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sábado, 10 de septiembre de 2016

CÓMO SE HACE UNA NOVELA DE MIGUEL DE UNAMUNO.


Estos días en los que estoy en pausa de escritura –que no de pensamiento, de ideas, de planificación mental de lo siguiente-, he llevado mis ojos a uno de los autores de la Generación del 98: Miguel de Unamuno. Y he estado leyendo un pequeño ensayo incluido en la edición que hizo Alianza Editorial en 1974 de un clásico de nuestra literatura: San Manuel Bueno, mártir. A esta novela volveré no tardando, aunque la he leído tres veces con anterioridad, pero es una de esas a las que no importa regresar, pero ahora me he quedado en el pequeño ensayo que engorda un libro muy breve (entre los dos son apenas algo más de doscientas páginas).

¿Por qué se me ha ocurrido leer Cómo se hace una novela justo tras terminar de escribir una novela? No lo sé, solo sé que pensé que tenía que abandonar el libro que llevaba atascando mi lectura dos semanas, buscar algo más breve y, sobre todo, que me apeteciera. Y este llevaba un tiempo llamándome y decidí que era su momento.

Para empezar, diré que no es un ensayo fácil. Unamuno es novelista, dramaturgo, poeta, ensayista y, sobre todo, filósofo. Es el hombre de los comentarios, tanto que comenta su propio texto y siempre con referencias eruditas, alusiones a otros autores, tanto de su época como anteriores y, muchas veces, a los textos sagrados que tenía por costumbre leer a diario.

Cómo se hace una novela fue escrito en París en 1925 y publicado en francés en la revista Mercure de France, el 15 de mayo de 1926.En 1927, Unamuno no tenía en su poder las cuartillas originales de aquel texto que se tradujo al francés por Juan Cassou, así que las retradujo al castellano y, cuando le pareció, fue insertando comentarios. Por eso, el texto que nos ha llegado es una de esas paradojas que tanto le gustaban, son sus propias palabras, pero tuvo que traducirlas y volver a dotarlas de sentido.

En este ensayo, Unamuno dibuja una línea argumental para una novela protagonizada por un tal U. Jugo de La Raza. En un mercadillo de París ha encontrado un libro donde se plantea una cuestión: el que lo lea, morirá al llegar al final de sus páginas. Unamuno sigue los pensamientos de este personaje, que se empieza a obsesionar con el libro. Pasa por todas las fases imaginables: ignorarlo y dejarlo en el mercadillo, volver a buscarlo, leerlo sin llegar al final, volver a empezar, quemarlo… Todo el argumento lo salpica con sus reflexiones filosóficas y esta especie de “manual” no se escapa de ellas tampoco. Pongo la palabra manual entre comillas porque es lo menos parecido a un manual de escritura de novelas que he leído nunca. Sin embargo, es el proceso que seguí al escribir mis primeras novelas: ideaba una historia, la iba imaginando poco a poco y, después, la escribía. Sin pensar en cambios de giro, detonantes, sorpresas o cliffhangers con los que enganchar al lector. Sin pensar en ellos porque, de hecho, no sabía que estas cosas existían. Unamuno tampoco se preocupa por eso, se centra más en las reflexiones de su personaje, sin inquietarse siquiera porque la novela esté terminada de manera perfecta.

Al final, después de traducir el texto, incluye algunas páginas más. Y después otras. Y más adelante, alguna más, como si no fuera capaz de dar por terminada la narración. Cómo se hace una novela es, además, su relato más íntimo, donde habla de su familia, donde deja ver lo que fue su vida personal mucho más que en ninguna otra parte.

En medio de esta historia de Jugo de la Raza, Unamuno deja unas frases que voy a copiar. Ya sabéis que no soy de spoilers, pero teniendo en cuenta que este ensayo es de 1927, me temo que voy a fastidiarle la novedad a bien pocos. Y me apetece que se queden en el espejo para releerlas de vez en cuando. Por cierto, el concepto de espejo tal como lo siento yo aparece en varias ocasiones en este ensayo, algo que me ha encantado.

“¿Y qué es la razón? La razón es aquello en que estamos todos de acuerdo, todos o por lo menos la mayoría. La verdad es otra cosa, la razón es social; la verdad, de ordinario, es completamente individual, personal e incomunicable. La razón nos une y las verdades nos separan”.

Razón y verdad. Gran reflexión. Estoy de acuerdo en que cada uno tiene siempre su verdad y que, muchas veces, los demás no la comprenden.

“La pobre mujer de letras buscaba lo que busca todo escritor, todo historiador, todo novelista, todo político, todo poeta: vivir en la duradera y permanente historia, no morir. “

No sé si estoy de acuerdo aquí. Creo que existen escritores que no aspiran a la eternidad, que no buscan no morir. Que solo buscan vivir en paz y, para ello, necesitan de las palabras escritas. Pero no soy Unamuno, ni soy filósofa, solo soy alguien que escribe.

