Creo que en muchos blogs se han hecho ya crónicas de este encuentro de literatura Romántica Adulta, celebrado en Madrid el pasado fin de semana. Poco más puedo aportar, salvo mis propias sensaciones, que dejaré en este blog. Subjetivas, mías, imprecisas e insuficientes para abarcarlo todo, el reflejo de lo vivido, como en realidad es todo lo que comparto por aquí.
Mis recuerdos, que se quedan en este cuaderno personal de mi paso por la literatura.
Llegar, para mí, no fue sencillo. No por los dos autobuses, por el madrugón para poder estar el viernes a las seis de la tarde en las presentaciones, sino por toda la fase de preparación previa, muchos días en los que tuve que solucionar problemas de intendencia en casa y tomar una decisión difícil: dejar a mis hijos una noche solos en casa por primera vez en sus vidas. Los dos se han comportado como los chicos responsables que son, pero que no echen las campanas al vuelo que esto ha sido una excepción.
No pienso repetirlo en mucho tiempo, porque no me compensa el estrés de estar pensando todo el rato que soy una mala madre que los ha dejado a su suerte.
El evento, para mí, es una excusa para encontrarnos. Para coincidir con personas que de otro modo sería imposible: lectoras, escritoras, blogueras... y lectores, escritores y blogueros, aunque estos en una proporción mucho menor, porque seguimos siendo mayoría las mujeres en este género. Quienes lo escriben y lo leen.
Sigo con mi despiste monumental, sin enterarme bien de quién es quién, aunque afortunadamente ya hay personas a las que pongo cara y recuerdo de una vez para otra. Pocas, la verdad, me sorprende mucho la memoria que tiene Meg Ferrero o la cantidad de gente a la que reconoce Yasnaia Altube, con las que acudí al encuentro. Sé que hay gente que me saludó que debió pensar que soy medio tonta, pero es que de verdad no me acuerdo. Necesito más veces para fijar en la memoria voces y sensaciones que me permitan no poner cara de poker cuando me saludan. De esta vez, claros, me traigo los rostros de Mercedes Perles y Laura Frías. A la primera no la conocía y me pareció estupenda y a Laura, mira que vivimos cerca, tampoco había tenido la oportunidad de verla nunca, pero creo que ya no se me olvidará.
Tengo que mencionar a mis dos compañeras de asiento en el publico: Sara Ventas y Raquel Arias. Sara, mi Sara, a la que veo solo en esto, y por quien merece la pena plantearse volver cada año, aunque sea por pasar un rato juntas. Es que eso es otra de las grandezas del RA, los reencuentros, el poder charlar de tú a tú y no por las redes. Y conocer a personas con las que de otro modo no tropezaríamos en la vida como Raquel. Aunque solo sea porque vivimos muy lejos.
En este RA tuve una pequeña participación en una mesa, en la que se hablaba de Premios Literarios. La condujo Laura Nuño y nos hizo sentirnos muy cómodas a todas las que estábamos allí. Me encanta poder decir que he leído a Laura, a Isabel Keats, a María José Tirado y a Anna Casanovas, y que en mis planes está hacerlo en cuanto pueda con Mercedes Perles y Mara Soret, con las que compartí impresiones. Quizá si me faltó algo fue un poco más de intervención por parte del público, aunque José de la Rosa hizo una aportación interesante. Claro, que también hubo otra que me desconcertó, y que creo que sobró. Todas las ponentes habíamos hecho una afirmación. Una vez que te dan un premio, tú misma te exiges más cara a lo siguiente que tengas en mente publicar. Es lógico, tan lógico que ninguna dudó en afirmarlo. Una detrás de otra lo hicimos y, cuando terminamos, alguien del público se levantó para decirnos que deberíamos ser más exigentes con la siguiente. No, no me he equivocado con la frase, eso es en resumen lo que nos dijo y la verdad es que no fui capaz de callarme. Le dije que eso era, exactamente, lo que acabábamos de decir. Me sorprendió. No sé si no escuchó o sencillamente tenía ganas de hablar.
