El miércoles vendí un libro en papel a través de la página donde lo publiqué. Los beneficios no los cobraré en la vida, son ridículos, pero es la primera vez que vendo un ejemplar de La arena del reloj a través de ellos. Ha ocurrido unas cuantas veces con Su chico de alquiler, pero éste estaba virgen en ese aspecto.
Los otros ejemplares que circulan en papel sé casi, uno por uno, quién los tiene. Incluso la mayoría están firmados por mí, con una dedicatoria personal e intransferible. Los otros libros, los electrónicos, están en descarga gratuita desde hace mucho, casi el mismo tiempo que hace que en esta página anularon el contador de descargas. No tengo ni idea de los que circulan por ahí en este formato y, sinceramente, no me preocupa. Creo que no significa nada. Una descarga no equivale a una lectura, ni siquiera se puede saber si todas fueron hechas por la misma mano...
Mi emoción tiene que ver con dos cosas: la persona que se lo ha comprado, Román, un compañero escritor que al que podéis leer en su blog El tiempo de Román y el hecho de que, desde que empezó 2012, La arena del reloj parece que ha adquirido vida propia. Me devuelve comentarios que a veces me tocan. No sé si me asusta casi más que me gusta, la verdad. Nunca he pretendido insistirle demasiado a nadie que lo lea, y si existen tantas personas que lo tienen en papel es porque lo han pedido y no he tenido inconveniente en hacer de intermediaria. Lo que me resulta curioso es que, justo ahora que he logrado decidirme a publicar el último libro, empiece éste su camino "virtual". He optado, con todas las precauciones del mundo, seguir ciertos consejos y darle una última oportunidad, brindándole por lo menos el mismo apoyo que a los libros de otros autores. Es mío, ¿no? Supongo que es lo que debería haber hecho desde el principio.
Los que frecuentáis el espejo sabéis que se pueden descargar gratis mis dos primeras novelas, pero por si alguno no se ha enterado, os dejo el enlace de Érase una vez… mi tienda virtual. Seguro que queda algún despistado. Ahí veréis que también se pueden comprar en papel.
Otra cosa más.
Como ya os he repetido, una de las cosas más emocionantes que me han pasado en todo este follón de publicar libros y dejarlos sueltos por ahí para que la gente que quiera se los lea, son las palabras que me llegan de vuelta. En mi caso, aunque hay reseñas, los comentarios más increíbles han llegado en privado, a través de mi correo electrónico. La mayoría de las veces no eran de las personas que quizá yo esperaba, porque tengo con ellas una relación algo más estrecha, sino de gente desconocida. Debe ser cierto en mi caso que las cosas en mi vida jamás suceden como cabría esperar, pero esta imprevisión que siempre me acompaña tiene su gracia. Nunca sé lo que puedo esperar, nunca sé cuándo la vida me va a sorprender. Supongo que cuando llegue algo de alguien que espero que llegue (ya me he liado con la frase) me caeré del susto.
Entre todo, creo que destaca este pequeño relato de Sandra Molina. Me devolvió palabras por mis palabras, una historia por mi historia. Está publicado en su blog. Lo transcribo aquí porque este es mi mundo y quiero que se quede. Habla de su padre, al que perdió cuando era muy joven. Me ha encantado.
El sordo reloj mudo
“Hoy lo he recordado. Después de tanto tiempo me ha venido a la mente ese reloj plateado que llevabas siempre enganchado al pantalón con una cadena y que guardabas celosamente en tu bolsillo derecho. ¿Qué habrá sido de él? Seguramente esté guardado en algún cajón de tu mesilla, aún intacta, junto a tu billetera de piel marrón y tu agenda de bolsillo.
Al principio, no entendí por qué ese reloj, por qué no llevabas uno de pulsera, como todo el mundo. Más tarde me di cuenta. Tú lo hacías especial al sacarlo orgulloso del bolsillo del pantalón de pana, porque tú eras especial. Eráis compañeros, dos almas gemelas que latían a la par.
Me gustaba ese reloj. Oía su incesante "tic tac" cuando todo era silencio, al igual que tu corazón, cuando me sentaba junto a ti y posaba mi cabeza en tu pecho, intentando encontrar ese ritmo acompasado. Tal vez por eso me gustaba tanto.
Cada cierto tiempo, le dabas cuerda, impidiendo que se apagara, reavivando su motor y evitando su sufrimiento. Posiblemente porque era impensable la vida de uno sin el otro.
Pero un día, tu corazón se apagó y dejé de oír el reloj. El pequeño objeto plateado se quedó sordo, ya no oía ese compás que siempre le acompañaba. Se sintió inútil e impotente no pudiendo dar cuerda a tu corazón, como tantas hiciste tú hiciste con él. Desde ese instante, decidió que ya no era necesario decir nada más y enmudeció para siempre.”
SANDRA
Creo que es imposible expresar más sentimientos con menos palabras.
¡Feliz fin de semana!