sábado, 26 de marzo de 2016

ESE NARRADOR MENTIROSO

Llevo desde ayer enfrascada en una "lectura ligera", una de esas novelas que elijo entre otras de más entidad para distraerme, para no sentirme atascada. Para que no empiece a cundir el pánico dentro de mí, pensando que mi lista de libros que deseo leer sigue engrosándose y yo no avanzo.

Me está pasando una cosa con ella que ha hecho que, aunque me queda menos de un 10% para terminarla, tenga que parar a reflexionar sobre ella. Que mejor que aquí, en mi espejo, donde voy anotando todo lo que tiene que ver con lecturas y escritura.

Creo que estoy teniendo un problema con el narrador de esta novela.

Es uno omnisciente, ese que todo lo sabe, que lo controla todo, que cambia el foco de un personaje a otro cada dos por tres y te ofrece todos los ángulos posibles de la historia. No es testigo, es parte, aunque no sea narrador protagonista, como cuando el autor elige contar la historia en primera persona. Es un narrador que conozco bien porque lo he usado muchas veces, porque es el narrador que suele aparecer en las novelas que más me gustan.

En esta novela me tiene descolocada.

Llevo un 90% de la novela intentando averiguar qué es lo que pasa, por qué, si es un narrador que me convence siempre, por qué en esta novela no. Y ahora, a un porcentaje mínimo de terminar de leer la historia, he apagado el kindle a la vez que ha sonado un "ya lo sé" mental. Y he venido corriendo a mirarme en el espejo, para anotarlo, para que esto me sirva de recordatorio cuando sea yo la que escriba una historia.



Este narrador es un mentiroso.

No el omnisciente en general, sino este en concreto. Me está mintiendo desde el principio y eso era lo que me descolocaba. Un narrador omnisciente puede ser cualquier cosa menos mentiroso, porque entonces la novela se desarma.

¿En qué me ha mentido? Bueno, en sus apreciaciones sobre la protagonista de la novela. Me la describe como una mujer resuelta, valiente y decidida, una heroína de novela en toda regla, pero cada vez que ella abre la boca, cada vez que protagoniza una escena, la veo tonta, insegura, despistada, veo como mete la pata como una campeona y resulta hasta cómica en su torpeza. ¿Por qué el narrador me intenta colar unas virtudes que son desdichas por el diálogo a cada momento? Si me hubiera dicho de ella esto mismo que acabo de descubrir, creo que me encantaría. Porque una protagonista imperfecta no tiene nada de malo, al contrario, pero un narrador mentiroso, eso ya son palabras mayores.

Por eso, he venido al espejo a tomar unas notas, a decirme en voz alta que cuando escriba tenga mucho cuidado con las cosas que le hago decir al narrador. Que si quiero dibujar una protagonista valiente y decidida, tendré que ponerla a prueba, pero con retos muy, muy serios. Y si no lo consigo y me sale torpe, despistada e imperfecta, tendré que obligar a mi voz narrativa a que no mienta.

Le hago (me hago) quedar como un idiota.

miércoles, 23 de marzo de 2016

OCHO AÑOS TRAS EL ESPEJO

Nunca sabemos qué cosas de las que hacemos nos cambiarán la vida. A veces, los pasos firmes, planeados con esmero, se desinflan tras el primer soplo y otros, unos que ni siquiera te planteas que signifiquen algo, lo cambian todo.



Hace ocho años di un paso sin pensar. Me inventé, en una tarde aburrida de fin de semana, un espejo en el que mirarme de vez en cuando. Un rinconcito íntimo en el que podría conversar conmigo misma, puesto que tampoco sabía, en ese momento, que podría hacerlo con alguien más.

Ese espejo, con el tiempo, fue reflejando solo una parte, la que tiene que ver con mi pasión por la lectura. Un día, además, comencé a hablar de la otra gran pasión: escribir. Y otro, más inconsciente aún, se me ocurrió que podría probarme a mí misma, ver si era capaz de conseguir publicar una novela, una historia salida de mi imaginación y documentar el proceso para que no se me olvidase, tanto si lo conseguía como si no.