 “El lector que busque novelas acabadas no merece ser mi lector; él está acabado antes de haberme leído”.

Esto me hizo sonreír. Si Unamuno publicase hoy en Amazon estoy segura de que lo crucificaban con los comentarios –aunque me encantaría leer sus respuestas, seguro que eran demoledoras.

“Los mejores novelistas no saben lo que han puesto en sus novelas. Y si se ponen a hacer un diario de cómo las han escrito es para descubrirse a sí mismos”.

Esto sí, esta es la idea del espejo a la que siempre ando dando vueltas. Las palabras que nos reflejan y nos descubren ante nosotros mismos.


Ha sido un pequeño placer leer este pequeño libro.

sábado, 20 de diciembre de 2014

ABEL SÁNCHEZ. UNAMUNO



Sinopsis:

Joaquín Monegro siente envidia hacia su amigo Abel Sánchez desde que eran niños, incrementada cuando éste se casa con Helena, la prima de Joaquín, de quien estaba enamorado. Joaquín se obsesiona con ella y la empieza a desear, ya no como el objeto de su amor, sino como un premio que arrebatarle a su amigo. Ninguno sus intentos por olvidar o superar a su adversario -su matrimonio con Antonia, su carrera como médico- será fructífero, de modo que dedicará su vida a esa pasión destructiva, sin hacer otra cosa, pese a los repetidos consejos de Antonia.

Cuando Joaquina, su hija, se casa con el hijo de Abel y Helena, llamado Abelín y el matrimonio va a vivir a su casa, parece que ha logrado una victoria, pero ésta no será nada más que el preludio del trágico final.

Un resumen:

Esta novela lleva también un subtítulo: Historia de una pasión, y fue publicada por primera vez en 1917.

Unamuno era una persona de firmes convicciones y de mucha personalidad. Quería contar historias, pero no solo aquellas que retratasen su presente de manera fidedigna, sino que fueran más allá. Para ello prescinde de un elemento al que son fieles el resto de autores de su tiempo: una ambientación concreta y una cronología precisa de la obra. Para él, esas dos facetas de la novela (en su caso nivolas), carecen de importancia. Las sitúa en un plano inferior, dedicando su esfuerzo a la parte simbólica.

En este sentido, Abel Sánchez es su interpretación del mito de Caín y Abel, encarnados en los dos protagonistas. Abel conserva su nombre y Unamuno elige para él rasgos positivos que para Joaquín (el Caín unamuniano) se convierten en negativos. De él destaca la envidia (el mal de España para todos los hombres del 98), los celos que siente hacia, por ejemplo, el hecho de que Abel se case con la bella Helena, mientras que él tiene que conformarse con Antonia, una mujer que le trata más como una madre que como una esposa (otro de los temas recurrentes de Unamuno, la mujer-madre).

Unamuno divide la novela en 38 capítulos. Emplea un par de ellos para introducir la obra y una extensión similar para concluirla, siendo la parte del desarrollo la más extensa. En la obra vemos cómo Joaquín se siente desplazado por Abel en todo. Es éste el que parece caerle siempre bien a la gente, el que es simpático, el que, a pesar de tener un talento cuestionable, se convierte en un pintor de éxito, mientras que Joaquín no logra destacar como médico, aunque no sea malo. Para acabar de rematar esta situación, Joaquín, enamorado de su prima Helena, se la presenta a Abel y estos acaban haciéndose novios. Este hecho rompe a Joaquín y empieza a odiar a su amigo. Un día, tras mucho tiempo de apatía, Joaquín se casará con Antonia, una buena mujer de la que no está enamorado.

Pero el futuro les depara más sorpresas. Cada una de las parejas tiene un hijo, Joaquina, la hija de Joaquín y Antonia, y Abelín, hijo de Abel y Helena, que se acabarán casando. El hijo de Abel que también estudia medicina, se aproxima a Joaquín; opina como él de su padre, que es egoísta y que solo le interesa el ser el centro de atención. El sentirse apoyado en lo que siempre ha pensado ayuda a Joaquín a alcanzar cierta felicidad, pero al nacer el primer nieto, el niño muestra predilección por su abuelo Abel y a Joaquín le vuelven a consumir los celos. Un día, en uno de sus ataques, mata a Abel. Un año después morirá él mismo, consumido en la angustia de saberse un asesino y de haber desperdiciado toda su vida odiando a un hombre.

Toda la novela está regida por un narrador omnisciente, excepto en las ocasiones que, intercalado entre los capítulos, escuchamos la voz en primera persona de uno de los personajes, una especie de confesión del personaje principal. Los diálogos son muchas veces extensos, y son los que van a dotar de vida a los personajes; será a través de ellos como los conozcamos a todos.

