O UN LIBRO EXCEPCIONAL LLENO DE DETALLES EXCEPCIONALES.
El título del post era tan largo que he tenido que optar por ponerlo dentro de la entrada porque no cabía. Y es que esta pequeña historia es eso, una excepción tras otra, un libro excepcional.
Permitidme que cuente esas cosas que me fueron llamando la atención.
La primera de ellas es que en la portada aparecen dos nombres. Lo primero que uno piensa es que fue un libro escrito a cuatro manos, algo que no es tan extraordinario, pues hoy en día quien más y quien menos ha escrito con otras personas. Yo misma, al principio de publicar, compuse un relato que está colgado en este blog con un autor. Fue muy divertido, porque teníamos que coordinar las partes, tan satisfactorio que después volví a repetirlo.
Ya no he vuelto a tener tiempo ni a nadie que lo tuviera para acompañarme, pero creo que es una de esas cosas que me gustaría hacer con una novela. Solo por ver qué saldría.
Los dos nombres que aparecen en la portada son Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. La primera, editora y bibliotecaria, escribió este único libro que nunca se publicó mientras ella vivió. A terminarlo la ayudó su sobrina Annie, también escritora, y que fue quien puso todo su empeño para que las palabras de su tía no se quedasen en un cajón.
Gracias, Annie, es una verdadera delicia de libro.
Otra de sus cosas excepcionales es que se trata de género epistolar. A veces los autores nos decantamos por introducir cartas en novelas con narrador externo, porque en ellas se puede jugar a dejar que los personajes se expresen con su propia voz. Sin embargo, en menor medida se encuentran libros únicamente construidos a base de cartas. No digo que no existan, claro que los hay, y muchos, pero no es, por lo general y salvo excepciones, el género favorito del público. Eso sí, cuando un libro encuentra el tono en las cartas, son una delicia. Como estas que intercambia Juliet Ashton con los habitantes de Guernsey, una de las islas del Canal. El tono humorístico matiza la dureza del contenido, pues las misivas recuerdan los años de la ocupación nazi. Es una manera de contar las cosas que no se ahorra nada, pero lo enfoca de modo que el lector, aunque sabe que hay muchísimo dolor detrás, acaba leyendo con una sonrisa.
¿Acaso eso no es magia?
De este libro se ha hecho una película. Me parece excepcional porque si fuéramos capaces de contar los libros que se publican al año, nos daríamos cuenta que, porcentualmente, muy pocos acaban en la pantalla. Ni en la grande ni en la pequeña. Para mí, el resultado fue bastante pobre, he sentido mil cosas maravillosas leyendo el libro y con la película estuve a puntito de dormirme en el cine, pero eso es lo de menos. Alguien se sintió tan fascinado por sus palabras que decidió invertir en ellas y convertirlas en una historia visual.
Extraordinario.
No todo el libro son cartas, también se incluyen notas y telegramas, correspondencia mínima que hace avanzar la acción y que sirven también de motor para que el relato no pierda ritmo. A las cartas largas suelen seguirles otras más cortas que te empujan a seguir leyendo. Cuando te quieres dar cuenta, ya no te queda libro entre las manos.
¿Sabiduría de editora? ¿Don? ¿Casualidad? Ni idea, pero el resultado es magnífico.
Los personajes son deliciosos. Yo, que debo ser un poco rara, no consigo poner caras en mi mente a los personajes de ficción. Son emociones, olores, sensaciones. Muchos me gustan porque me recuerdan al mar, a un pastel de chocolate, al olor de mi hija o al amanecer entre los pinos, pero también los hay grises. Uno, en concreto, una mujer de Guernsey llamada Adelaide Addison, podía verla en mi mente: vestido negro, gesto adusto, nariz al techo y paso decidido para imponer su visión. Es la mala entre unos personajes adorables y yo no podía parar de reír cuando aparecía porque, más que mala, me resultaba patética, una inquisidora de pacotilla como muchas de las que nos rodean todavía en la actualidad, de ese tipo de gente que opina que todo el que no tenga su misma opinión sobre las cosas está completamente equivocado.
Genial el retrato.
Y la isla, qué voy a decir de la isla y de su historia, de la particular odisea de sus habitantes en aquellos momentos tan duros. La descripción alterna los recuerdos de los habitantes con la visión de Juliet. Un pasado de playas rodeadas de alambres de espino, otro más lejano de lugares donde sentirse libres. El mar y el cielo que es capaz de transformarlo. El olor y la vida de sus habitantes que encuentran en los libros no solo una manera de escapar de lo que les puede suponer saltarse el toque de queda una noche, sino esa paz y ese consuelo para los tiempos difíciles, esa manera de huir cuando no hay otro lugar al que escapar.
Libros que se disfrutan, que se leen y releen, sin competir a ver quién lleva más o quién lo termina más rápido. Qué tiempos aquellos en los que la vida no era una competencia.
Se lo recomiendo a la gente con sensibilidad y sentido del humor, a los que amen la literatura -hay multitud de referencias literarias- y a quienes disfruten con las historias que no necesitan sangre para reflejar el dolor. Te lo hace llegar de manera muy suave, pero igual de contundente. Lo sientes porque sabes lo que pasó en los primeros años cuarenta y, a veces, yo diría siempre, es más impactante una casa desnuda de paredes que la explosión de la bomba que la dejó así.
Yo encontré una edición de bolsillo que en papel me costó 6,95€. Muy bien invertidos, por cierto.