Una de las cosas que hay que aprender a manejar cuando decides publicar un libro es la frustración. Casi más que las palabras, casi más que el marketing, hay que saber cómo enfrentarse a muchos de los contratiempos que nos vamos a ir encontrando.
No es nada sencillo.
Conozco gente que se ha rendido, que se ha dicho un día que no tenía necesidad de pasar por esto, ha recogido los bártulos y se ha ido a su casa a ser feliz. Conozco gente que ha requerido de tratamiento psicológico, porque no es nada fácil no tomarse como personales algunas de las cosas que nos llegan a través de los libros (algunas son personales, siempre hay gente que usa lo que más duele para hacer daño a otros, es una de las leyes más antiguas de la selva, y esto es una selva).
Conozco a gente que va y viene, que desaparece cuando ya no puede más y regresa cuando le puede eso que tenemos todos dentro, que nos hace vibrar cuando estamos escribiendo, aunque sea una simple entrada de blog.
Conozco a otra que se quiere ir siempre, pero que no termina de hacerlo porque le puede la responsabilidad de compromisos adquiridos, y va ensanchando sus espaldas y cargando con cada vez más peso. No sé qué será de ellos cuando sea tanto que acaben vencidos.
Nunca te dicen que, cuando escribas, lo primero que tendrás que aprender es a manejar la frustración, esa que deriva de que cualquiera, de manera anónima y en apenas cinco minutos -o tres, a veces no hacen falta más-, tiren todo tu trabajo de años con media docena de palabras que algunas veces son hasta mentira. Gente que no te conoce, pero opina, que es gratis y está al alcance de todos.
¿Por qué lo hacemos?
Me lo pregunto todos los días tres o cuatro veces, y en mi caso ni siquiera es por las recompensas externas. Sí, me leen. Sí, me llega mucho de lo que hago sentir, pero a veces escribimos para quienes queremos y de las personas que más quiero solo me lee una.
Sé que si escribes me entiendes.
Sé que si solo lees, tal vez no.
Sé que somos seres raros que no sabemos trazar líneas y no rebasarlas si sabemos que nos hacen daño, pero es que hace tiempo que siento que esto es como una adicción: por mucho que sepas que te va a matar, no la abandonas.
Por mucho que sepas que eres carne de francotiradores, sigues.