Cuentan de ella que fue una princesa, la hija de Sargón I de Acad, y que nació allá por el 2285 a. C. en Mesopotamia, en lo que hoy se conoce como Irak.
Enheduanna, la bella sacerdotisa de la luna del cielo, de la que no estamos seguros ni de que este fuera su verdadero nombre, sí es la primera mujer de la que se tiene constancia de que escribió poesía. Cuenta Eduardo Galeano que le cantaba a la luna, la diosa Inhanna, su protectora, y que para ella la escritura era como concebir el mundo, como un parto con el que se daba la vida.
Un principio para el mundo. El punto de inicio de todo.
Dicen que esculpía himnos en cuneiforme, en tablillas de barro que transformaba en peticiones a los dioses para que favorecieran las campañas militares de su padre y que el hecho de que ella firmase sus himnos es señal de la alta estima en la que se tenía a las mujeres en aquella época tan lejana.
¡Cuántos tiempo ha pasado desde que Enheduanna pisó por última vez este mundo! Y, sin embargo, los sentimientos siguen siendo los mismos porque no podemos escapar a lo humanos que somos, por mucho que el tiempo no se pare. La princesa, la mujer, ha sido casi olvidada. No conocemos su aspecto, nada quedó registrado de cómo era, pero sí sabemos de la poetisa, de sus emociones, que permanecen esculpidas en el barro de aquellas antiguas tablillas.
Es la primera escritora de la que tenemos constancia, aunque haya quedado sepultada bajo toneladas de nombres de escritores -casi todos hombres- que llegaron después y haya hecho falta excavar para rescatarla del olvido. Yo la encontré por casualidad en una enciclopedia antigua y he querido dejarle un pequeño hueco el blog.
Porque las pioneras siempre se merecen un respeto.
Los pocos datos que he encontrado de ella son de la enciclopedia del estudiante de Santillana impresa en 2005 y la Wikipedia.
Algunos de sus títulos:
Exaltación de Inanna
Himno a Nanna
Los himnos del templo