Viernes,
14 de febrero, 2014.
El día
amanece con una temperatura mucho más suave que los anteriores, sin rastro de
una helada o de la nieve que nos ha estado acompañando desde el lunes. Apenas
el sol despunta en el horizonte, deshaciendo suavemente las sombras de la noche,
cuando ya estoy levantada, dando vueltas por la casa. Sé que si quiero
controlar los nervios, que no se apoderen de la situación, es necesario que me
organice, así que aparco el café de las nueve de la mañana, para dejar lista la
intendencia diaria. Hoy tengo que salir y no quiero olvidarme de nada. La
mañana se va diluyendo entre maletas, comidas, mensajes... Las horas siguen su
secuencia en el reloj y acortan la distancia con mi cita.
Es el
día.
Hace
solamente dos que Detrás del cristal
está en librerías y tiene su puesta de largo en sociedad, un encuentro con
lectores en Madrid, en La Livrería. Está previsto que sea un acto muy breve, un
retazo de la novela para proponerla como próxima lectura del club que tiene
esta librería tan especial, el previo al plato fuerte del día que será la
charla que protagonizará Antonia J. Corrales con los lectores de As de corazones, la maravillosa novela
que ya han leído.
Durante
el viaje a Madrid apenas hablo. Leo un rato. Observo la carretera. Trato de
memorizar el camino aunque sé que es tarea inútil, que la próxima vez que intente
recorrerlo se me habrá olvidado por completo. Casi sin darme cuenta estoy
bajando del coche y poniéndome el abrigo (y un gorro que abandono porque mi
pelo liso se obstina en expulsarlo de mi cabeza). En muy poco tiempo estoy
frente al escaparate de La Livrería.
* * *
Es
complicado explicar lo que siento. Muchas veces soñamos imposibles, nos
permitimos que el cerebro recree situaciones que jamás se van a dar, le damos
permiso para que fantasee, conscientes de que entre esto y la realidad hay un
abismo de distancia que es perfectamente salvable porque los puentes en los
sueños no necesitan vigas consistentes, sino que están hechos de retazos de imaginación
que sólo se sostienen porque son, justamente, irreales. Sin embargo, ahí, en el
escaparate de una librería de Madrid, mi sueño de niña está, precisamente,
detrás del cristal, tan palpable y firme que no encuentro la emoción correcta
que tiene que salir en este momento de mí.
No sé
si toca dar saltos de alegría.
No estoy
segura de si es momento de llorar de emoción.
No soy
capaz de pensar si esto debería inmortalizarlo con una foto.
Así
que, en lugar de atravesar la puerta, como aún no es la hora, opto por dar un
paseo que dé respuesta a mis dudas o, tal vez, que me deje sin tiempo para
tenerlas. Disfruto en compañía de Alex y Alberto de las calles llenas de tráfico
y de gente. El sonido de la ciudad no me estresa sino que pone banda sonora a
este paseo que finalmente conduce de nuevo mis pasos a la Livrería.
Allí,
tras saludar a Pepa, me espera la primera sorpresa de la tarde. Hace años
conocí a través de las redes a una persona vinculada a Turégano, el pueblo de
Segovia donde viví. En estos años hemos ido hablando pero no nos hemos visto en
persona hasta ahora. Descubrimos en la conversación a una la amiga que tenemos
en común, le firmo el libro y se marcha antes de que llegue nadie más porque un
tren la espera. Sólo quería saludarme y llevarse un libro a casa y yo me alegro
mucho de que haya hecho el tremendo esfuerzo de dar un rodeo para verme.
(Marta, el tuyo es el segundo ejemplar que he firmado de Detrás del cristal,
quiero que lo sepas).
Poco a
poco van llegando amigos y desconocidos que empiezan a animar la librería. La
primera, como la otra vez que vine, es María Alonso. Ya sí la conozco así que
no hace falta que nadie me indique quién es y al saludo le precede una sonrisa.
