligaciones, por mucho que a veces nos veamos envueltos en ellas.
Sin embargo, me ha hecho pensar en otra situación, una vez en la que asistí a una charla de Alejandro Palomas en la que éramos media docena (contando niños acompañantes). Le pregunté si no se sentía un poco triste por haber hecho el esfuerzo de ir tras tan pobre respuesta y él me contestó, con la inteligencia de los que de verdad son grandes, que nunca se sabía dónde podría estar un lector que te abría la puerta a otros, multiplicando las posibilidades de que tus palabras llegasen a más gente.
Con eso me quedo, con la respuesta que tiene los pies en el suelo y el corazón en una historia que no es negocio, sino un pedacito de vida que creamos con esfuerzo, tiempo e imaginación. Que cuidamos porque nos importa. Que vivimos, porque forma parte de nuestras vidas.
#FelizMiercoles