Estaba leyendo una publicación de Facebook, una de esas emocionantes y raras que no parecen de postureo y que te hacen soltar una lágrima, cuando me he dado cuenta del tiempo que hace que yo también solo estoy. Que ya no soy ni siquiera donde siempre fui.
Supongo que la vida es eso, un escenario donde las función se acaba, las luces bajan y el telón se cierra. Con una ovación o silencio, eso es algo que nadie alcanza a ver.
En la publicación, el autor hablaba de su abuela. Se descosía el alma sin pudor y dejaba echar un vistazo dentro de sí mismo a cualquiera que pasara por allí, supongo que porque necesitaba mucho hablar y ser escuchado. Ser un momento, el placebo efímero de un post en una red social que generase reacciones porque a veces hace mucho frío cuando solo estás.
Hace tiempo que su mundo se empezó a desdibujar y solo queda él en la foto familiar. Las sillas silenciosas al lado de su mesa son testigos de que, cuando las emociones le superan, necesita gritar bajito, escribirle al aire que echa mucho de menos. Al mundo, a su mundo, ese que vive dentro de sí mismo y cuyos rescoldos calientan su pecho aunque la verdad, la dura verdad, es que a su alrededor siga haciendo mucho frío.
Necesita un momento para sentir que es y no solo que está.
Y yo lo entiendo.
Vaya si lo entiendo.