Esos tres puntos son los que articulan este modesto blog, que sigue activo por una razón: me ayuda a ser el registro de lo que voy viviendo, de los líos en los que me acaba metiendo esta mente inquieta y experimentadora que tengo. Siguiendo las entradas reconstruyo los pasos que he dado, revivo los libros que he leído, incluso sé, aunque nunca haya dejado constancia del título, los que me han decepcionado. Sé quién fui y quién he acabado siendo, veo cómo en algunos momentos he perdido la inocencia, pero siguen persistiendo esas ganas inmensas por dar un paso más, por probar.

Y si me estrello, mala suerte.

Y si acierto, sonrío.

Debería celebrar estos ocho años haciendo algo especial, pero la verdad es que se me había olvidado que era hoy y no he pensado en nada. De cara a mí misma, quiero hacerme una promesa: si la vida no me pone ningún obstáculo, estar aquí dentro de 365 días.

miércoles, 16 de marzo de 2016

TAN FRÁGILES COMO EL PAPEL


Abrió el cajón y levantó la ropa. Debajo de las sábanas limpias, escondidos, tres paquetes atados con lazos de color blanco: las cartas de Ricardo. Las acarició con las yemas de los dedos antes de sacarlas. Sabía que, después de que las leyera, dejaría de lado los tres últimos años.
 
Con ellas entre las manos, se dirigió a la cama, se sentó sobre la colcha bordada, apoyando la espalda en el cabecero, y acercó uno de los paquetes a su nariz. No sabía cómo olía Ricardo, pero le gustaba imaginar que tenía el aroma del papel y la tinta. Cerró los ojos y se concentró en la sensación que le traía recuerdos de algunos de los días más intensos de su vida. Trató de evitar que una lágrima traidora se escapara de sus ojos, pero no pudo. Decidió que daba lo mismo. Esa noche ya no importaba que las derramase. Necesitaba valor, pensar con claridad y quizá eso ayudase a que su mente se despejara.

Ricardo.

Solo era un nombre sin voz, una fotografía que nunca cobró aliento, pero había removido su vida como nadie más. Llego por error y se quedó de una manera particular, prendido entre las palabras de una correspondencia antigua, una que ya casi nadie usa, que a ella le devolvió la ilusión que los avatares de la vida le habían hecho perder.

Con cuidado, deshizo el lazo del primero de los paquetes y extrajo la primera carta. Conocía de memoria cada una de las palabras que contenía, porque la había releído mil veces, pero se concedió el placer de volver a hacerlo. Y la segunda. Y la tercera. Así, hasta agotar el primer fajo, el más pequeño, donde todas las cartas tenían la misma abigarrada y diminuta letra de Ricardo. Revivió el principio, sonrió de nuevo mientras recordaba sus propias respuestas, ausentes en este espacio que era solo de él. Las recordaba con una nitidez asombrosa, esa que dan las experiencias que se viven con intensidad, por más que no hubiera constancia de ellas en aquel paquete.

El segundo era más grueso. Todo un año en el que, a cada carta de Ricardo, le acompañaba una suya: la respuesta que nunca le envió. Las contestó todas, sí, pero el sobre que contenía la dirección de él llevaba una pasajera distinta, la segunda versión de sus emociones, donde se había ahorrado los sentimientos porque le asustaba lo que estaba sintiendo por un desconocido. En estas que ella conservaba no, en estas la sinceridad se deslizaba en cada línea. Revelaban la fragilidad de un alma que siempre había luchado por ser fuerte.

El tercer paquete era similar en grosor, pero no en contenido. El tono de él cambiaba, la necesidad de que se encontrasen fuera de las páginas nunca había recibido su respuesta, aunque la hubiera. La estaba leyendo. El amor recorría cada hoja escrita con la delicada letra de ella, pero nunca había sido franqueado. Permanecía virgen de sus ojos, escondido en cada sobre y en cada pliegue de su alma.

