Mi hijo tenía que escribir una redacción de una cara sobre ortografía. El texto debía articularse como una argumentación, si estabas de acuerdo con que debían seguirse las normas ortográficas y académicas a la hora de escribir, o si te parecía que era mejor escribir tal como suena. Eso de que te toque las narices si la palabra va con b o v y escribas la primera que te apetezca.
Antes de que se pusiera a redactar, le hablé de la conveniencia de hacer una reflexión, de plantear un esquema previo en el que señalase los argumentos que iban a apoyar su texto para que, llegado el momento de la escritura, tuviera las ideas más claras y tardase menos en conseguir el resultado que buscaba.
Estuvimos un buen rato hablando sobre las dos posturas.
Al final, recogió las ideas y se quedó con ellas. Aún no sé el resultado, ya me lo enseñará, aunque sé que se ha decantado por la buena ortografía, que por suerte practica. Nunca intervengo en sus redacciones. Ni lo necesita, ni sería bueno para él que yo me adjudicase sus tareas. No le dejaría crecer, aprender. No permitiría que se equivocase solo, que al final es como mejor se aprende todo.
No me olvidé del tema, porque a mí una de las ideas sobre las que hablamos se me quedó danzando por la mente. Era una de las que se le habían ocurrido a él, tan esencial que me sentí orgullosa de mi criatura, de lo que es capaz de pensar y de lo que él me enseña a mí.
Uno de sus argumentos giraba en torno a la imagen que da de ti tu ortografía.
En un mundo en el que la comunicación ha cambiado tanto, escribir se ha convertido en algo esencial. Todos los días enviamos y recibimos mensajes a través de las distintas aplicaciones que tienen nuestros teléfonos. Escribimos.
Y lo hacemos muy mal.
Las prisas, muchas veces. Los dichosos correctores otras. La dejadez...
Ese era el tema que él puso encima de la mesa. La imagen que le transmite a él alguien que constantemente está cometiendo faltas de ortografía en un chat. Eso de que dé lo mismo escribir "ola! que "hola", o que las conjunciones de tres letras pierdan dos no le convence. Y no lo hace, porque él piensa que una persona así, en su vida real, tiene que ser alguien dejado. Poco ordenado. Descuidado. Alguien que pone muy poco interés.
Y no solo eso.
Entre los dos, llegamos a la conclusión de que si escribimos a una persona mal, tampoco le estamos enviando nuestro más profundo respeto.
Seguimos pensando, y acabamos concluyendo que, si buscas un trabajo y llenas de faltas de ortografía tu currículo, mal vas. Te restará puntos lo quieras o no, porque puestos a elegir a alguien, elegirán a una persona menos dejada que tú. Porque, vuelta a lo mismo, es lo que transmites.
Regreso a este blog, al tema que lo unifica y que son los libros. Me he dado cuenta de que esos libros de los que hablaba hace unos días, los que estaban llenos de incorrecciones ortográficas, sintácticas, etc., a mí me trasmitían descuido. Poco interés. Poco cuidado. Prisa por llegar a exponer algo que no estaba preparado para otros ojos. Y esa imagen de la persona que estaba detrás de las palabras es algo inconsciente que frena la lectura y, algunas veces, como en aquellos libros, directamente la anula.
Así que, sí, la ortografía importa. Se puede cargar tu imagen.