lunes, 26 de octubre de 2015

UN JUEVES DE OCTUBRE

Para alguien que de pronto aterrice en mi blog puede parecer que me paso la vida de evento en evento, y nada más lejos de la realidad. Se ha dado la coincidencia de que, en menos de siete días, tenía la posibilidad de asistir a dos citas literarias en la Gran Vía madrileña, dos citas a las que tenía muchas ganas. Aunque salir de mi pequeño mundo supone siempre un trastorno mayúsculo, lo hice. La primera de ellas, porque no podía quedarme con el medio millón de preguntas que tenía -aunque un cuarto de millón se quedaron en el tintero por falta de tiempo- y la segunda porque se trataba de María José Moreno y no me lo podía perder. Presentaba La caricia de Tánatos en la Casa del Libro de Gran Vía y quería estar con ella.

María José y yo coincidimos en nuestra primera presentación en Madrid hace casi dos años, cuando ambas presentamos las novelas que habíamos publicado en papel con Vergara: Bajo los tilos y Detrás del cristal. Desde el momento en el que nos vimos hubo una conexión que ya intuíamos a través de nuestras conversaciones virtuales, un lazo que a medida que ha ido pasando el tiempo se ha ido estrechando y haciéndose más fuerte. Para mí tiene tanta importancia el evento como verla a ella, la conversación delante de un café.

Por eso, el pasado jueves 22 de octubre, hice todo lo posible por estar a su lado. Y no fue sencillo.

Vivo en un desierto demográfico. Eso significa que, aunque existe transporte público, es muy limitado porque no es rentable. Hasta hace un año teníamos la posibilidad de ir en autobús a Madrid, pero la escasa cantidad de viajeros provocó que lo quitasen. Para llegar hasta allí no queda más remedio que ir a Segovia y, desde allí, montar en otro autobús. Y no se puede volver el mismo día si la cita es por la tarde, como era este caso. Sí o sí, te tienes que quedar si nadie te puede recoger.

Con mi desconocimiento absoluto de cómo funciona esto, me fui con mi mochila al hombro. Monté en el primer autobús y cuando llegué a Segovia... la estación de autobuses estaba en obras. ¡Genial! Si me pierdo cuando todo está en su sitio, empezaba con todo descolocado. Lo bueno de esto es que no era la única despistada y, preguntando, como todo el mundo ese día, logré montarme en el autobús correcto.

Y quedarme dormida.

Los nervios por volver a verla, por enfrentarme al hecho de que apenas viajo sola, habían provocado una noche más de insomnio y el solecillo, unido al traqueteo de la máquina me desconectaron hasta que desperté en Villalba. Al llegar al intercambiador de Moncloa salí a la calle, le pedí a mi teléfono que trazase la ruta que debería seguir para ir andando -ya sé que estáis pensando que debería haber cogido el metro, pero dos autobuses en un día eran ya suficientes para mí- y a ello me puse.

Llegué andando sin problemas -y con un bolso nuevo, porque me paré por el camino en una tienda- hasta la puerta de la Casa del Libro, casi una hora antes. Es también otro problema de ir en transporte público: llegas a la hora que te deja, no a la que quieres. Menos mal que allí encontré, en plena Gran Vía, a Marina Collazo y nos fuimos a tomar algo mientras se hacía la hora.

Juntas alcanzamos la tercera planta, donde era la presentación, y tras los saludos nos instalamos para escuchar a María José, que antes me dio dos besos y su cámara de fotos para que inmortalizase el momento. Mientras se preparaba todo conocí a varias lectoras con las que mantengo contacto en las redes, saludé a Sany, a Pedro, a Concha y a Teresa, blogueros vocacionales como yo y pronto hubo que sentarse para que David G. Panadero presentase a María José.



Me encantó el entusiasmo de los editores de Versátil, el mismo David y Consuelo Olaya, la pasión con la que hablan de una novela que la verdad es que sorprende mucho. Como dice muchas veces su autora, es una novela que asusta mucho sin que haya sangre, porque en esta historia no hace falta. El maltratador, con solo una "caricia", consigue matar a sus víctimas. Es una novela que de pronto te hace pararte a pensar en quienes tienes alrededor, te das cuenta de que cualquier persona encantadora puede llevar dentro un monstruo que se lo está haciendo pasar mal a alguien de tu entorno. Una novela inteligente y muy bien construida, que me consta que está haciendo disfrutar a los buenos lectores.


Hablaron los editores, habló María José y preguntó el público, mayoritariamente femenino. En un momento dado me di la vuelta. Quería elegir un lugar desde atrás donde se viera bien que el espacio se había llenado por completo y mi cara tuvo que reflejar desconcierto porque no podía creer a quién me había parecido ver. ¿Marlene Monleon? ¡Pero si vive en Miami! Cuando me levanté y fui hacia atrás confirmé que no me había equivocado. ¡Era ella! Y, justo detrás, estaba Víctor Fernández Correas, al que pido perdón desde aquí porque me emocioné al verlo y le di un abrazo y un beso de lo más efusivo en medio del acto. Tan efusivo que Manuela Marín, que estaba al lado, me gruñó un poco -y con razón- porque la ignoré.


Volví a mi sitio hasta que terminó y cuando empezó la firma de libros fui hablando con mucha gente, aunque sin poder prestarles toda mi atención porque esa tarde-noche yo ejercía el papel de reportera gráfica. Le he robado a María José las fotos de su cámara, la mayoría  de las cuales disparé yo. ¡Montones de fotos! No podía ser más emocionante, la fila esperando para firmar era enorme, tanta que en un momento dado se apagaron las luces de la sala y nos indicaron que no tenían más remedio que cerrar. Hubo de firmar los últimos ejemplares en la puerta de la librería, en plena Gran Vía.



¿A quién le pasa eso? Solo a los grandes.

Tras eso nos fuimos a tomar algo, una cena informal de chicas, donde conversamos, nos reímos, repasamos el día y se nos hizo, como siempre pasa cuando estás a gusto, demasiado corto. Tanto que María José y yo apenas pudimos hablar casi nada -lo solucionamos al día siguiente-.



Me quedé en Madrid con Mercedes Gallego, mi hada madrina particular, a la que tengo que volver a ver pronto porque me llevé a casa puesta una de sus chaquetas. ¡Si es que siempre tengo frío, aunque Marina me diga que en lugar de abrigo llevo una manta zamorana! Al día siguiente teníamos planes pero un retraso aéreo nos los desbarató. Fui con ella al aeropuerto a recoger a Blanca Miosi, pero al final no la pude conocer. El sábado era el evento de Amazon, pero no me quedé porque tengo obligaciones familiares que cumplir y escaparme dos días ya era mucho.

Pronto llegarán las otras dos novelas de esta Trilogía del Mal y espero que para entonces sean muchos más los lectores que se enganchen a esta historia.

Al día siguiente continuaron mis aventuras en transporte público: metro, tren, autobús... todo un reto para alguien como yo, que va andando -o en coche- a todas partes.

Pero esa ya es otra historia.