Al final, la última carta de Ricardo, que no tuvo réplica enviada, pero que sí la tenía allí, entre sus manos, dentro de un sobre cerrado con la dirección escrita y el sello pegado en la parte superior derecha. Era la única de sus cartas que no estaba en el mismo sobre que las de Ricardo. La única suya plagada de verdad en esa historia confusa e incompleta, que no se había atrevido a vivir. La única que pensó mandar, pero que días antes acabó escondida en el cajón.

Pasó diez horas leyendo, repasando en silencio sus temores y sus anhelos y le dolían los ojos tanto como el pecho. Pero tenía que hacerlo, tenía que volver a posar su mirada sobre aquella historia antes de dar el último paso. Después de tomar valor, rasgó el sobre y extrajo un único folio que ni siquiera tuvo que leer, pues conocía de sobra lo que decía. Cerró los ojos y dejó que las últimas lágrimas resbalasen por sus mejillas.

La decisión estaba tomada.

Las recogió todas y se dirigió al salón, donde la chimenea permanecía encendida. Despacio, una a una, las fue quemando y, mientras el papel sucumbía a la caricia del fuego; mientras desaparecían entre las llamas, sintió que ella estaba desapareciendo un poco. Se iba con Ricardo, a ese lugar donde nunca estuvieron. Como se había ido él, para siempre.

Estuvo mucho más tiempo mirando las brasas encendidas. Quieta. Perdida entre los sentimientos que acababa de destruir y que habían sido tan frágiles como el papel.


  

domingo, 13 de marzo de 2016

EL PODER DE LA SOMBRA: RESEÑA Y PRESENTACIÓN EN MADRID

El 10 de marzo, a las 19:30, en la librería (Paseo de la Castellana, 154), María José Moreno tenía una importante cita dentro de su carrera literaria: la presentación de El poder de la Sombra (ed. Versátil), la segunda parte de esta Trilogía del Mal. Después de La caricia de Tánatos, la novela en la que conocimos a Mercedes Lozano y en la que de manera tan magistral aborda el tema de los malos tratos psicológicos, le toca el turno a esta segunda parte. En ella, la psicoterapeuta protagonista de la trilogía, se enfrenta a la amnesia de Rosa María Luque, a quien todas las pruebas acusan de varios asesinatos. Mercedes tendrá que bucear en su mente para reconstruir su pasado y así plantear su defensa. Para entender el puzle de su vida contará con la ayuda del psiquiatra Miguel Vergara, a quien ya conocimos en la primera parte y cuya relación con Mercedes es otro de los puntos atractivos de esta trilogía. El poder de la Sombra, una novela con ritmo trepidante, trata el tema de los abusos en la infancia y sus secuelas en la vida adulta. Entre otros, porque si algo tiene María José Moreno es capacidad para condensar en muy pocas páginas multitud de enfoques.



En cuanto me enteré de la cita, supe que acudiría. Desde la primera vez que estuvo en Madrid para presentar Bajo los tilos, he acompañado a María José cuando ha venido a la capital. Me cuesta mucho esfuerzo cuadrar horarios, todavía mis hijos son relativamente pequeños como para irme tan feliz de casa, pero por ella busco la manera. El destino quiso que compartiéramos la primera presentación, hace dos años, y entre nosotras surgió una amistad que se ha ido haciendo fuerte. A diario, a través de las redes. Esporádicamente, cuando nos hemos ido viendo: en Madrid y en Córdoba, ciudad que visité con mi familia en septiembre y en la que, tanto ella como Pilar Muñoz, hicieron de anfitrionas de lujo. Puedo decir muy orgullosa que ambas son mis amigas, de las mejores que se pueden tener. Y por las amigas que nunca te fallan, se mueven montañas. Y de las amigas que escriben como ellas dos solo se puede hacer una cosa: presumir.

Por cierto, ya he leído la novela.

