Leyendo El viaje a la felicidad, de Eduardo Punset, me he encontrado con una definición que me ha impactado. Gente tóxica.
Lo aplica a las personas que enrarecen el ambiente con su incapacidad para trabajar en equipo.
En estos días he pensado que conozco a algunas de estas personas, aunque no en el trabajo sino en el día a día. Se quejan siempre de que son un imán para las desgracias pero, poco a poco, he ido constatando que no se trata de magnetismo. Es su propio reflejo el que contamina el ambiente, lo enrarece y lo distorsiona, de modo que, no tardando mucho, acabarán experimentando la soledad.
La infelicidad la viven a diario, la contagian a quienes se les acercan.
Son personas tóxicas y dañinas porque se empeñan en que sus defectos son siempre los de otros. Yo, por mi parte, he decidido darle al botón de suprimir cuando tropiezo con ellos.
No sea que algo se pegue...