Escribir no es solamente juntar palabras con
coherencia sintáctica. Implica, además, reflejar la sensibilidad del autor, su
cultura y su capacidad para emocionar. Por eso, no todo el que escribe de
manera correcta, tiene talento literario. Viviríamos rodeados de escritores. Prácticamente todos los
autores de buenas reseñas literarias en los blogs, serían escritores, porque
tienen soltura para expresar su opinión y construyen textos que se entienden,
¿no? Un escritor, necesariamente, tiene que tener algo más, un don para tocar el alma de sus lectores.
Sin embargo, existen fórmulas para escribir
novelas, generalidades que pueden lograr que casi cualquiera que se exprese
medianamente bien y tenga imaginación suficiente, pueda lograr construir una
novela entretenida y solvente. Estaríamos entonces, ante un novelista.
¿Queréis saber cómo? Hace meses estuve
investigando y entre mis papeles han aparecido las notas que tomé. Hablaban de
la creación de un best seller, generalidades a tener en cuenta antes de
enfrentarse incluso a empezar la construcción del texto. Eran pocas
instrucciones y me tomé un tiempo en anotarlas.
Empezaba diciendo que lo primero, lo
fundamental, era pensar en un argumento
que distraiga. Evidentemente, si ideamos una novela en el que el centro de
la acción sea el aleteo de las moscas, no podremos ser Pepita Pérez, la
secretaria de un taller de coches, futura novelista de éxito: tendríamos que
tener un talento especial, ser capaces de emocionar desde la nada más absoluta,
espacio reservado solamente a quienes he llamado escritores al principio.
Lo siguiente que recomendaba era que no se
podía dejar nada a la imaginación del
lector. Todo hay que enlazarlo, atarlo, no hacer trampas en definitiva.
Pues esto que parece una perogrullada, no lo es. Es mucho más complicado de lo
que puede parecer en principio. Muchas novelas, publicadas con el apoyo de
grandes editoriales, están llenitas de trampas.
La tercera instrucción hablaba de los personajes. Recomendaba que fueran
familiares, identificables, cercanos… Debían ser humanos pero con algo
especial, tampoco valía cualquiera. Pensé que es sensato, de hecho, algunas de
las novelas que más me han gustado tenían como protagonistas a personajes con
los que podrías cruzarte en el metro. Gente con aspecto normal, pero que en el
fondo no lo son tanto. Por eso no son personas, sino personajes.
También se acordaban del lenguaje y en este caso no había dudas: preferiblemente,
inclinarnos por una prosa cercana y comprensible.
Nos aseguraría llegar a un número mucho más elevado de lectores.
Uno de los pilares del best seller es encadenar conflictos, sin dar un solo
respiro al lector. No sé dónde, hace años, leí que Ken Follet se lo planteaba
como reto, que no se superasen las dos páginas de lectura sin que la acción
avanzase. Eso le da ritmo a las
novelas, el lector continúa leyendo casi sin darse cuenta de que está siendo
llevado de la mano. Para esto había un truco: acabar un capítulo con un gancho, una pequeña anticipación de la
acción del siguiente que obligase a seguir leyendo.
Finalmente, optar por los finales de película, pero no de una
película de cine Croata (lo siento, he visto un cartel del cine club, donde
había un título algo así como ¿Qué es un hombre sin bigote?, dentro de un ciclo
de cine Croata subtitulado y me ha podido), sino una de esas películas cuyos
finales se te quedan grabados, aunque sea previsible. Eso no importaba mucho, a
veces los lectores están buscando en la lectura puro entretenimiento.
Dicho todo esto, me apunté las instrucciones
pero siento decir que no fui capaz de
hacer caso a casi nada. Sigo escribiendo por puro instinto. Ni siquiera soy
capaz de hacer un esquema y seguirlo. Las navidades pasadas comencé una novela
experimental, tenía todo clarísimo y antes de darme cuenta había perdido el
hilo. A saber qué saldrá.
Reflexión de un martes lluvioso…