Con los abrazos tengo una relación extraña.
Creo que de manera inconsciente los evito en los saludos. No
es que no me guste que me abracen, pero me desconcierta mucho, no sé qué hacer,
me siento torpe y los abrevio. Si tú que estás leyendo alguna vez has recibido
un abrazo mío, largo, cálido, intenso, que sepas que ha sido algo excepcional.
No me salen solos salvo en contadas, contadísimas excepciones. Con contadas,
contadísimas personas.
Con los únicos que nunca he tenido reservas ha sido con mis «A».
Dicen que los abrazos son poemas que escribimos en la piel y
creo que no todo el mundo hace que nazca en ti la poesía, que se produzca una
explosión de emociones de un calibre tal que, durante el tiempo que dura,
parezca que el mundo se desvanezca a tu alrededor.
Debería abrazar más.
Dicen que cuando abrazas se segrega oxitocina, que mejora
nuestra salud.
Dicen que con los abrazos aumentamos la cantidad de
serotonina y dopamina, que provocan sensación de bienestar y tranquilidad, y
mitigan el estrés.
Dicen que si abrazas te baja la tensión y mejora tu sistema
inmunitario.
Es más, dicen que cuando envejezcas no te perderás en una
maraña de recuerdos difíciles de ordenar.
Dicen que tu autoestima puede mejorar, así como el dolor de
espalda y quizá hasta te sientas más joven.
Creo que debería dejar que me abracen y abrazar un poco más.
Lo dicho, abrazaos más, yo pienso ponerlo en práctica desde
ya mismo.