El
viento revuelve mis cabellos y la calidez de los rayos del sol me recuerda que
acabamos de entrar en la primavera. Al salir de la estación Madrid me recibe
con ese cielo azul que tanto me gusta y me invita a un paseo tranquilo antes de
la visita a La Livrería. No me niego, esta ciudad ejerce un poderoso atractivo
sobre mí, una seducción mágica a la que no deseo resistirme.
Dejo que la melodía de la ciudad
me acompañe y transito por calles que no conozco mientras espero a que me
recojan Vio y Félix. Después, cuando mis cicerones particulares vengan por mí nos
encaminaremos juntos a recoger a María José Moreno y la pequeña troupe que formamos,
una vez calmadas las exigencias de nuestros estómagos, estará lista para el
espectáculo literario, ese momento que a mí me resulta tan contradictorio. Es
verdad que me gusta que lean lo que escribo pero me cuesta hablar de ello en
voz alta mucho más de lo que parece. Hoy estoy segura de que va a ser
complicado más porque los nervios me han hecho madrugar de más y a la hora que
empezará, las seis, seguro que tengo muchísimo sueño.
La Livrería nos espera con las
puertas abiertas, con Pepa tras la barra-mostrador, sonriente como siempre.
Poco a poco el local se va llenando de gente y en menos de media hora la vida
hierve en cada rincón, las palabras dichas se mezclan con las escritas y
firmamos algunos libros porque hay gente que se tendrá que ir antes de que
acabe el acto.
Hay saludos.
Hay besos.
Hay caras que hace mucho que no
veo y otras que se presenta por primera vez pero a las que ya conozco de otro
modo. Sin darme apenas cuenta estamos sentadas en el pequeño sofá de la sala
donde se reúne el club de lectura. Pepa arranca y después es mi turno de
presentar a María José. Me salto algunas cosas que tenía previsto decir, me doy
cuenta, me pongo nerviosa y le doy un premio literario. Incluso me quedo en
blanco con el nombre de la protagonista de su novela Bajo los tilos porque me
da por pensar, de pronto, si es Elena o su hija María y se me olvida que no
estoy escribiendo, que cuando hablas y te están escuchando atentamente las
pausas quedan raras.
Me pongo más nerviosa aún.
María José tira su libro al dar una pequeña
patada a la mesa.
Al poco, la imito.
Quizá los nervios nos están acechando, no hay
que dejar ningún resquicio por el que puedan colarse porque son traicioneros,
capaces de arruinar las mejores jornadas. Respiro profundamente y suelto el
aire poco a poco, sin que se note mucho, mientras me empiezo a relajar.
Entonces es María José la que
toma la palabra y se centra en Bajo los tilos. La escucho hablar y me encanta
su tranquilidad, la seguridad que transmite, el saber estar delante de la gente
que supongo que le dan los años al frente de una clase, las conferencias y,
sobre todo, ese carácter sereno que tiene. Le hacen preguntas, responde, se ve
que la novela se ha hecho un hueco en sus memorias lectoras y han sabido
sacarle un partido interesantísimo.
No sé cuánto tiempo pasa, ahora
me toca a mí hablar de Detrás del cristal y también contesto sus preguntas.
Hablan de la capacidad del libro para obligarte a leer sin descanso, de los
personajes. Incluso me preguntan con cuál me quedo y me sale Pablo del alma.
Más preguntas y muchas fotos y llega el momento de firmar libros, de atesorar
recuerdos en forma de fotografías que llegan desde todas partes. Pido perdón a
Tomás Gallego, al pobre se lo puse difícil de verdad porque me resulta casi
imposible no cerrar los ojos cuando siento la luz del flash acercarse a mis
ojos. Se defienden como leones, intentando mantenerme lejos del primer plano
fotográfico.
En un momento me escapo y me
siento atrás, con el maestro. Encuentro un rato para charlar con Rafael R.
Costa y le pido "un autógrafo", en realidad es un dibujo que esboza
en un momento, un autorretrato que me guardaré como un tesoro. Hablamos y no
soy consciente ni siquiera de que hay una cámara inmortalizando el instante,
está Tomás disparando pero creo que en ese momento, para captar mi atención,
debería haberme tirado la cámara a la cabeza.
Fotografía de Tomás Gallego. |
Fotografía de mi móvil. Dibujo original de Rafael R, Costa. |
Cuando subo arriba... todo se
vuelve confuso. Sé que hablo con mucha gente, hay fotos, hay saludos y firmas
pero soy incapaz de colocar mi mente en la posición en la que me lo devuelva
todo tan nítido como para poder contarlo bien.
Mayte Esteban, María José Moreno y Lidia Herbada. Fotografía de Tomás Gallego. |
Con Marina Collazo. Fotografía de Tomás Gallego. |
Con Mercedes Gallego, que estuvo todo el tiempo a mi lado. Fotografía de Tomás Gallego. |
Vamos a tomar algo antes de la
despedida y cuando monto en el coche me doy cuenta de lo cansada que estoy.
Ahora toca volver a la realidad pero antes necesito reponer fuerzas porque
estoy exhausta.
La mayoría de las fotos que acompañan esta entrada las he tomado prestadas de las que realizó Tomás Gallego por dos razones: la primera es que son fabulosas y la segunda que mías no tengo nada más que media docena y no están demasiado bien.