Como siempre, no os la voy a destripar, porque mi objetivo aquí, en esta que es mi casa, es dejar pinceladas sueltas de las lecturas que hago por varias razones. La primera, para mí misma, para que cuando pase un tiempo y quiera volver a recordar un libro, tenga unas notas en las que apoyarme. La segunda, porque me gusta compartir las lecturas satisfactorias con quienes cruzan el espejo, me gusta decir: «Oye, que este libro a mí me ha merecido la pena. He pasado con él unas horas estupendas y ha sido por esto, por esto y por aquello». La tercera, porque estoy segura de que las 342 páginas del ejemplar con sobrecubierta que ahora tengo a mi lado son de las que merece la pena hablar.

De El poder de la Sombra os diré que, además de una portada preciosa, muy en sintonía con la de La caricia de Tánatos, tiene multitud de cambios de giro, de esos que te van dejando sin aliento. Cuando te haces una composición, estableces hipótesis sobre lo sucedido con Rosa María en el pasado y sobre su culpabilidad o inocencia… algo sucede o que concluyen te descoloca. Y dudas tanto que te obliga a pensar de nuevo. Pensar y disfrutar leyendo… una combinación fantástica.

La acusada es un personaje complejo, con mil matices que María José Moreno nos va desvelando poco a poco en una novela que literalmente te bebes. La estructura en capítulos cortos, introducidos por la fecha y la hora, te empuja a eso que se conoce como «un poquito más y lo dejo». Cuando quieres dejarlo… te falta ya tan poco para terminarla que no lo dejas. Te acaban dando las tantas pegada al libro. Hace poco leí que el sueño de un autor es ese, escribir una novela que el lector no pueda soltar hasta que se acabe y que, cuando lo haga, se quede con la sensación de que quería más. 

Ella lleva ya tres así.

El narrador de esta novela, en primera persona, es la misma Mercedes Lozano. A través de ella conoceremos la trama, salvo al final, en el que otro narrador, que no voy a desvelar, toma la palabra para terminar de contarnos la historia.

A algunos personajes que aparecen en esta novela los conocemos ya de La Caricia de Tánatos, sobre todo a Mercedes y a Miguel, pero también hay otros nuevos, la misma Rosa María y Felipe, viejo amigo de la familia de Mercedes, abogado, que le pide colaboración profesional para construir la defensa de una mujer amnésica acusada de varios asesinatos. La habilidad narrativa de María José Moreno consigue entrelazar sus vidas personales con esa trama de investigación, dotando a la novela de una magnífica solidez.

Y luego está cómo escribe.

Siempre lo digo, las historias no son lo que cuentan -que también-, sino cómo lo cuentan. De ello depende que te mantengan pegado a las páginas, que vuelvas la última diciendo que es una pena que se te haya acabado el libro, o que te pases desde el principio lanzando suspiros de desesperación. El poder de la Sombra pertenece a la primera categoría, a esos que cuando se acaban querrías que continuase. Que te saben a poco y no porque no se cierre la historia, sino porque quieres que la autora te cuente más. Se trata de la segunda parte de una trilogía, así que en un pequeño punto se queda abierta, pero la trama principal cierra del todo, pero dejando esa sensación de quiero más.

Menos mal que después del verano nos enteraremos del final.

¿Habéis visto en booktrailer? Os dejo el enlace, por si acaso. Versátil ha hecho algo magnífico, y es rodarlo especialmente para el libro, con dos actrices que encarnan a las dos protagonistas femeninas de la novela: Rosa María Luque y Mercedes Lozano. Para el papel de esta última contrataron a la actriz Marta Bascuñana, que estuvo en la presentación en la librería. Estaba emocionada con el personaje y encantada de haber sido elegida para el papel porque lo que ha leído sobre el libro le ha encantado. María José quería que viéramos el booktrailer en la presentación, pero no pudo ser. A cambio, tuvimos a la mismísima Mercedes sentada entre el público. 

Por cierto, ¿a que sería genial una serie sobre la trilogía? Señores de A3 Media, aquí hay material y del bueno, no digo más…

¿Os apetece saber algo más de esa tarde? Os voy a contar una anécdota que emocionó a la autora, y de paso a mí, como espectadora.

