Este fin de semana he ido a visitar a mi madre y me he encontrado con una carta en su casa. Era para mí, de la Asociación Española Contra el Cáncer. El día 10 de junio hicieron una cena benéfica en Guadalajara, a la que asistí con mi familia. Desde que enfermó mi padre somos especialmente sensibles con este tema, y siempre que podemos contribuimos del modo que se nos ocurre: algunas veces saliendo con las huchas (con la vergüenza que siempre me ha dado), o simplemente asistiendo a este tipo de actos que suponen un pequeño empujón para que se siga investigando y apoyando a los familiares de quienes se encuentran envueltos en el proceso de la enfermedad.
El tema de fondo de La arena del reloj, una de mis novelas, de hecho el motor que impulsó su nacimiento, es precisamente esta enfermedad. Habla del proceso que pasa, no sólo la persona enferma, sino quienes están a su lado, que también enferman de alguna manera. Habla de todas las cosas que se plantea uno cuando la vida te pone cara a cara ante la muerte. Y lo hace partiendo de una biografía aparentemente sin interés: la de una persona más.
Sé que la portada no es demasiado atractiva, sé que no parece una historia cautivadora a priori, pero una vez que empiezas con ella os aseguro que sorprende. Mucha gente me llama al terminarla, o me escribe para decirme que he tocado sus sentimientos, que he logrado que se trasladen a otros recuerdos, los suyos propios.
Pero sigamos con la cena. Se me ocurrió que, si lo consideraban oportuno, podría donarles algunos ejemplares de La arena del reloj para que los sortearan después de la cena. Muchas personas e instituciones de Guadalajara aportan su granito de arena para hacer que la gente que va (casi todos con familiares envueltos en ese trance) se lo pasen bien y se lleven un buen recuerdo de la noche. Así que con la complicidad de mi madre les hice llegar los ejemplares y se sortearon en la cena. Fue divertido porque uno de ellos le tocó a una persona de mi pueblo que me conocía, pero que no tenía ni idea de que escribo. Al final, acabé firmando ejemplares y todo.
La carta que he recibido me ha traido recuerdos de hace ahora exactamente cinco años, cuando respirabamos con un nudo en el pecho, porque nadie quiere decir adios para siempre. Pero hay que hacerlo y aprender que, a pesar de todo, la vida sigue.