Sinopsis:
En la vida diaria,
¿hay lugar más seguro para los deseos secretos que el mundo virtual? Leo Leike
recibe mensajes por error de una desconocida llamada Emmi. Como es educado, le
contesta y como él la atrae, ella escribe de nuevo. Así, poco a poco, se
entabla un diálogo en el que no hay marcha atrás. Parece solo una cuestión de
tiempo que se conozcan en persona, pero la idea los altera tan profundamente
que prefieren posponer el encuentro. ¿Sobrevivirían las emociones enviadas,
recibidas y guardadas un encuentro «real»?
Mis impresiones:
Este libro llevaba entre mis pendientes desde hace cinco
años por lo menos. No recuerdo dónde lo vi, lo que sí recuerdo es que lo tuve
entre mis manos en papel y era uno de esos días en los que no me podía permitir
comprar un libro. Antes de mi época de lectora en digital, cuando cada libro de
papel suponía un desembolso que mi precaria economía de mamá de dos niños
pequeños no se podía permitir.
Si lo ponía en una balanza elegir entre lectura y yogures,
ganaban siempre por goleada los yogures.
Así que lo dejé, se me fue olvidando, sepultado entre
cientos de libros pendientes que acumulo, no solo en casa sino en mi mente.
Hasta que, en uno de esos montones de los centros comerciales, de los que no
salvan a los lectores compulsivos que aún compramos libros (incluidos los que
comento en el blog) apareció. Ni siquiera me acordaba del argumento, solo
recordaba la portada y el título:
Contra el viento del norte.
La verdad es que lo elegí por una razón estúpida: me imaginé
como si un viento gélido me estuviera dando en plena cara, congelando mis
mejillas y provocando que sintiera como si las orejas se me fueran a caer en
pedazos.
Contra el viento del norte.
Antes de darle la vuelta y leer la sinopsis, mi mente
novelera empezaba a crear una historia, un argumento imaginado al vuelo sobre
lo que podría encontrar en cuanto abriera la primera página. Ignorando la portada, me sumergiría en una
odisea épica, en los que unos personajes tendrían que salvar toda suerte de
obstáculos en una naturaleza hostil…
Pues no.
Eran correos electrónicos.
En cuanto vi las primeras páginas recordé de pronto que era
de eso de lo que se trataba el libro, de dos personas que se encuentran a causa
de una letra errónea en un correo electrónico.
Sonreí.
Sin ir más lejos, este pasado fin de semana he tenido de
nuevo contacto con un muchacho que me envió un correo hace un par de años, que
no era para mí. Contenía información sobre un proyecto de trabajo y me pareció muy
importante aclararle que no había llegado a su destinatario, sino a alguien que
no sabía de qué le estaban hablando. La confusión, el darme las gracias por
haber avisado, el contestar que de nada, que para eso estamos y alguna tontuna
intermedia dieron para una ligera correspondencia electrónica que se
interrumpió, como era normal. Este fin de semana, sin embargo, yo la retomé.
Estaba viendo la tele cuando reconocí en un jovencito al que le daban su
segundo Goya seguido, al protagonista del proyecto que recibí. Correo de vuelta
para mandarle mis felicitaciones y echarnos unas risas recordando la confusión y correspondencia interrumpida
de nuevo.
Pero…
¿Imagináis que pasaría si eso siguiera?
Pues eso mismo debió pensar Daniel Glattauer. ¿Qué pasaría
si dos personas que se encuentran por casualidad a través de un error en un
correo electrónico continuasen con esa correspondencia?
Leo y Emmi, los
protagonistas de esta particular novela epistolar (no sé si se dice epistolar
para correos electrónicos) tropiezan por culpa de una suscripción a la revista Like que Emmi quiere anular.Una sola letra de más y sus correos a quien le llegan
es a Leo Leike, que al tercero la avisa del error, ya que ella está cada vez
más enfadada porque no le hacen ni caso.