Llegué a Madrid por la mañana, porque tenía un compromiso profesional. Después de la reunión, y hasta las siete y media que era la charla, no había nada que hacer y lo fácil hubiera sido coger el teléfono y llamar a María José, a quien estaba deseando ver, pero no podía porque le había dicho que tenía otras cosas pendientes. Desde hacía más o menos un mes llevaba contándole pequeñas mentiras para que no se diera cuenta del regalo que le teníamos preparado para momentos antes de la presentación Pilar, Alberto y yo. Yo le había dicho que no me iba a perder la presentación. Alberto y Pilar, sin embargo, se habían disculpado con ella porque sus trabajos no les permitían acudir y le habían deseado que todo fuera bien. Y seguro que incluso le habían pedido fotos y crónica del día para vivirlo desde la distancia, que los conozco.

Una trola detrás de otra…

Si es que parecemos niños, a pesar de la edad, porque la verdad es que los dos se las habían arreglado para conseguir días libres. Querían acompañar a María José en esta cita y, de paso, darle la sorpresa del día.

¡Y vaya si se la dieron!

Un par de horas antes de la presentación María José me llamó para ver dónde estaba, yo creo que un poco extrañada de que no hubiera dado señales de vida hasta entonces, y le contesté que en Atocha. Era cierto, pero a medias, estaba frente a la estación, pero iba a bordo de un coche en marcha (y con la radio a tope, que no sé ni cómo no la oyó). Un coche particular, no un taxi. Quedamos en la librería para tomarnos algo las dos y charlar un rato hasta que llegase la hora.

Cuando le dije dónde estaba, no pensé en distancias: aparecí muy pocos minutos después de hablar con ella. Al fin y al cabo, en coche, no se tarda tanto desde Atocha hasta el 154 del Paseo de la Castellana, al contrario que si te desplazas en metro. Fue lo único que mosqueó a María José que, aunque no se explicaba cómo había llegado en tan pocos minutos, estaba tan contenta que lo obvió. Nos fuimos a un hotel cercano a tomar un café y en ello estábamos cuando Alberto me llamó para que le contase dónde estábamos. Le había mandado un mensaje disimuladamente, pero necesitaba confirmación de la ubicación exacta. Yo tenía que decírselo sin que se notase, así que nuestra conversación fue de besugos, llena de lagunas y algún «¿pero qué dices?» por su parte. Tan dispersa estaba que María José me decía que le diera recuerdos y no la escuché. Bueno, sí, cuando él ya había colgado, así que me tocó hablar con el teléfono: «María José te manda recuerdos… Sí, yo se lo digo… Qué pena que no hayas podido venir…» Y cosas por el estilo que le dije a un teléfono que al otro lado no tenía a nadie.

Vale, ahora es gracioso, pero yo me sentía idiota en ese momento.

Unos minutos después, me hubiera gustado grabar la cara de María José cuando los vio entrar en la cafetería. Vinieron hacia nosotras y, como no se lo esperaba, tardó un poco en reconocerlos. Se emocionó de verdad, el abrazo con el que saludó a Pilar tendría que haberlo fotografiado por lo menos. Al final, lo logramos. La sorprendimos de verdad. Me confesó que durante los últimos días había estado pensando si me pasaría algo porque estaba un poco rara, más callada de lo habitual.

Normal, era la mejor manera de no meter la pata.

Con María José Moreno y Pilar Muñoz. Foto robada a Marina Collazo. 


Nos tomamos algo los cuatro juntos y cuando se acercó la hora salimos de allí. Al llegar a la librería, empezó a acercarse la gente. Mucha, como siempre que ella presenta una novela. Entre las personas que vinieron, voy a destacar a dos que tenía muchas ganas, a uno de volver a ver y a otro de conocer por fin: Víctor Fernández Correas y Enrique Laso. Dos escritores, distintos completamente, pero que forman parte de este grupo de gente con la que me relaciono en las redes y que me sacan una sonrisa cada vez que tropiezo con ellos.

