Estos días en los que estoy en pausa de escritura –que no de
pensamiento, de ideas, de planificación mental de lo siguiente-, he llevado mis
ojos a uno de los autores de la Generación del 98: Miguel de Unamuno. Y he
estado leyendo un pequeño ensayo incluido en la edición que hizo Alianza
Editorial en 1974 de un clásico de nuestra literatura: San Manuel Bueno, mártir.
A esta novela volveré no tardando, aunque la he leído tres veces con
anterioridad, pero es una de esas a las que no importa regresar, pero ahora me
he quedado en el pequeño ensayo que engorda un libro muy breve (entre los dos
son apenas algo más de doscientas páginas).
¿Por qué se me ha ocurrido leer Cómo se hace una novela
justo tras terminar de escribir una novela? No lo sé, solo sé que pensé que
tenía que abandonar el libro que llevaba atascando mi lectura dos semanas,
buscar algo más breve y, sobre todo, que me apeteciera. Y este llevaba un
tiempo llamándome y decidí que era su momento.
Para empezar, diré que no es un ensayo fácil. Unamuno es
novelista, dramaturgo, poeta, ensayista y, sobre todo, filósofo. Es el hombre
de los comentarios, tanto que comenta su propio texto y siempre con referencias
eruditas, alusiones a otros autores, tanto de su época como anteriores y,
muchas veces, a los textos sagrados que tenía por costumbre leer a diario.
Cómo se hace una novela fue escrito en París en 1925 y
publicado en francés en la revista Mercure de France, el 15 de mayo de 1926.En
1927, Unamuno no tenía en su poder las cuartillas originales de aquel texto que
se tradujo al francés por Juan Cassou, así que las retradujo al castellano y,
cuando le pareció, fue insertando comentarios. Por eso, el texto que nos ha
llegado es una de esas paradojas que tanto le gustaban, son sus propias
palabras, pero tuvo que traducirlas y volver a dotarlas de sentido.
En este ensayo, Unamuno dibuja una línea argumental para una
novela protagonizada por un tal U. Jugo de La Raza. En un mercadillo de París
ha encontrado un libro donde se plantea una cuestión: el que lo lea, morirá al
llegar al final de sus páginas. Unamuno sigue los pensamientos de este
personaje, que se empieza a obsesionar con el libro. Pasa por todas las fases
imaginables: ignorarlo y dejarlo en el mercadillo, volver a buscarlo, leerlo
sin llegar al final, volver a empezar, quemarlo… Todo el argumento lo salpica con
sus reflexiones filosóficas y esta especie de “manual” no se escapa de ellas
tampoco. Pongo la palabra manual entre comillas porque es lo menos parecido a
un manual de escritura de novelas que he leído nunca. Sin embargo, es el
proceso que seguí al escribir mis primeras novelas: ideaba una historia, la iba
imaginando poco a poco y, después, la escribía. Sin pensar en cambios de giro,
detonantes, sorpresas o cliffhangers con los que enganchar al lector. Sin
pensar en ellos porque, de hecho, no sabía que estas cosas existían. Unamuno
tampoco se preocupa por eso, se centra más en las reflexiones de su personaje,
sin inquietarse siquiera porque la novela esté terminada de manera perfecta.
Al final, después de traducir el texto, incluye algunas
páginas más. Y después otras. Y más adelante, alguna más, como si no fuera
capaz de dar por terminada la narración. Cómo se hace una novela es, además, su
relato más íntimo, donde habla de su familia, donde deja ver lo que fue su vida
personal mucho más que en ninguna otra parte.
En medio de esta historia de Jugo de la Raza, Unamuno deja
unas frases que voy a copiar. Ya sabéis que no soy de spoilers, pero teniendo
en cuenta que este ensayo es de 1927, me temo que voy a fastidiarle la novedad
a bien pocos. Y me apetece que se queden en el espejo para releerlas de vez en
cuando. Por cierto, el concepto de espejo tal como lo siento yo aparece en
varias ocasiones en este ensayo, algo que me ha encantado.
“¿Y qué es la razón? La razón es aquello en que estamos
todos de acuerdo, todos o por lo menos la mayoría. La verdad es otra cosa, la
razón es social; la verdad, de ordinario, es completamente individual, personal
e incomunicable. La razón nos une y las verdades nos separan”.
Razón y verdad. Gran reflexión. Estoy de acuerdo en que cada
uno tiene siempre su verdad y que, muchas veces, los demás no la comprenden.
“La pobre mujer de letras buscaba lo que busca todo
escritor, todo historiador, todo novelista, todo político, todo poeta: vivir en
la duradera y permanente historia, no morir. “
No sé si estoy de acuerdo aquí. Creo que existen escritores
que no aspiran a la eternidad, que no buscan no morir. Que solo buscan vivir en
paz y, para ello, necesitan de las palabras escritas. Pero no soy Unamuno, ni
soy filósofa, solo soy alguien que escribe.
“El lector que busque
novelas acabadas no merece ser mi lector; él está acabado antes de haberme
leído”.
Esto me hizo sonreír. Si Unamuno publicase hoy en Amazon
estoy segura de que lo crucificaban con los comentarios –aunque me encantaría
leer sus respuestas, seguro que eran demoledoras.
“Los mejores novelistas no saben lo que han puesto en sus
novelas. Y si se ponen a hacer un diario de cómo las han escrito es para
descubrirse a sí mismos”.
Esto sí, esta es la idea del espejo a la que siempre ando
dando vueltas. Las palabras que nos reflejan y nos descubren ante nosotros
mismos.
Ha sido un pequeño placer leer este pequeño libro.