Es una novela (o nivola) que sigue manteniendo su vigencia, como toda la literatura que se sustenta en universales: los celos, la envida, el rencor acumulado a lo largo de toda una vida. Y la muerte que es protagonista del trágico final.


“Toda mi vida ha sido un sueño”

viernes, 2 de mayo de 2014

LA TÍA TULA MIGUEL DE UNAMUNO




Sinopsis:

Gertrudis, Tula, al morir su hermana se hace cargo de su cuñado y sus sobrinos a los que siempre llamará hijos. Renuncia a una vida propia pero se adueña de los destinos de los otros, manteniendo la unidad familiar con su severo temperamento, fruto de una exacerbada castidad.

El conflicto entre el anhelo de maternidad y la aversión hacia el amor carnal lo afronta la Tía Tula con voluntad de hierro, rasgo acorde con su conducta católica donde el alma significa pureza y el cuerpo pecado.

Mis impresiones:

Quería volver a Unamuno. Durante algunos años tuve que leer varias de sus obras y, aunque recordaba argumentos e incluso algunas frases. el paso del tiempo había desdibujado su estilo en mi mente así que el otro día decidí regresar a él. Pensé en leer de nuevo San Manuel Bueno, martir, pero no sé dónde tengo ese libro. Supongo que en algún traslado se ha debido perder porque no logré encontrarlo. El que sí apareció fue La Tía Tula. Curiosamente este nunca lo había leído así que empecé con él.

Es corto, en mi edición apenas ciento cuarenta páginas, por lo que me ha durado un suspiro. Está estructurado en veinticinco capítulos cortos, lo que siempre facilita la lectura, precedidos por un prólogo. Este es curioso porque Unamuno advierte en él al lector de novelas que se lo salte si quiere porque es una digresión filosófica que puede obviarse perfectamente sin perjudicar al entendimiento de la novela.

Una vez superado, empieza esta novela (o nivola) corta. Aunque se publicó en 1921 y el argumento es bastante sencillo, Unamuno tardó veinte años en pulirla. No es su intención el simple entretenimiento de quien se acerque a este libro sino la reflexión en torno a una paradoja: el tema de la virgen-madre. Tula, casta hasta el final, se acaba convirtiendo en la madre de los hijos de su hermana Rosa, en la madre de los hijos del segundo matrimonio de su cuñado, incluso un poco de él, al que llama hijo en varias ocasiones. Su necesidad es tal que actúa también un poco como madre de Manuela, la segunda esposa de Ramiro, su cuñado, y extiende ese trato a Caridad, la que será la mujer del mayor de sus sobrinos. Pero no es una maternidad frustrada la de Tula, voluntariamente asume la crianza de sus sobrinos y desarrolla el instinto maternal sin necesidad de perder la virginidad. Es madre sin haberlo sido nunca.

En esta novela el personaje principal, en el que Unamuno centra toda su atención, es Tula. Los demás, Rosa, Ramiro, sus sobrinos, son meros instrumentos para dibujar a un personaje de gran fuerza narrativa, presa en contradicciones que la acompañan hasta la muerte. La dibuja por dentro, firme, con un carácter arrollador pero en muy pocos momentos da datos concretos (más allá de sus ojos apenas habla de nada más de ella) porque no le interesa, dejará que sea el lector quien le ponga rostro.

Unamuno elige para contarnos esta historia un narrador omnisciente en tercera persona al que a menudo interrumpen, entre comillas, los pensamientos de la protagonista. Todo el texto está salpicado de diálogos, muchas veces entre dos personajes en los que prescinde del recurso de recordar al lector, durante muchas intervenciones seguidas, quién es quien está hablando en cada momento. Incluso, al final, dado que la conversación que cierra el libro es entre tres personajes, prefiere situar delante de la intervención de cada personaje la inicial de su nombre, acercándose con esto a un recurso del teatro.

A mí, personalmente, la novela me parecía muy teatral todo el tiempo.

La novela me ha gustado mucho, como no podía ser de otra manera. Tiene un tono muy litúrgico, como lo recordaba, y he sido consciente de que la obra está llena de leísmos, algo que sabía que forma parte de su manera de escribir pero que no recordaba con tanta intensidad. Otro elemento que antes no he mencionado es que en la novela hay una confusión que parece no importar a Unamuno. En algún momento confunde el sexo de los hijos de Ramiro, donde decía hijo ahora es hija. No sé si eso fue un error consciente o en realidad era tan poco importante para él, estaba tan en segundo plano con respecto a lo que en realidad quería transmitir, esa idea de la maternidad entregada, la paradoja de ser la mejor madre sin serlo, que le dio lo mismo.

Igual que creo que se debe conocer lo que sucede a nuestro alrededor ahora mismo, conocer autores nuevos, leer a los clásicos es un buen ejercicio para el espíritu. Además de un excelente aprendizaje.

Voy a aprender un poco estos días. Ya tengo otro clásico entre manos.