Estás siguiendo una tendencia que se llama re-gifting, volver a regalar lo regalado. Lo que me pregunto es lo ético del asunto.
Mientras me tomo un cola cao.
Me da igual que la London Bussines School diga que es una manera de asegurarse de que alguien va a disfrutar de eso que tú no quisiste. Yo no soy de Londres, a mí me parece una descortesía. Se supone que hay una persona te mandó con toda la ilusión del mundo una agenda con las hojas en blanco para que la usaras para anotar las ideas para tu siguiente best seller... ¿y vas y se la das a tu novia para que apunte las citas del médico?
Y lo llamas re-gifting para disimular, ¿no?
Queda más chulo, pero me sigue pareciendo tan cutre como si lo dices en castellano. Un regalo lleva siempre detrás un sentimiento y si tú te deshaces de él, ¿qué puede pensar la otra persona? Esa que puso todo su cariño en ti, que perdió su tiempo en pensar, que salió a la calle, buscó una tienda y usó su dinero para tener un detalle contigo.
Es que...
Claro, que a lo mejor no se entera, pero ¿y si llega a sus oídos? ¿Y si por una de esas puñeteras casualidades del destino acaba sabiéndolo?
Se puede incluso cargar una amistad.
Bueno, una amistad no, porque los amigos no discuten por chorradas como esta, por eso en la vida solo acabamos teniendo dos o tres.
Pero ¿y si vamos más allá? ¿Y si no regalamos un regalo, sino que lo vendemos? Uf... la cosa se complica. A mí esto ya si que me parece inmoral, a no ser que te estés muriendo de hambre. Entonces puedes vender hasta el felpudo de la vecina.
Todo viene a cuento porque he visto en las redes que alguien está vendiendo un regalo mío, un regalo sin apenas valor económico, pero en el que en su día puse mucha ilusión. Me ha recordado a todos esos blogs acumuladores de libros que hacen reseñas infumables. Eso sí, tienen miles de seguidores para asegurarse de que las editoriales les surtan de libros. Y después te encuentras que montan con ellos un mercadillo.
Qué feo.
Los regalos no se venden.