Todo podría haber quedado ahí, una disculpa y punto, pero en
Navidad sucede algo que altera esto. Emmi envía un correo masivo felicitando
las fiestas a sus contactos y entre ellos se cuela el correo de Leo. No me
extraña nada que a ella le entrasen ganas de contestarlo después de leer su respuesta, creo que
yo hubiera hecho lo mismo. Leo le dice que le encantan los correos colectivos
dirigidos a una masa de la que no forma parte. Ella se disculpa y él vuelve a
contestar. Creo que ahí está la clave para que Emmi se sienta
seducida a continuar la correspondencia con ese extraño:
"Le deseo unas felices fiestas y me alegro por usted,
pues tiene por delante uno de los ochenta mejores años de su vida. Si llega a
abonarse a los días malos, no dude en escribirme –por error- para que la dé de
baja”.
Treinta y ocho días después de esto, Emmi sigue con
problemas con la suscripción y vuelve a escribir a Leo por error. A partir de ese
instante empieza un tira y afloja entre los dos. Los primeros correos son
impersonales, cargados de ironía y en los que se cuentan en qué trabajan, pero
todo mezclado en unos párrafos en los que intentan sacarse de quicio
mutuamente. Poco a poco se meten en una conversación en la que empiezan a no
darse datos personales, sino que juegan a imaginar cómo es el otro a través de
sus palabras. La edad, el físico, hasta el número de zapato. Incluso llegan más
allá, un día quedan en un lugar público plagado de gente para ver si logran
averiguar quiénes son.
¿Se reconocerán?
A partir de ahí la constante en sus correos es la duda de
verse, de tener una cita de verdad. Porque en su caso han empezado la casa por el tejado, se conocen como nadie, pero no se han visto nunca, no han sentido el olor del otro, el tacto de su piel o el sonido de su voz. Empieza el quiero, pero no sé. El quizá que se convierte en nunca. El ahora sí y
ahora no, porque en el fondo los dos acaban ocupando un lugar tan importante en
la vida del otro que sienten miedo de perder ese pequeño mundo paralelo que han
construido de manera tan particular.
“¿Qué podríamos perder?
A ti.
A mí.
A nosotros.”
Esta cita no sé si es literal, creo que me la he medio
inventado, porque por más que busco no la encuentro. Debería hacer caso a
Teresa y hacerme con señaladores de colores para los libros de papel. ¡Esto con
el Kindle ya no pasa! Lo marca todo perfectamente y lo guarda para cuando lo
necesitemos.
Hacia el final, cuando realmente te preguntas qué haces
leyendo los correos de estos dos con tanta atención, sus intentos por no parecer
desesperados por hablar con el otro que se frustran en cuanto deciden “darse un tiempo” y
vuelven a caer –hablando del tiempo-, sucede algo inesperado. Algo que no
contaré, pero que cambia el curso de esta historia a la que parecías ver el
final perfectamente trazado en tu mente. Y Daniel, el autor, no se conforma con
ese primer cambio de giro, sino que en el último momento introduce otro. Una
sola palabra que cambia todo en Emmi. Tanto como para que, como lector, desees
una segunda parte.
La hay, pero confieso que a mí no me apetece leerla y eso
que puedo afirmar que me ha encantado la novela. No me apetece porque prefiero
imaginar mi final, el desenlace de esta historia que, dentro de mí, no acaba
siendo de Hollywood precisamente. Más bien es como esas cadenas de correos entre
dos personas que se interrumpen de pronto. Por dejadez de uno. Por desinterés
del otro. Porque la vida te lleva por donde le da la gana y quizá un día,
cuando menos te lo esperas, un mensaje intrascendente se te olvida.
O te cambia la vida por
completo.
Te cambia los días y las noches.
Te trastorna por completo hasta invadir ese yo interior
donde dejamos entrar a tan pocas personas.
Y otro día, sin saber muy bien por qué, la bandeja de
entrada se vuelve muda.