Se planteó un debate sobre la limpieza en la concesión de premios, a raíz de un artículo que nos expuso la moderadora. Desde mi experiencia como jurado lo que os puedo decir es que he tenido plena libertad para decidir la novela que me gustó más, que no supe el nombre de la persona que la había escrito hasta que el jurado falló y que en todo momento dije lo que me pareció de todas y cada una de las novelas que tuve que leer, sin que nadie me condicionase en absoluto. De hecho, no conozco a ninguna de las personas que han quedado ganadora o finalistas de esta edición del HQÑ. Solo leí novelas y me dejé llevar por las sensaciones, analicé la estructura de cada una de ellas, me dejé empapar por la historia y los personajes, y decidí en función de mis sensaciones personales.
Por cierto, Laura intentó sonsacarme quién había ganado el HQÑ. Varias veces. Claro que lo sabía, pero tuve una pérdida consciente y momentánea de memoria porque la editorial no hacía el anuncio hasta el día siguiente. Ahora sí puedo decir que la novela ganadora fue Los últimos días de Saint Pierre, de Carolina Alcaide, una novela preciosa que reseñaré en cuanto se publique y que estoy segura de que os va a encantar a todos. No solo a la gente que lee romántica. Hacedme caso. Cuando la leí tuve las mejores sensaciones del mundo con ella.
Pero volvamos al RA. Otra cosa que me fascinó fue ver como las chicas de Libros del Paraíso no tuvieron un momento de respiro. Se vendieron muchísimos libros. Yo me tuve que conformar con traerme solo dos, porque mi presupuesto es el que es y esta misma semana iré a una presentación donde quiero llevarme la novela. Si me compro más, me echan de casa. Aun así volví con cinco, que me miran raro desde la torre que tengo en la mesilla. Porque esa es otra, a mí no me da la vida para leer tanto, para escribir también, para trabajar, para el blog, el taller literario y las mil historias en las que me involucro porque esto me apasiona.
La charla que más disfruté fue la de Pilar Eyre y, después de analizarlo, sé por qué. Al ser siete las personas que había en las otras mesas, el discurso sufría una dispersión que no estuvo presente en la suya. Quizá eso sea lo único a lo que le puedo poner una pega y que merece una reflexión, si sería más conveniente que las mesas fueran de menos personas. Creo que ganarían en dinamismo. De todos modos, hay que quitarse el sombrero con Merche Diolch porque ha trabajado muchísimo por el evento. No es nada sencillo lo que ha hecho, no solo este año (en el que la encontré más relajada que el pasado), sino desde el principio, desde que se le ocurrió esta idea y la convirtió en algo muy grande que pienso que debería tener una repercusión mayor en los medios. No sé por qué un encuentro de novela negra (por ejemplo y sin menospreciar a un género del que leo más novelas que de romántica) en el que como mucho hay cuarenta personas es noticia en todos los diarios y a algo como el RA no se le presta la atención que merece cuando acuden más de quinientas. ¿No será por algo? Es un género que mueve a mucha gente, que vende muchos libros y que poco a poco se está llenando de autores de calidad. Me fastidia un poco el que se trate como algo menor.
Una de las novedades fue que se recogieron productos no perecederos para donarlos. Sé que alguna se olvidó de llevarlos y otras tuvimos que tirar de generosidad ajena por motivos lógicos. Si ir en transporte público con una maleta repleta de libros para que nos firmasen ya era complicado, sumarle kilos de arroz, por ejemplo, ya era la leche. Así que pedimos en casa de mamá que nos prestasen algo para llevar el sábado. En cuanto vuelva, se lo devolveré religiosamente, dando las gracias, por supuesto, por haberse prestado a sacarnos del apuro.