María Loreto Navarro me envió esta foto. En primer plano, Almudena con su hermana. Detrás se puede ver a Marta Bascuñana y al fondo, junto a Marina Collazo, la única foto que tengo con Enrique y Víctor a la vez.


Acudieron lectores, blogueros, escritores, clubs de lectura, actrices… un grupo de medio centenar de personas que abarrotaban el espacio que la librería tiene en el sótano para las presentaciones de libros. Se presentó la novela y al final empezó un turno de preguntas del público que abrió un interesante debate. Porque, si algo tiene esta novela, como todas las de María José en general, es que despiertan reflexiones. Se habló de lo esencial que es la educación desde la infancia quizá como algo a lo que deberíamos prestarle más importancia de la que se le da: es mejor educar que tener que resolver los problemas que surgen de no hacerlo. Del machismo, de los traumas infantiles, y de un tema que genera polémica: las víctimas de malos tratos cuando no son mujeres. Yo estoy convencida, desde hace mucho, que algo estamos haciendo mal en este tema. Hay muchas víctimas hombres a las que no se les da voz porque no es políticamente correcto. Que no hablan por vergüenza. Que no cuentan en las estadísticas de maltrato, pero existen y sufren tanto o más que las mujeres, porque además está la soledad, el no tener a quien acudir porque no te van a escuchar. También se habló de las denuncias falsas y se dijo algo que me parece muy sensato: que no se castigan con la suficiente contundencia cuando se demuestra que lo son. Y debería ser así si queremos ser justos de verdad.

Foto robada del muro de Facebook de María José Moreno


Hubiéramos seguido, pero tenía que firmar libros, charlar con sus lectores y poner la guinda a esa noche maravillosa, que acabó con un refrigerio con el club de lectura Tardes en sepia, al menos con gran parte de sus componentes. Con ellas nos reímos mucho, sobre todo por ese «camarero infiltrado» que tuvo la poca vergüenza de tomarse una caña con nosotras e integrarse en la conversación como si alguien le hubiera invitado.


Ah, y María José me regañó porque hablé mucho, pero es que creo que estaba tan feliz ese día que no me di ni cuenta.

Nos vemos en la próxima: en septiembre.

domingo, 6 de marzo de 2016

OTRA NO RESEÑA. Y VAN CUATRO.

Termino la cuarta lectura seguida para la que no habrá reseña y me estoy empezando a preocupar. Ninguno de estos libros ha logrado ni siquiera arañarme. Bueno, si soy sincera, sí, uno de ellos consiguió sacarme de quicio como hacía mucho que no lo hacía una novela, pero eso no es bueno.

La última lectura es una novela romántica que ni fu ni fa. No puedo decir de ella que la historia sea previsible porque las cosas que hacen los personajes me parecen tan idiotas que no puedo considerarlas ni así. No me gusta cómo está escrita: simplona, dando por supuesto que yo sé cosas que no sé. No me atraen los personajes, todo pasa tan rápido y de manera tan poco "realista" que me descolocaba todo el rato. A lo mejor es que nunca he sido multimillonaria y no lo entiendo, que eso puede ser. El meollo de la trama no he sido capaz de creérmelo, así que todo el presunto misterio que esperas que se desvele al final de la lectura ha terminado de derrumbar la estructura de este castillo de naipes sin pies ni cabeza. Ni siquiera había algo con lo que reflexionar ni un poco.

Después de la lectura, como hago siempre, me fui a buscar qué decían de ella.  Y ahí llegó mi problema. Nada malo, un solo comentario que tampoco se explica mucho, que pasa muy de puntillas por los puntos débiles. Todo halagos que no consigo entender, salvo que yo haya perdido el criterio lector en este año 2016.

Ahora estaréis pensando que se trata de una novela digital autoeditada, ¿verdad? Pues no. Papel. Esta vez no ha sido una descarga gratis.

