Otra cosa es mentir de forma consciente, responder no cuando es sí y quedarte tan pichi.
Hace cuatro meses, a esa misma persona le hice una pregunta cerrada, cuya respuesta solo podía ser sí o no. Contestó no, y a mí me dieron vueltas los ojos porque estaba convencida, por algunas cosas que había presenciado, de que era un sí.
Pensé, igual me he perdido algo, yo siempre vivo despistada perdida y tampoco es que le hubiera prestado mucha atención al tema.
El caso es que a lo largo del verano ha habido varias circunstancias que han confirmado que yo llevaba razón (era un sí) y que mintió descaradamente, una mentira que no tiene importancia porque el hecho a mí ni me va ni me viene. Fue una de esas preguntas que sueltas en una conversación intrascendente, que cobró importancia al encontrarme con pruebas que decían justo lo contrario que su rotundo no.
Pensé que quizá, por una razón desconocida, quería que yo creyera esa versión, y la verdad es que estaba más que dispuesta a darle el gusto, porque de verdad que es algo que me la pela, pero hace unos días, por casualidad también, presencié algo que confirmaba que su no podía ser cierto. Que no me había mentido.
Bueno, pues ayer, que no tenía sueño, dando vueltas por una red social, volví a tropezar con algo que desmentía el no con la misma rotundidad que lo que presencié le daba la razón al sí.
Vamos, que miente con todas las de la ley.
No sé si es a mí en concreto o se miente, pero que no dice la verdad, eso es seguro.
Después de este galimatías, que no es más que un ejercicio de redacción mientras aplaco los nervios por el encuentro con lectores en Cuéllar que tengo dentro de un rato, solo quiero llegar a un lugar. Todos mentimos. A veces, las mentiras son mentirijillas tolerables. Otras, como en este caso, algo mucho más serio porque afecta a otras personas.
Lo que me resultó curioso fue la incoherencia, la afirmación rotunda por parte de quien miente.
Creo que por sistema.