Esta mañana me he levantado muy temprano, tan temprano que el día aún se estaba desprendiendo de la pereza. La tenue luz de los primeros rayos se hacía un hueco por la ventana, sin conseguir todavía llenar el espacio de mi salón. Podría poner aquí que ha sido para escribir, me haría quedar como una escritora responsable que aprovecha los momentos libres para dejarse llevar por su pasión, pero estaría mintiendo. Y no quiero mentir. Me levanto muy temprano todos los días, me acuesto muy tarde y me despierto doscientas veces porque no duermo bien.
Así de absurdo.
Puede que fueran más de las dos cuando me quedé dormida anoche. No eran las siete cuando he abierto los ojos hoy y ya no he sido capaz de volver a cerrarlos.
Cuando el sueño no me alcanza por las noches o cuando decide marcharse de mi lado mucho antes de que la alarma del reloj marque el inicio de otro día, yo aprovecho para hacer algo. Antes me levantaba y recogía la casa. Planchaba. Doblaba calcetines. Limpiaba el polvo. Ordenaba el interior de los muebles del salón, Leía... Cualquier cosa que hiciera poco ruido, para que el resto no se despertasen.
Ahora, cuando me despierto de madrugada, me escabullo despacito de mi cama, agarró la manta del sofá, pongo el portátil sobre las piernas y escribo.
Esta mañana he estado escribiendo.
Así se me olvidan el insomnio, las noches eternas, el darle vueltas a la cabeza y a este cuerpo inquieto que me ha tocado. Encuentro historias con las que soñar y que me mantienen entretenida durante las horas en vela y, a veces, hasta me ayudan a quedarme dormida pensando en ellas.
Lo escrito esta mañana podría calificarlo, sin temor a equivocarme, como basura y como tal irá mañana mismo a la papelera, cuando haya dejado pasar unas horas prudenciales para el juicio al que someto todo lo que escribo. Como yo misma sé cuándo es el momento de escribir y cuándo no, me he ido a dar una vuelta por las redes y ahí...
Ahí he encontrado la razón por la que estoy aquí, escribiendo este extenso preámbulo, hablando de mi insomnio a propósito, porque estoy segura de que solo llegarán hasta este punto cuatro personas, las cuatro que siempre me leen.
Y sabrán, de verdad, de lo que voy a hablar.
He tropezado con una entrada de blog. El título en engañoso, pensado para que cientos de incautos caigan en él en busca de algo que no van a encontrar. Usa la palabra GRATIS, palabra que creo que debe ir unida a cualquier tipo de sortilegio porque de verdad hace magia. Y usa escritura.
No voy a redireccionar a ella porque no me da la gana. De lo que quería hablar es de un par de cosas que me llaman mucho la atención. Una de ellas es precisamente esto, la manera que tenemos de llamar la atención cuando no tenemos contenido que mostrar y sí la necesidad imperiosa de que nuestro blog sea muy visitado. Ahí se recurre al famoso método de "me meto con alguien, monto un pollo y las visitas se multiplican" o a ese otro de "me burlo de muchos y aunque solo sea para que me insulten, pero consigo atraer tráfico".
En esta entrada se hablaba de la inutilidad de los talleres de escritura y de lo fácil que es comerciar con las ilusiones de tontos que se dejan engañar por escritores frustrados que no sirven nada más que para vender humo a incautos que, lo que deberían hacer, es dejarse de monsergas y leer y escribir que es como se aprende.
Todo, eso sí, dicho con mucha más gracia que yo.
Sin embargo, a mí no me ha hecho gracia. Debe ser el madrugón, o que soy de las personas que nunca se han creído con la capacidad suficiente como para ir dando lecciones de vida. Debe ser porque ha llamado idiotas a quienes acuden a los talleres de escritura y estafadores a los que los imparten. No me ha hecho gracia porque yo estoy en esa tesitura (y ojo, no cobro nada, no puedo estafar nada más que el tiempo de las personas que vienen un día al mes para compartir impresiones). No me ha hecho gracia porque creo que aprender y enseñar son acciones complementarias. Es cierto que se puede aprender solo, pero también lo es que, si nadie te señala tus errores, tu aprendizaje puede acabar siendo un completo fracaso. ¿Qué hay de malo en que alguien te señale el camino correcto? ¿Que tiene de perverso aprender los métodos básicos para desarrollar un texto?
Nada, sino más bien lo contrario.
Aprender para desarmar. Los buenos, los escritores brillantes, al final es lo que hacen, pasarse por el arco del triunfo las normas y reinventar, pero para reinventar algo hay primero que conocerlo y no es pecado mortal ni preocuparse por aprender ni por intentar enseñar lo que sabes. Incluso, si me apuras, no es ni siquiera pecado leer un best seller porque ayuda también a aprender (en este artículo, leer best sellers está penado con que insinúen que tu nivel intelectual está por los suelos).
Pero no voy a ser dura, no es mi estilo y, quién sabe, a lo mejor esta persona duerme poco como yo. O tiene otras carencias en su vida que se le escapan por los dedos y le hacen decir estas cosas con las que no estoy nada de acuerdo.