He recibido un correo convocando un apagón voluntario el día 15 de febrero a las diez de la noche. Y no ha podido llegar en mejor momento, porque en pleno cabreo por mi desorbitada factura de la luz he hecho lo único que podía hacer: programar una alarma en mi móvil para no correr el riesgo de que se me olvide.
Voy a apagar la luz. Del todo, desde el interruptor general. Y no creo que sean sólo los cinco minutos que me proponen. A lo mejor aguanto quince.
Propongo que nos programemos todos, que no lo dejemos correr. Si me apuras, con esto vamos a lograr un doble objetivo: por un lado haremos un hueco en las arcas de las compañías eléctricas y por otro le haremos un favor al medio ambiente. Se me ocurre algo. A lo mejor podíamos quedar los quince de cada mes. Qué putada, ¿no? Nada comparado con lo que le va a suponer a mi bolsillo a final de año. Nada menos que el doble de lo que pagué el año pasado. Y resulta que no ingreso el doble.