Poco a poco, a medida que va entrando
gente, resulta complicado atender a todo el mundo. Voy de un lado a otro,
saludo a Alicia y a Óscar que llegan temprano, a Tere a la que no esperaba pero
que me hace mucha ilusión que esté conmigo (por cierto, gracias por el boli,
mira que venirme sin ninguno...), le firmo su libro a Paquita que se tiene que
marchar volando. Llegan Félix Jaime y Violante Martín, y sigo vigilando la
puerta porque no he visto a Antonia Corrales. En ello estoy cuando veo entrar a
Eduardo Perellón. Me dijo que trataría de venir y aquí está, me alegro tanto
que no puedo evitar darle un abrazo.
Llegan
las mujeres del club de lectura (los hombres en esto, lo siento, suspendéis por
goleada, todos los clubs que conozco tienen mayoría femenina), aparece Cita
Franco y no necesito nada más que su sonrisa para reconocerla. Y más gente que,
entre el barullo, no registro.
Por fin
veo a Antonia charlando, no sé cuándo ha entrado, y la interrumpo un instante
para darle un beso. Y otro a Andrés, pero esta vez es a mí a quien interrumpen
y me separo de ellos.
De
pronto, entre la gente, reconozco a Juan Carlos y Maribel y voy a saludarlos.
Siempre que hay un acto de libros acabo coincidiendo con él y es para mí
entrañable verle de nuevo. Lo que no me espero es que traiga un regalo: una
preciosa agenda para que anote lo que quiera. Ha hecho una para Antonia con la
portada de su libro pero la mía no ha podido ser porque era demasiado
precipitado así que tiene la imagen de la Gioconda de Leonardo. ¡Me encanta! El
arte es mi otra pasión, el Renacimiento mi debilidad, así que no ha podido dar
más en el clavo.
Un poco
después de las seis y media bajamos las escaleras que conducen a la sala donde
nos vamos a reunir y lo primero que hacemos es colocar las sillas en forma de
U. Pepa opina que así será más familiar y creo que tiene toda la razón. Cuando
finalmente estamos listos, Antonia empieza con una presentación sobre mi
trayectoria. Lo hace tan bien (¡es Antonia!) que cuando acaba me quedo sin
palabras, pero tras un titubeo arranco hablándoles de la novela, contando sin
contar, que es lo más difícil del mundo cuando no estás delante de un teclado
que te permita rectificar.
En ello
estamos cuando veo entrar a Sonia y Fj Rohs. No me lo puedo creer, Sonia hace
unas horas me ha dicho que le duele la cabeza, que no se encuentra bien, pero
yo creo que ha sido una argucia para que no la esperase. ¡Y vaya si no la
esperaba! Me hace muy feliz verla allí, sonriendo desde el fondo, acompañándome
en este día crucial de mi biografía.
La
charla avanza, pasamos a As de corazones y empiezan a instalarse en la sala, de
manera imaginaria, Samantha, Ayala, Bastián, Cósimo... los personajes de la
novela que cobran vida en boca de los lectores. Creo que interviene todo el
mundo, es tan buena la sensación ahí que nadie se siente cohibido. Nos fríen a
fotos pero no será nada en comparación con lo que sucederá cuando subamos
arriba.
Sin
querer nos pasamos la hora y algunos de los presentes se tienen que marchar,
así que firmo sus libros allí mismo, para que puedan (en algunos casos) acudir
a sus cenas románticas en este día de los enamorados.
Una vez
arriba siguen las firmas, voy conociendo a las lectoras del club y algunos
nombres van ajustándose a las caras de sus propietarias: Begoña, Valeria, Gema
(con la que comparto un charla muy agradable), Mari Carmen... Firmo libros, más
fotos, mil sensaciones que no quiero dejar marchar pero que, finalmente, se
tienen que acabar porque, poco a poco, todo el mundo se va yendo. Recuperan sus
vidas pero me han dejado el regalo de este día que estoy segura de que no voy a
olvidar.
Tenemos
una cita pendiente.
Otra
vez en La Livrería.
Esto no
ha hecho nada más que empezar...