Llevo un rato escuchando la lluvia caer, a veces furiosa, otras ralentizando el ritmo y convirtiendo su música en un golpeteo suave que arrulla la noche.
A lo lejos, se oyen los truenos que antes anunció un relámpago, y no sé si el centro de este huracán se acerca o se aleja, porque ya no me fío de mis sentidos.
Me siento abandonada por todo.
Por mí cuerpo y por mi mente en primer lugar.
Llevo meses sometida a fuertes presiones, dolor y duelo compartiendo espacio en un alma que ha dejado de ser elástica. Como la Tierra cuando la presión y la temperatura se alían, se que un día no podré más y reventaré. Alguna de mis grietas deshará mis costuras frágiles de mujer rota y el desastre que ahora solo se intuye arrasará con todo.
No sé los demás, pero yo necesito que me hablen con cariño y respeto. Qué me cuiden y no me anulen, me rebajen o me juzguen a cada instante, interpretando mis razones como excusas que no son. No sé si conozco a alguien más responsable que yo, nunca he eludido nada, cuanto menos, lo que pudiera beneficiarme.
Si digo que no puedo es porque ya no puedo más.
Si digo que ya no puedo más, no me pidas más.
Yo sola encontraré el camino.