Concepción Méndez Cuesta, Concha Méndez, fue una niña que soñaba con viajar, con ser capitana de barco y ver el mundo con sus propios ojos. Su mente inquieta y su enérgico carácter serían la nota dominante en toda su vida, en la que la literatura tuvo una importancia esencial.
Concha nació en Madrid en 1898, el año del desastre, cuando lo que quedaba del Imperio que había empezado en la época de los Reyes Católicos se desmoronaba definitivamente. Su infancia fue feliz y acomodada: nació en una familia numerosa -eran diez hermanos- y recibió una esmerada educación en un colegio francés. Sus veranos los pasaba en San Sebastián, y fue allí donde conoció al que sería durante siete años su primer novio: Luis Buñuel. Con él, y de la mano de la amistad de Maruja Mallo, fue conociendo también a varios de los integrantes de la generación del 27: Alberti, Lorca y Cernuda, con los que le unió un vínculo entrañable.
Sus inquietudes literarias no tardaron en aparecer. Contemporánea de esa generación, formó parte del grupo de mujeres literatas conocidas como las Sinsombrero. Fue poetisa, autora teatral y guionista, amen de editora de revistas literarias donde colaboró activamente durante casi toda su vida.
Su producción literaria arranca en 1926 con un libro de poemas, Inquietudes, al que le siguen Surtidor en el 28 y Canciones de mar y tierra en el 30.
Es en esos años cuando deja su relación con Buñuel, se va de casa en el 29 y cumple su sueño de infancia de viajar: Londres, Montevideo, Buenos Aires... nada está lejos para esta mujer incansable y resuelta, que aprovecha su estancia en Argentina para hacer contactos. Conoce a Guillermo de la Torre y esa es la puerta que se le abre para publicar semanalmente en el diario La Nación sus poemas. Pero quiere volver a España y lo hace en el 31, cuando llega la República. Regresa y contacta de nuevo con viejos amigos como Lorca, que será quien le presente a Manuel Altolaguirre, otro miembro de la generación del 27, con quien se acabará casando.
La vida se vuelve luminosa para ello, los proyectos cuajan y en ese momento, junto al que ya es su marido, funda la revista Héroe, en la que colaborarán los grandes autores españoles de ese momento. Pero ella necesita más, sus inquietudes, esas que expresa en su primera obra, no tienen límites y explora la faceta de autora dramática. Del 31 al 35 publica tres obras: El personaje presentido, El ángel cartero y El carbón y la rosa, las dos últimas enfocadas al público infantil.
No se va a olvidar de la poesía, en esos años verán la luz Vida a vida, Niño y sombras y Lluvias entrelazadas, aunque para cuando publica las últimas ya no está en Madrid, sino en Londres. Allí le toca vivir una dura experiencia, la de perder a su primer hijo, al que dedica esa segunda obra de este momento. Sin embargo, al poco la vida la compensa y tiene a su hija Paloma.
En Londres, junto a su marido, se pone como meta la difusión de la obra del 27. Funda con él dos revistas, Poesía, 1616 y Caballo verde para la poesía, esta última dirigida por el escritor Pablo Neruda.
No se quedará allí, pronto se trasladarán a París, pero la Segunda Guerra Mundial les hace tomar la decisión de abandonar la capital francesa y marchan a Cuba. Es en ese nuevo exilio donde publica El ciervo herido, otra obra poética.
En 1944 se trasladan de nuevo, esta vez a México, país en el que estará hasta su muerte, salvo breves visitas a España. En México su vida personal se desmorona: su marido la abandona por una cubana y ya solo publicará una obra en el 45, El solitario (Nacimiento), al que seguirán 31 años de silencio literario.
Es en el 76 cuando aparece su Antología poética y en el 79 la que será su última obra escrita, Vida o río. Después de esto aún tiene una historia que contar, la suya propia, pero ya es una mujer mayor y no la escribe, sino que la cuenta, la graba en unas cintas que será su nieta Paloma quien se encargue de compilar y publicar en 1991, Memorias habladas, memorias armadas. Paloma decide suprimir lo más personal y el libro no es una biografía como tal, sino una sucesión de anécdotas en las que aún se puede ver el fuerte carácter de esta mujer.
Concha Méndez, una de las Sinsombrero, una de nuestras autoras olvidadas a la que merece la pena recordar.
Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.