Desde hace unos días
tengo una fuerte contractura en la espalda. Llevaba tiempo notando la zona
tirante, pero cuando no tengo que hacer una cosa me esperan siete, aunque
muchas veces no salga de casa, así que fui dejando correr el tiempo.
Por si se pasaba.
Por si mi cuerpo ganaba
la batalla al dolor y los nudos se deshacían solos.
No es tan descabellado:
he tenido etapas en las que un dolor no me dejaba ni siquiera dormir y, tal
como aparecieron, se acabaron yendo. Olvidados después de un tiempo. Nueva.
Como si nunca me hubiera pasado nada. Quizá un par de ibuprofenos y solucionado
el problema.
Esta vez no es así.
Hace unos días, cuando
el dolor comprometía casi respirar (y sin casi, hay veces que coger aire es un
acto heroico) reuní el tiempo necesario para un masaje. Los nudos de mi espalda
parecen la cuerda de un marinero aburrido y en hora y media solo fue capaz de
desarmar algunos. Hasta la siguiente cita, en unos días, soporto esto con calor
y analgésicos, además de algún antiinflamatorio y, de vez en cuando, relajantes
musculares. Para lo que hacen, daría igual que no tomase ninguno, pero cuando
estás así quieres tener fe en la química. O en rezar a cualquier santo. O en lo
que sea, pero que se pase.
Estos días debería
estar haciendo un trabajo que nadie puede hacer por mí. Lo hago, pero a un
ritmo condenadamente lento, insoportable para mí que siempre vuelo en lo que me
gusta porque me concentro tanto que el mundo desaparece a mi alrededor.
Y es en este punto,
cuando llego al trabajo pendiente, cuando tengo que recordar la conversación
con mi fisio. Me dijo algo muy sabio: “Hay algo que necesitas quitar de tu vida
porque te está haciendo mucho daño y solo tú puedes saber qué es”. Mientras me
dijo el masaje me tuvo que recordar muchísimas veces que me relajase, que no
apretase los músculos, que destensara las manos, que no me agarrase con tanta
fuerza a la camilla… Me dijo que mi cuerpo está respondiendo al estrés al que
lo someto aunque ni siquiera sea consciente de que estoy tensa y que está
cansado de que lo sobrecargue con tareas. Si no puedo llegar a todo, no
importa, da igual si hago menos. Lo que no da igual es que me acabe rompiendo.
Yo me excuso diciendo
que todo es inaplazable y que nadie puede ni va a hacerlo por mí, pero sé que
no es verdad. Cuando muera, alguien hará lo que yo no pueda hacer, y si no se
hace el mundo seguirá girando tal y como lo ha hecho siempre.
Tengo que aprender eso,
tengo que aprender a respirar sin que me cueste.