viernes, 4 de mayo de 2018

PROYECTAR UNA NOVELA

Pixabay

Hace años quise escribir una novela. Mirando un cuadro de Velázquez, La venus del espejo, pensé en contar la historia de esa mujer misteriosa y a ello me puse. Entonces ignoraba que se sabía algo sobre la propietaria de esa espalda que me fascinaba. No sabía su nombre, o al menos quién se cree que era, Olimpia Triunfi, con quien se dice además que el pintor sevillano tuvo hasta un hijo, Antonio. No tenía ni idea de que se sospecha que se conocieron en Roma cuando el autor tenía 50 años, en uno de sus viajes, cuando ella no era más que una joven de unos veinte.

En esta tesitura de desconocimiento, decidí inventar. Mi venus no se llamaba Olimpia, sino Clara, y no era una joven italiana, sino una huérfana de Madrid, obligada por las circunstancias de su origen a ejercer como prostituta en la barrio de Lavapiés. No planteé una relación entre los dos, sino una explicación a por qué este era el único desnudo pintado por el sevillano, pintor de cámara de Felipe IV, un cuadro escandaloso para la época en la que la Inquisición ejercía un control de la moral, contexto en el que difícilmente se explica este cuadro.

Escribí la historia de principio a fin, pero aún no tenía las herramientas necesarias para desarrollar una novela. Lo que debería haber sido un libro se quedó en un relato de poco más de diez páginas que me valió mi primer premio literario remunerado y marcó un principio literario. Es el arranque del lío en el que me metí hace casi una década (y del que me quiero escapar dos de cada tres días porque a veces, muchas, me supera).

He querido volver a ella.

Hace unos días saqué todo lo que conservo de aquel momento de escritura, me puse de nuevo a investigar, esta vez con más medios porque ahora sí tengo internet, y poco a poco la intención se ha ido desinflando. A medida que conozco la historia real, más lejos la veo de mi torpe invención, así que el proyecto ha pedido fuelle. He guardado el relato. He recogido los libros. He borrado del historial las páginas marcadas para volver a ellas y he regresado a ese momento en el que estoy. El de la reflexión. El de pensar qué hacer ahora que acumulo en la memoria tres novelas terminadas y al menos el doble de bocetos en los que centrar mi atención.

No sé por dónde seguiré.

Y lo que es más extraño: no sé si tengo ganas de seguir. Me siento un poco ajena a todo lo que se mueve en torno a los libros últimamente, sin ese fuelle del principio, sin el empuje suficiente como para dedicarle a esto las horas necesarias para que el resultado sea digno.

No sé si es la primavera o que el invierno ha hecho acto de presencia en esta etapa de mi vida y necesito arroparme con una manta y absorber su calor.

Reponer energía hasta que regrese la primavera.