Hubo más mesas, más caras, muchas anécdotas, muchos besos y saludos, pero se me van a olvidar nombres y es mejor dejarlo aquí.
Lo que sí diré es que hay muchas ganas de volver.
Mis recuerdos, que se quedan en este cuaderno personal de mi paso por la literatura.
Llegar, para mí, no fue sencillo. No por los dos autobuses, por el madrugón para poder estar el viernes a las seis de la tarde en las presentaciones, sino por toda la fase de preparación previa, muchos días en los que tuve que solucionar problemas de intendencia en casa y tomar una decisión difícil: dejar a mis hijos una noche solos en casa por primera vez en sus vidas. Los dos se han comportado como los chicos responsables que son, pero que no echen las campanas al vuelo que esto ha sido una excepción.
No pienso repetirlo en mucho tiempo, porque no me compensa el estrés de estar pensando todo el rato que soy una mala madre que los ha dejado a su suerte.
El evento, para mí, es una excusa para encontrarnos. Para coincidir con personas que de otro modo sería imposible: lectoras, escritoras, blogueras... y lectores, escritores y blogueros, aunque estos en una proporción mucho menor, porque seguimos siendo mayoría las mujeres en este género. Quienes lo escriben y lo leen.
Sigo con mi despiste monumental, sin enterarme bien de quién es quién, aunque afortunadamente ya hay personas a las que pongo cara y recuerdo de una vez para otra. Pocas, la verdad, me sorprende mucho la memoria que tiene Meg Ferrero o la cantidad de gente a la que reconoce Yasnaia Altube, con las que acudí al encuentro. Sé que hay gente que me saludó que debió pensar que soy medio tonta, pero es que de verdad no me acuerdo. Necesito más veces para fijar en la memoria voces y sensaciones que me permitan no poner cara de poker cuando me saludan. De esta vez, claros, me traigo los rostros de Mercedes Perles y Laura Frías. A la primera no la conocía y me pareció estupenda y a Laura, mira que vivimos cerca, tampoco había tenido la oportunidad de verla nunca, pero creo que ya no se me olvidará.
Tengo que mencionar a mis dos compañeras de asiento en el publico: Sara Ventas y Raquel Arias. Sara, mi Sara, a la que veo solo en esto, y por quien merece la pena plantearse volver cada año, aunque sea por pasar un rato juntas. Es que eso es otra de las grandezas del RA, los reencuentros, el poder charlar de tú a tú y no por las redes. Y conocer a personas con las que de otro modo no tropezaríamos en la vida como Raquel. Aunque solo sea porque vivimos muy lejos.
En este RA tuve una pequeña participación en una mesa, en la que se hablaba de Premios Literarios. La condujo Laura Nuño y nos hizo sentirnos muy cómodas a todas las que estábamos allí. Me encanta poder decir que he leído a Laura, a Isabel Keats, a María José Tirado y a Anna Casanovas, y que en mis planes está hacerlo en cuanto pueda con Mercedes Perles y Mara Soret, con las que compartí impresiones. Quizá si me faltó algo fue un poco más de intervención por parte del público, aunque José de la Rosa hizo una aportación interesante. Claro, que también hubo otra que me desconcertó, y que creo que sobró. Todas las ponentes habíamos hecho una afirmación. Una vez que te dan un premio, tú misma te exiges más cara a lo siguiente que tengas en mente publicar. Es lógico, tan lógico que ninguna dudó en afirmarlo. Una detrás de otra lo hicimos y, cuando terminamos, alguien del público se levantó para decirnos que deberíamos ser más exigentes con la siguiente. No, no me he equivocado con la frase, eso es en resumen lo que nos dijo y la verdad es que no fui capaz de callarme. Le dije que eso era, exactamente, lo que acabábamos de decir. Me sorprendió. No sé si no escuchó o sencillamente tenía ganas de hablar.