La anterior que leí es una novela clasificada como crossover. Me la regalaron y la verdad es que la empecé ilusionada porque yo también he escrito sobre magia y me apetecía la sinopsis, aunque el título no lo entendía. No iba mal hasta que... comprendí a qué se refería el crossover en esta trama. La novela es más infantil que juvenil, menos cuando a la autora (americana) se le va la pinza del todo y los personajes se ponen a follar como locos y sin ton ni son. ¿No me has dicho hace dos párrafos que no se pueden ni ver y encima se acaban de conocer hace un par de días? ¿Por qué se enrollan así? ¡Joder, que estamos en el principio de la novela! ¡De magia! ¡Juvenil! Bueno, seguí, por si acaso aquello mejoraba, pero fue a peor. La novela es para niños, ni siquiera para adolescentes (y eso a mí no me molestaba, porque quizá se la podría recomendar a mi niña), pero de pronto los personajes se meten en la cama y me lo explica con detalle, con lo cual deja de ser para niños. Adiós a la recomendación. Para cuando llegue a tener edad para esa parte se le habrá pasado para lo principal. Una cosa muy rara, la verdad. Llegué al final, por si merecía la pena la historia de magia, pero tampoco. En esta parte, no ha cumplido. Lo que no es muy confuso es facilón.

Pero la leí, por cabezonería. Las dos que la siguen (es una trilogía) no las leeré ni loca. Fui a mirar los comentarios y solo tiene dos. Excelentes. Incluso se atreven a compararla con Harry Potter. No sé si decir eso tiene pena de cárcel o te cae directamente un conjuro en la cabeza que te inutiliza el cerebro de por vida. ¡Es una barbaridad de las gordas!

Vamos a por la que me sacó de quicio. Esto no sé cómo valorarlo. Es una novela que tiene unanimidad en la crítica bloguera. Todo el mundo se ha puesto de acuerdo en decir que es una obra de arte, que es una maravilla de escritura, de ambientación, de personajes... y yo. Yo casi me muero de aburrimiento con ella. No hacía nada más que mirar lo gorda que es, lo poco que me estaba gustando la manera en la que estaban construidas las frases, el enfoque del narrador... Los personajes son planos, intenta contar una historia de amor entre dos de ellos y le sale un churro (vale, no es novela romántica, pero tampoco es tan complicado que te creas una historia de amor en una novela negra, ¿no? ¿O sí? ¿O acaso no es tan sencillo escribir romántica como dicen los que no las escriben?)

La terminé porque pensé que algo raro estaba pasando para que mi valoración estuviera a años luz de las que había leído de gente en la que confío. La acabé. Me costó, pero lo hice y la trama, que era lo que estaba salvando para mí a la novela, fue otra de las cosas que se me cayeron: adiviné todo cien páginas antes del final. ¿Yo? ¿La torpe? ¿La incapaz de enterarse de quién es el asesino en una novela aunque tenga el cuchillo en la mano ensangrentado delante de mis ojos?

Miré. La mayoría de comentarios eran buenísimos, pero encontré dos o tres que describían las mismas sensaciones que yo había tenido a lo largo de la lectura. Bueno, no me sentí tan mal. Igual no estoy tan tonta. Por lo menos no me sentí tan sola en mis impresiones.

¿Os he dicho cuatro novelas? Bien, llevo un rato intentando recordar qué es lo que leí antes de esta y no soy capaz. Esa es la huella que me ha dejado: cero. Ni siquiera título, ni género, ni autor. Nada de nada. Creo que esto lo dice todo.

Menos mal que en el último mes sí ha habido una lectura productiva, una que me ha gustado, de la que desconozco el final, pero que todo el camino recorrido hasta ahora ha merecido mucho la pena. Una de esas de las que no se puede hablar aún.

Ahora tengo que escoger otra. Hay varios libros que me esperan, a los que yo espero con ilusión, pero no estoy segura de empezar a leerlos porque, ¿y si soy yo? ¿Y si ya no se leer? ¿Y si mi percepción está viciada por algo y todo me parece mal? ¿Y si nunca voy a volver a leer un solo libro que me llene en toda mi vida? ¿Y si los valoro mal y no se lo merecen?

Pues eso, que no sé qué leer. Ni sé si leer algo más. Ni me apetece escribir.