Se planteó un debate sobre la limpieza en la concesión de premios, a raíz de un artículo que nos expuso la moderadora. Desde mi experiencia como jurado lo que os puedo decir es que he tenido plena libertad para decidir la novela que me gustó más, que no supe el nombre de la persona que la había escrito hasta que el jurado falló y que en todo momento dije lo que me pareció de todas y cada una de las novelas que tuve que leer, sin que nadie me condicionase en absoluto. De hecho, no conozco a ninguna de las personas que han quedado ganadora o finalistas de esta edición del HQÑ. Solo leí novelas y me dejé llevar por las sensaciones, analicé la estructura de cada una de ellas, me dejé empapar por la historia y los personajes, y decidí en función de mis sensaciones personales.
Por cierto, Laura intentó sonsacarme quién había ganado el HQÑ. Varias veces. Claro que lo sabía, pero tuve una pérdida consciente y momentánea de memoria porque la editorial no hacía el anuncio hasta el día siguiente. Ahora sí puedo decir que la novela ganadora fue Los últimos días de Saint Pierre, de Carolina Alcaide, una novela preciosa que reseñaré en cuanto se publique y que estoy segura de que os va a encantar a todos. No solo a la gente que lee romántica. Hacedme caso. Cuando la leí tuve las mejores sensaciones del mundo con ella.
Pero volvamos al RA. Otra cosa que me fascinó fue ver como las chicas de Libros del Paraíso no tuvieron un momento de respiro. Se vendieron muchísimos libros. Yo me tuve que conformar con traerme solo dos, porque mi presupuesto es el que es y esta misma semana iré a una presentación donde quiero llevarme la novela. Si me compro más, me echan de casa. Aun así volví con cinco, que me miran raro desde la torre que tengo en la mesilla. Porque esa es otra, a mí no me da la vida para leer tanto, para escribir también, para trabajar, para el blog, el taller literario y las mil historias en las que me involucro porque esto me apasiona.
La charla que más disfruté fue la de Pilar Eyre y, después de analizarlo, sé por qué. Al ser siete las personas que había en las otras mesas, el discurso sufría una dispersión que no estuvo presente en la suya. Quizá eso sea lo único a lo que le puedo poner una pega y que merece una reflexión, si sería más conveniente que las mesas fueran de menos personas. Creo que ganarían en dinamismo. De todos modos, hay que quitarse el sombrero con Merche Diolch porque ha trabajado muchísimo por el evento. No es nada sencillo lo que ha hecho, no solo este año (en el que la encontré más relajada que el pasado), sino desde el principio, desde que se le ocurrió esta idea y la convirtió en algo muy grande que pienso que debería tener una repercusión mayor en los medios. No sé por qué un encuentro de novela negra (por ejemplo y sin menospreciar a un género del que leo más novelas que de romántica) en el que como mucho hay cuarenta personas es noticia en todos los diarios y a algo como el RA no se le presta la atención que merece cuando acuden más de quinientas. ¿No será por algo? Es un género que mueve a mucha gente, que vende muchos libros y que poco a poco se está llenando de autores de calidad. Me fastidia un poco el que se trate como algo menor.
Una de las novedades fue que se recogieron productos no perecederos para donarlos. Sé que alguna se olvidó de llevarlos y otras tuvimos que tirar de generosidad ajena por motivos lógicos. Si ir en transporte público con una maleta repleta de libros para que nos firmasen ya era complicado, sumarle kilos de arroz, por ejemplo, ya era la leche. Así que pedimos en casa de mamá que nos prestasen algo para llevar el sábado. En cuanto vuelva, se lo devolveré religiosamente, dando las gracias, por supuesto, por haberse prestado a sacarnos del apuro.
Hubo más mesas, más caras, muchas anécdotas, muchos besos y saludos, pero se me van a olvidar nombres y es mejor dejarlo aquí.
Lo que sí diré es que hay muchas ganas de volver.